Relajado bajo una sombrilla que le resguardaba del sol vigoroso queretano, Jonathan Shaw engulle un plátano que acompaña con tragos de leche de tetrapak, momentos después, al hablar sobre su gusto por los tatuajes, él mismo se describiría como un “mono viejo” en la nueva escuela de quienes toman la tinta y máquina para tatuar.
Hidalgo Neira