1. No sé cuál sorpresa fue mayor: Que Frank Ocean desentonara de manera tan evidente cantando “Forrest Gump” en su presentación en vivo, o que le negaran el Grammy al Disco del Año por el clásico instantáneo "Channel Orange".

Si algo hay que agradecerle a los organizadores de All Tomorrow’s Parties (ATP), el festival de música más exclusivo del mundo, es su poder de persuasión que parece no conocer límites. 

Una de las labores más desgastantes en el mundo del entretenimiento seguramente tiene que ver con lidiar con “rockeros”, y más si estos llevan años sin tocar juntos. En algunos casos, tratar de juntar a una banda separada para un festival podría ser el equivalente de conseguir el acuerdo de paz entre Palestina e Israel. 

Para bailar no es necesario una fiesta. Ponerle play a “Anything in Return”, el tercer disco de Toro y Moi, es como comenzar tu propia fiesta privada en la que solo necesitas como compañía un buen par de audífonos para disfrutar.

Los cambiantes beats del proyecto de Chaz Bundick, Santo Patrón del género anteriormente llamado chillwave, son razón suficiente  por la que escuchar este álbum es una experiencia tan placentera.

La música electrónica no necesariamente nos tiene que hacer bailar, también nos mueve a la reflexión e introspección. O por lo menos esa es la sensación que da cuando se combina ambient, indietronica y una deconstrucción total del dubstep, tal como lo logra Darkstar. 

Después de debutar con muy buenos comentarios en 2010 con "North", álbum que lanzaron a través de Hyperdub, el sello de Steve Goodman (mejor conocido en el circuito del dubstep como Kode9), ahora el trío británico presenta su segundo disco a través del mítico sello de Warp.  

En febrero del año pasado, tras la salida de la chelista Alexandra Lawn de la agrupación, la banda de Nueva York se propuso a grabar su nuevo disco en el que la Web se convirtió en inspiración para las letras y los sonidos de la banda.

“Beta Love” es un disco de amor para quienes viven conectados 24 horas al día.

Para prueba solo hay que escuchar “That Much”, una canción en la que el final del solo de guitarra de Milo Bonacci se distorsiona hasta convertirse en el sonido de un módem noventero.