Esquivar la indolencia

La desgracia descuenta a la indiferencia. El asesinato del reportero gráfico Rubén Espinosa Becerril, aparentemente por el ejercicio de la profesión periodística, obliga a volver los ojos a su persona, a su trayectoria: a conocerlo. Y a condenar la violencia, y particularmente las amenazas y el hostigamiento que sufren algunos profesionales de la información. Son más de cien periodistas asesinados en el País desde 2000. 

José Garza José Garza Publicado el
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La desgracia descuenta a la indiferencia. El asesinato del reportero gráfico Rubén Espinosa Becerril, aparentemente por el ejercicio de la profesión periodística, obliga a volver los ojos a su persona, a su trayectoria: a conocerlo. Y a condenar la violencia, y particularmente las amenazas y el hostigamiento que sufren algunos profesionales de la información. Son más de cien periodistas asesinados en el País desde 2000. 

En este escenario, las víctimas como Espinosa Becerril obligan a desmarcarnos de la indolencia y poner manos a la obra para exigir el esclarecimiento de los hechos y justicia, para prevenir los asesinatos a periodistas y abrazar y reconocer con afecto la labor de los reporteros. Yo celebro la vida y el trabajo de colegas que saben salir de las camisas de once varas en las que se meten, colegas de distintas generaciones, con diversos puntos de vista y formas de aproximarse a la realidad. Pienso en Sanjuana Martínez y Diego Enrique Osorno, por ejemplo, tan diferentes y tan similares en la pasión con la que desarrollan la profesión periodística. 

Pienso en mi colega y amigo Gerardo López Moya, con casi treinta años en el periodismo cultural, con 20 años al aire con su programa de televisión “Taller Abierto”. Gerardo nunca aspiró a cubrir una guerra para dar cumplimiento a la supuesta máxima aspiración como estudiante de periodismo. Carece de las condiciones físicas, psicológicas y laborales para cubrir algún conflicto bélico en Irak o en Monterrey o en Veracruz. Pero cuenta con otros atributos para aproximarse a la violencia de un libro o una puesta en escena; cuenta con el arrojo para subir a un árbol y hablar desde lo alto, con inteligencia y sensibilidad, de la música de Los Montañeses del Álamo o la poesía de Octavio Paz. El muchacho que hacía eso ante las cámaras ya creció. El veterano conserva sin embargo el entusiasmo del personaje para averiguar cómo escribe el novelista su obra o cómo elabora un pintor su cuadro. O para preguntar a los expertos en sociología cómo se organiza la sociedad de nuestros días o cómo se construye o se destruye la democracia en México. Gerardo conserva el deseo de servir de puente entre el creador artístico y el espectador, entre el intelectual y el ciudadano. Cumple eficientemente con el cometido, alegremente. 

Quiero reconocer la labor de Gerardo López Moya. De Sanjuana Martínez. De Diego Enrique Osorno. De tantos colegas queridos y respetados. Quiero evitar que la indolencia nos domine ya sea para aplaudir y reconocer la labor de los periodistas que lo mismo averiguan valientes los secretos de la impunidad o los misterios de la creación artística, que para conmovernos y reclamar la pérdida por violencia de la vida de quienes deciden ser un puente entre la realidad y nuestras vidas.

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