En la época porfiriana la avenida era utilizada como lugar de paseo social, pero desde la Revolución Mexicana se convirtió en un espacio politizado para después dar paso al movimiento estudiantil de 1968. Foto: especial

Paseo de la Reforma, de avenida social a lugar de protesta

La avenida Paseo de la Reforma en la Ciudad de México se ha transformado y pasado de ser un lugar de recreación a un ‘escaparate del latir de la sociedad y del sentir público’, de acuerdo con la historiadora y cronista Guadalupe Lozada

Trazada hace 160 años por Maximiliano de Habsburgo con la intención de crear un camino que uniera de manera directa al Castillo de Chapultepec con el Palacio Imperial, la avenida Paseo de la Reforma ha pasado desde entonces por múltiples transformaciones urbanas, pero ha sido siempre un escaparate de la ciudad y de los principales movimientos sociales y políticos del país.

Para la historiadora y cronista Guadalupe Lozada León, la avenida se ha convertido en un “escaparate del latir de la sociedad y del sentir público y, en las últimas décadas, de todas las manifestaciones democráticas en distintos periodos de gobierno”.

Añade que al ser un lugar de protesta, es lógico que sea ese espacio el que ocupen los antimonumentos.

“Es un lugar de protesta, entonces, que la gente coloque ahí los antimonumentos lo encuentro razonable porque entra en esta lógica de Paseo de la Reforma como núcleo de la vida social y política de la capital del país”.

Miembro del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México y exdirectora de Patrimonio Histórico y Cultural de la capital, Lozada León señala que la avenida ha pasado de ser un paseo vistoso y social en la época porfiriana a convertirse en un espacio politizado desde la Revolución Mexicana.

“Es muy interesante porque los desfiles se comienzan a hacer en Reforma porque se quería dar vida a esa avenida desde tiempos del porfiriato. Hay desfiles, comienzan a surgir los primeros hoteles modernos de finales del siglo XIX, con todos los servicios de turismo”.

Con la Revolución Mexicana, los desfiles se tornaron políticos, como la llegada de Francisco Villa y Zapata a la capital o la entrada de Francisco I Madero, que recorrió parte del paseo. Más adelante, ha sido clave para las manifestaciones estudiantiles del 68 y, en las últimas décadas, de todo tipo de manifestaciones políticas y sociales.

Cada año, esta avenida se tiñe de diversos colores por la cantidad de gente que sale a tomarla para manifestarse: la marea verde la inunda en pro de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, los colores del arcoíris la iluminan en favor de la comunidad LGBT+, el violeta aparece exigir un alto a la violencia en contra de las mujeres, y así, diversos sectores de la sociedad se apropian de este espacio para hacerse escuchar.

A la par de eso, también ha tenido transformaciones urbanas significativas como ampliaciones en su trazo, pues originalmente el trayecto iba de Chapultepec a Bucareli.  También se han registrado cambios de esculturas y monumentos.

Entre los traslados de monumentos más significativos está el de los Indios Verdes, que originalmente fueron colocados en 1890 en Reforma y luego llevados a la Calzada de la Viga en 1902 porque, a decir de la historiadora, “a los ricos que estaban llegando a ocupar esa zona no les gustaron”.

Otro caso emblemático fueron los cambios realizados a la efigie de la Diana Cazadora en la década de 1940 debido al escándalo que provocó su desnudez entre las mentes conservadoras.

Un poco de historia

Según la historiadora Guadalupe Lozada León, la calzada se trazó originalmente sobre tierras agrícolas que eran parte de la Hacienda de la Teja. La intención del emperador Maximiliano era evitar la fangosa Avenida Chapultepec que se inundaba constantemente y tener un camino más directo al ahora Palacio Nacional. Y aunque fue él quien hizo el trazo, la calzada empezó a tomar forma y a urbanizarse hasta finales del siglo XIX, con Sebastián Lerdo de Tejada, pero el proyecto más concreto de embellecimiento y diseño escultórico fue emprendido por Porfirio Díaz.

“El primero que intenta hacer algo con esa calzada es el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, que tiene alguna idea sobre el embellecimiento, pero todo se queda en proyecto, lo único que llegan a hacer es sembrar árboles en los laterales. Después, en tiempos de Porfirio Díaz, en su primer gobierno, es cuando se coloca ya la escultura de Colón, en 1877”, recuerda.

Aunque siempre se ha dicho que nació con el nombre de Paseo de la Emperatriz, Guadalupe Lozada León dice que los documentos en archivos históricos siempre se refieren al proyecto como Calzada del Emperador, por lo que no hay evidencias del otro nombre.

El tramo que concentra más monumentos históricos es el que va de la Torre Mayor a El Caballito, en Bucareli. Se trata de monumentos y mobiliario que por su temporalidad están catalogados por el INAH.

