Presos del espejo

La imagen corporal es un tema que no solo es infalible para hacer evidente muchas de nuestras angustias personales, también para que seamos objeto de crítica.

Pensemos, por ejemplo, en alguien de complexión delgada, que no necesita bajar de peso, pero que, a manera de queja constante, pero sobretodo obsesiva, hace pública su inconformidad estética relacionada con el peso y se dice estar “gordo (a)”.

Y justamente así nos cae, “gordo”. No tardamos en juzgarlo de exagerado, vanidoso, presuntuoso o simplemente pensamos que tiene la necesidad de llamar la atención.

La imagen corporal es un tema que no solo es infalible para hacer evidente muchas de nuestras angustias personales, también para que seamos objeto de crítica.

Pensemos, por ejemplo, en alguien de complexión delgada, que no necesita bajar de peso, pero que, a manera de queja constante, pero sobretodo obsesiva, hace pública su inconformidad estética relacionada con el peso y se dice estar “gordo (a)”.

Y justamente así nos cae, “gordo”. No tardamos en juzgarlo de exagerado, vanidoso, presuntuoso o simplemente pensamos que tiene la necesidad de llamar la atención.

El problema es que quizá esta “exageración” que percibimos de la preocupación que tienen los otros por su apariencia física pueda ser patológica y responder, en realidad, a un trastorno psiquiátrico.

Tal es el caso del Trastorno Dismórfico Corporal (TDC), anteriormente conocido como “dismorfobia”, que afecta entre el 2 y el 3 por ciento de la población y se caracteriza por una preocupación exagerada respecto a un supuesto defecto físico, o bien, existente, pero mínimo.

Los casos clínicos de TDC datan del siglo 19, cuando fueron reportados por primera vez por el psiquiatra de origen italiano Enrico Morselli, quien acuñó el término de “dismorfobia” para describir a pacientes que expresaban su temor a tener una deformidad.

No fue hasta 1987 cuando el TDC fue reconocido de manera oficial dentro de la categoría de los llamados trastornos somatomorfos, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM por sus siglas en inglés).

Aunque las estadísticas demuestran que el TDC es un padecimiento frecuente que afecta por igual a hombres y mujeres, la realidad es que está subdiagnosticado.

Esto, señala la doctora Katherine Phillips en su libro “Understanding Body Dysmorphic Disorder: An Essential Guide”, ya que “muchas personas con TDC se sienten demasiado avergonzadas de plantear las preocupaciones de su apariencia”.

O temen que su defecto se convierta en el foco de atención y sea examinado a detalle una vez que lo hagan notar a los demás, menciona Phillips.

Y ante estas preocupaciones que, a decir de la especialista, absorben el tiempo, son desgastantes y por lo general difíciles de resistir o de controlar, las personas con TDC suelen “refugiarse” en manos de cirujanos plásticos o dermatólogos, en lugar de buscar tratamiento psiquátrico.

De hecho, Phillips menciona que existe una prevalencia de entre el 9 y 12 por ciento de personas con TDC en centros dermatológicos y de un 9.5 por ciento en cosmética dental.

En Estados Unidos, por ejemplo, se ha encontrado que entre un 7 y 8 por ciento de los pacientes en cirugía estética padecen del TDC, escribe Phillips, mientras que la prevalencia internacional que se ha reportado es de entre 3 y 53 por ciento.

Complejos físicos de pesadilla

En entrevista para Reporte Indigo, la doctora Cristina Lóyzaga, Coordinadora de la Clínica de Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y Trastornos del Espectro del Instituto Nacional de Psiquiatría, dice que aunque estas preocupaciones “excesivas” por ciertos aspectos de la imagen corporal se asemejan a las obsesiones por ser fuente de angustia, repetitivas y difíciles de controlar, la diferencia es que las primeras no se perciben como absurdas, sino que se ven “(…) de una manera muy lógica”, explica.

Preocupaciones vistas de una manera tan lógica, que las personas se ven en la necesidad de recurrir a lo que Lóyzaga llama “conductas de camuflaje”, con las que intentan esconder el supuesto defecto que, a sus ojos, “les resulta desagradable o incluso monstruoso, (como) algunos así lo describen”.

Una de estas “conductas de camuflaje”, por ejemplo, se traduce en el uso de maquillaje en el rostro que, a decir de la especialista, puede resultar exagerado, e incluso pueden tardarse horas en el proceso.

Al respecto, Lóyzaga, quien desde hace casi dos años encabeza una investigación con personas que padecen del TDC, destaca el caso de una paciente que “tardaba siete horas maquillándose”.

O bien, invierten una gran cantidad de tiempo frente al espejo, “(…) muchas veces al día, para revisar el supuesto defecto o también para tocarlo, comprimirlo, jalarlo (…)”.

Una percepción de la apariencia física que se traduce en pesadilla. Tan es así, que cuando la propia imagen llega a ser “tan odiada”, dice la especialista, las personas con TDC tapan, rompen o sacan los espejos de la habitación.

Además de gorras, sombreros y de ropa holgada, Lóyzaga menciona el uso de la cinta adhesiva de papel Micropore como otro de los recursos para poner en práctica, en este caso “(…) para tratar de ‘arreglar’ el supuesto defecto que ellos tienen en la nariz”.

O está el caso de un paciente, que “(…) coloca el Micropore desde el vértice de los labios hasta la oreja, jalándose la piel para disminuir las arrugas del rostro (…)” que él considera como “terribles”, dice.

“El problema en realidad no está en la imagen de la persona, está en lo que esa persona piensa acerca de su imagen; (…) en la forma en la que se percibe”, explica Lóyzaga.

Son “defectos” que responden a una percepción distorsionada de la imagen corporal, que no distingue entre aquellos que no “cumplen” con lo que se considera “atractivo” desde la perspectiva occidental y los que sí “entran” en este estándar de belleza.

Y es que a decir de Lóyzaga, lo que se ha observado en estudios de tomografía e imagen por resonancia magéntica funcional (IRMf) con quienes padecen del TDC, es que perciben los rostros (una de las áreas de mayor preocupación, por cierto) fragmentados, por lo que se concentran en las áreas particulares que consideren inadecuadas.

Hay una prueba neuropsicológica a la que Lóyzaga también hace referencia que se conoce como “Figura de Rey-Osterreith”, diseñada para evaluar la organización perceptual y la memoria visual en personas con alguna lesión cerebral, mediante la copia a mano de una figura compleja.

En esta prueba, dice Lóyzaga, se ha observado que los pacientes con TDC copian la figura de lo particular a lo general, es decir, comienzan de inmediato con los detalles.

Pero al aplicar esta misma prueba en individuos controles, sin TDC o algún otro trastorno, el patrón del trazo es al revés, dice, pues comienzan de lo general a lo particular, dejando los detalles de la figura a copiar en segundo plano.

“Esto nos habla de la forma en la que el cerebro percibe las partes del rostro fragmentadas y por eso (la persona con TDC) centra su atención en aquella área que consideran que no es adecuada”, en lugar de ver esta parte del cuerpo de forma global, explica Lóyzaga.

La ‘gran disfunción’

Las preocupaciones “exageradas” sobre la imagen corporal que caracterizan la “esencia” del TDC tienen el poder de interferir en la calidad de vida de los individuos que padecen de este trastorno.

Son preocupaciones que, dice Phillips, tienden a estar asociadas con baja autoestima, vergüenza y miedo al rechazo, por lo que las personas con TDC ven en el aislamiento social una “solución” a su malestar emocional.

Y este aislamiento da pie, entonces, a lo que Lóyzaga describe como la “gran disfunción”: la relación de pareja.

Tomando como referencia la evaluación del estudio que lidera desde hace dos años y que al día de hoy reúne una muestra de 61 pacientes con TDC (un 72 por ciento son hombres), Lóyzaga dice que más del 60 por ciento de las personas se encontraban sin pareja.

Además, la especialista agrega que un porcentaje similar nunca había tenido una relación sexual, a pesar de que, dice, “(…) la edad media de nuestra muestra está en 30 años”.

Esto, sumado, claro, a un deterioro en las relaciones interpersonales, en la vida académica y laboral.

Pero si nos enfocamos a los casos más extremos, el suicidio también tiene cabida dentro de las consecuencias derivadas del TDC que, además, suele presentarse en comorbilidad con la fobia social, el Trastorno Depresivo Mayor y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC).

Lóyzaga narra el caso (quizá el más grave de los que ha tenido, dice) de un paciente que desde edad temprana (entre los 4 y 5 años) había mostrado un disgusto por su cabello rizado, con el que creció a lo largo de su vida hasta llegar a la edad adulta.

Su disgusto era tal, que el paciente llegó a ocasionarse una lesión en la espalda, “por el movimiento que realizaba con el brazo para cortarse el cabello (…), muchas veces a la semana (…)”, describe Lóyzaga, al grado de complicarse en una depresión grave, tener varios intentas suicidas y, finalmente, consumar el suicidio.

Y si bien el paciente sí llegó a recibir atención médica en su momento, el diagnóstico no era el correcto, por lo que cuando llegó a manos de la doctora Lóyzaga para recibir el tratamiento adecuado, la especialista dice que la enfermedad ya tenía casi 30 años de evolución.

A decir de Lóyzaga, el 25 por ciento de las personas con TDC intentan suicidarse durante la evolución de la enfermedad.

Nada de vanidosos

Quienes viven con el padecimiento del TDC no son seres vanidosos, ni hacen de la banalidad su filosofía de vida.

Y es que a decir de Lóyzaga, quien ha sido testigo de páginas en Internet que hacen burla al diagnóstico del TDC, donde los enfermos reciben la etiqueta de superficiales, “(…) no se comprende que hay alteraciones en la percepción, en la autoestima, en la crianza y en la genética”, que son precisamente los factores que llevan a los afectados por este padecimiento a hacer del espejo su mejor “aliado”.

De ahí que la especialista hace énfasis en la importancia de crear conciencia de que, ”es un diagnóstico médico psiquiátrico, que tiene que ser evaluado por profesionales especialistas en esta área y que por lo tanto van a requerir de tratamiento farmacológico, con terapia cognitivo-conductual”.

Con la aclaración de que nada está por escrito y que sería aventurado afirmar un diagnóstico, Lóyzaga dice que la relación de estas tres celebridades con la constante visita a los consultorios de cirugía plástica, además de su notoria transformación estética, “nos habla de un problema con la aceptación de la imagen”.

Michael Jackson es la personalidad que Lóyzaga utiliza como ejemplo en las presentaciones de sus conferencias, dada la evolución de sus cambios estéticos, desde que debutó hasta poco antes de su muerte, producto de un amplio número de intervenciones quirúrgicas que hablan de un “abuso” del bisturí (cambios en la nariz, ceja, labios, cabello, color de piel).

Ayuda especializada

Lóyzaga proporciona los datos de la Clínica de Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y Trastornos del Espectro del INPRF, que, dice, es el único lugar en el país que ofrece una terapia diseñada especialmente para pacientes con TDC.

Cristina Lóyzaga Mendoza

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