La Secretaría de Cultura

Las posibilidades culturales del centralismo son inagotables. La Ciudad de México es el ombligo de este país y es imprescindible evitar negarlo. Pero el ombligo debe mirar más allá de sí mismo, más allá de lo que un día se llamó la región más transparente del aire, y proyectar sus bondades hasta los confines del territorio nacional y, asimismo, abrirse a lo que se produce tierra adentro.

José Garza José Garza Publicado el
Comparte esta nota

Las posibilidades culturales del centralismo son inagotables. La Ciudad de México es el ombligo de este país y es imprescindible evitar negarlo. Pero el ombligo debe mirar más allá de sí mismo, más allá de lo que un día se llamó la región más transparente del aire, y proyectar sus bondades hasta los confines del territorio nacional y, asimismo, abrirse a lo que se produce tierra adentro.

El anuncio de la creación de la Secretaría de Cultura por parte del presidente Peña Nieto es alentador pero se ofusca y se envilece como distractor, como cortina de humo, por carecer de una discusión y ocurrir como decreto dictatorial. Así lo veo desde el Cerro de La Silla. ¿Por qué ocurre a mitad del mandato del Ejecutivo federal? ¿Cuáles son los temas que el Presidente pretende que los artistas e intelectuales esquiven al dar a conocer la vida de una Secretaría de Cultura? Porque la existencia de una dependencia federal al respecto corresponde a una discusión antigua, al menos desde finales de los años ochenta, cuando el presidente Salinas anunció la creación del Conaculta. Hace una década emergió el tema y luego se dejó al olvido. Peña Nieto resucita la idea de la nada, imprevista, sorpresiva.

Pero la Secretaría de Cultura es necesaria. El modelo de consejos para administrar y promover la cultura, como entidades descentralizadas en las que confluyen pluralidades y aires democratizadores, muestra signos de agotamiento. El ciclo indica que la batuta debe ser asumida por el Estado como una acción relevante, fundamental y decisiva, sin paternalismos ni clientelismos, con certezas de transparencia en los procedimientos y en los criterios de selección y organización de planes y programas.

Sin embargo, la Secretaría de Cultura está llegando sin un proceso que, como consecuencia, fundamente la creación de la nueva entidad. Sin ese basamento, el esquema está condenado a derrumbarse; es impostergable definir y precisar la noción de cultura que se pretende estimular y promover, y entender que resulta prioritario resolver las necesidades culturales de la sociedad en paralelo a las necesidades de los creadores artísticos. Ofrecer a los artistas condiciones para estimular la creación y de difusión y promoción de sus obras, estrategias de proyección y visibilidad de esa obra en el País y en el extranjero. Y abrir el País a expresiones del mundo; observar, aprender, retomar, crecer. Y brindar a la sociedad condiciones de acceso a todo ese patrimonio cultural histórico y contemporáneo que han producido los artistas nacionales de todos los tiempos y el patrimonio cultural y artístico que llega al País a través de exposiciones, espectáculos y expresiones procedentes de otras latitudes.

¿Quién debe dirigir este proyecto? ¿Quién puede articular esa política cultural, pública, de Estado, particularmente de vinculación entre los creadores e intelectuales y la sociedad, y entre la Federación y los estados? Pienso en que la oportunidad debe brindarse a personajes con la experiencia desde el interior del País, con una auténtica visión descentralizadora y republicana. Pienso en personajes como Jorge García Murillo, el hombre de la cultura en el proyecto de gobierno de Colosio, o Alejandra Rangel Hinojosa, académica e intelectual que acompañó en la carteta cultural al canciller Jorge Castañeda.

Show Player
Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil