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El periodista indeseable

“El que se está contemplando en el espejo, ya no soy yo.”. Así inaugura el periodista alemán Günter Wallraff su libro El periodista indeseable, en el que documenta su método de infiltración a fin de vivir, verificar y contar en primera persona las injusticias morales y sociales en un país de primer mundo como el suyo.

“El que se está contemplando en el espejo, ya no soy yo.”. Así inaugura el periodista alemán Günter Wallraff su libro El periodista indeseable, en el que documenta su método de infiltración a fin de vivir, verificar y contar en primera persona las injusticias morales y sociales en un país de primer mundo como el suyo.

Wallraff está en México por segunda ocasión. Participó en el Arca Mash Up de Periodismo 2015 “Testimonios al borde del abismo mexicano”. La primera ocasión que visitó nuestro País fue hace dos o tres años en la FIL Guadalajara. En ambas ocasiones me he quedado con el anhelo de conocerlo. Es uno de mis héroes y dos de sus libros me los llevaría a la tumba para resucitar con éstos en otra vida, si es que eso es posible y lo merezco: Cabeza de turco y El periodista indeseable son clásicos del mejor oficio del mundo.

Günter Wallraff cuenta en Cabeza de turco que, después de atrapar un trozo de vida –dos años de labor reporteril– como personaje inmigrante en su propio país, desconoce todavía cómo un extranjero asimila las humillaciones cotidianas, los actos de hostilidad y odio; pero sabe ya lo que éste tiene que soportar y los extremos que alcanzó el desprecio humano en la Alemania de los años 80 del siglo veinte. Y para cocinar la certeza Wallraff se disfrazó de turco y se justificó: Hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad, hay que engañar y fingir para averiguar la verdad.

Mentir para aproximarse a la realidad, para contar verdades, está prohibido al periodismo. Es un atributo exclusivo de la Literatura. ¿De qué depende la credibilidad de un reportaje? En Literatura, la credibilidad depende de la forma en que están escritas las historias, de la capacidad de persuasión. El periodismo está supeditado al cumplimiento implacable de sus reglas del juego: la no invención y el cotejo de lo que se escribe con la realidad. Wallraff no engaña. Wallraff utilizó la mentira como procedimiento para conseguir información, para documentarse. Cuando la condición de periodista lo impide, porque las fuentes niegan el acceso a la información, el procedimiento de Wallraff resulta una alternativa.

En la noción de periodismo de Wallraff, nutrida por su bagaje y su propia biografía como antiguo obrero, en las circunstancias políticas, sociales y culturales de un mundo bipolarizado –el de los años 60, 70 y 80 del siglo XX– en que desarrolló su labor de escritor y periodista, la denuncia es una exigencia moral. Y en ese contexto la mentira, el disfraz y la labor de espía están justificados como método para recopilar datos y reconocer atmósferas, como las que experimentó en 1964, cuando las empresas alemanas estaban en un proceso de militarización creciente con el propósito de protegerse contra cualquier intento de sabotaje de los trabajadores.

En el prurito de las convenciones, el trabajo de Wallraff está invalidado como periodismo. Pero no miente. En el papel, Wallraff tanscribe de manera puntual y completa el proceso de elaboración de su reportaje. Su trabajo está exento de invenciones; proporciona la información de los hechos y de sus formas de obtención de datos y de experiencias a través de sus transformaciones de escritor en trabajador inmigrante o falso funcionario; Wallraff proporciona los datos y las fuentes necesarias para el cotejo preciso de lo que escribe con la realidad. En este aspecto, la obra de Wallraff está lejos de ser una obra de creación literaria y está, en efecto, más cerca del periodismo. En este cruce de fronteras de procedimientos y de nociones del ejercicio del periodismo, su obra, como compendio de su experiencia de vida profesional, es una especie de “contra-periodismo”. Wallraff rompe con las ortodoxias del periodismo y muestra lo injusta que puede resultar la imparcialidad cuando se exhibe el odio y el desprecio hacia los inmigrantes, la xenofobia y el cinismo en la Europa civilizada de fin de la guerra fría. Tan poderoso es el compromiso de este periodista sobre las cuestiones que aborda en sus libros, que la fuerza de sus relatos no reside en esa primera persona ni en el detalle de sus disfraces. La fuerza de los reportajes de Wallraff está en sus procedimientos y en la sobriedad de su estilo explicativo, sin concesiones estilísticas.

Toda sociedad esconde mentiras, pero habrá que advertir que en un ambiente democrático en el que el acceso a la información esté abierto, las fuentes disponibles, los procedimientos aplicados por Wallraff resultarían inadecuados y propensos al espectáculo de reporteros disfrazados para notas divertidas y vendidas como mercancía, intolerables.

Las circunstancias de la vida, el propio bagaje del reportero y noción de la profesión que se tenga, indicarán si la exigencia para una aproximación a la realidad, a la verdad, implica una transformación del periodista en personaje o la utilización de la propia experiencia como hilo conductor del relato. Lo imprescindible es supeditarse a los hechos. No mentir, no inventar. No crear una realidad ni alterar la existente. No volver espectáculo la información ni frivolizar los esfuerzos. Preguntar. Contextualizar. En eso, en eso, Wallraff es ejemplar.

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