En ese tramo hay 37 esculturas de personajes ilustres de la Reforma que comenzaron a colocarse desde 1889, unos 28 jarrones de bronce intercalados entre las estatuas, una serie de bancas de piedra de cantera que desde 1878 se integraron al paisaje del corredor, así como cuatro glorietas: la de Cristóbal Colón (REMOVIDA), la de Cuauhtémoc, la Columna de la Independencia y la Diana Cazadora.

En ese tramo también hay esculturas de artistas como Leonora Carrington y una serie de bancas artísticas que forman parte de la exposición Diálogo de bancas que fue montada en 2006 y en la que participaron firmas como Vicente Rojo, Legorreta+Legorreta, Fernando González Gortázar y Manuel Felguérez.

El tramo de Bucareli a la glorieta de Peralvillo es considerado de valor artístico porque son esculturas y monumentos del siglo XX. Ahí, entre tres glorietas hay 39 esculturas de personajes ilustres, alternados por jarrones, que fueron colocados entre 1976 y 1982, cuando el gobierno local decidió ampliar la avenida Reforma hacia el norte.

El primer antimonumento en colocarse fue la estructura con 43+, en memoria de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa que desaparecieron en 2014. Fue instalado en 2015 por los padres de los jóvenes sobre Paseo de la Reforma.

De la protesta a la permanencia

En los últimos años, los antimonumentos han emergido como una forma de expresión social. Se erigen como una respuesta a la concepción tradicional de los monumentos, buscando provocar la reflexión y el cuestionamiento de la historia y la sociedad en la que vivimos. Sin embargo, en términos legales, no están protegidos por ninguna de las instituciones federales que están dedicadas a proteger el patrimonio cultural de México.

La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, Artísticas e Históricas de 1972 se basa en la clasificación temporal de los objetos, distinguiendo entre aquellos que son considerados artísticos, históricos, paleontológicos o arqueológicos.

Además, divide la responsabilidad entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), encargado de los bienes históricos, artísticos, arqueológicos y paleontológicos anteriores a 1900, y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), que se encarga de los bienes artísticos posteriores a ese año.

De acuerdo con Daniela Pascual, vocera de las Restauradoras con Glitter, no son reconocidos como objetos artísticos ni históricos en el sentido conmemorativo tradicional, por lo que plantean desafíos a esta estructura legal.

Los antimonumentos en México son instalaciones públicas que sirven como manifestaciones de protesta y búsqueda de justicia en el espacio público. Aunque no se ajustan a la categorización tradicional de monumentos artísticos o conmemorativos, tienen un propósito social y político claro: visibilizar problemas sin resolver en la sociedad. Foto: Especial
Los antimonumentos en México son instalaciones públicas que sirven como manifestaciones de protesta y búsqueda de justicia en el espacio público. Aunque no se ajustan a la categorización tradicional de monumentos artísticos o conmemorativos, tienen un propósito social y político claro: visibilizar problemas sin resolver en la sociedad. Foto: Especial

“Estos objetos son instalados por grupos de personas que han sido víctimas de diversas injusticias, abusos o desgracias y no han encontrado una respuesta adecuada por parte de las instituciones gubernamentales encargadas de proteger a la sociedad.

“La lógica de los antimonumentos no está contemplada en la legislación cultural y patrimonial del país, que se basa en la preservación de elementos culturales y artísticos seleccionados. Sin embargo, la incorporación de estas expresiones ciudadanas en el espacio público plantea preguntas sobre cómo armonizar las leyes y reconocer estas manifestaciones como patrimonio”, declara.

Pascual los nombra como “ejercicios ciudadanos” que buscan la visibilización de problemas sociales y la exigencia de justicia. No obstante, su permanencia es un tema que, hasta la fecha, genera negociaciones, pero no se basa en leyes culturales, sino en tratados internacionales a los que México está suscrito, que garantizan el derecho a la protesta y la libertad de expresión en el espacio público.

La relación entre los antimonumentos y la ley es compleja, ya que plantea desafíos sobre cómo conciliar estas expresiones con el patrimonio cultural y artístico tradicionalmente reconocido por las instituciones legales. Incluso, si es pertinente, o no, que se pueda abogar por su restauración o conservación.

“La antimonumenta de Bellas Artes y los 43+ son dos casos en particular, pues sí hay un pronunciamiento en el espacio público en donde se dice que debe permanecer hasta que haya una solución a ese problema y haya justicia para las víctimas, o sea, son un recordatorio de una situación.

“Es fundamental comprender que los antimonumentos son actos ciudadanos, y su gestión, pienso, no debería recaer en las instituciones gubernamentales encargadas de la conservación del patrimonio. En lugar de ser considerados patrimonio cultural, estos objetos buscan solucionar problemas sociales y éticos. Por lo tanto, el enfoque debería ser escuchar a los grupos que los instalan y entender su perspectiva sobre la conservación”, opina.

Lo desafíos sobre su permanencia

La pregunta sobre si los antimonumentos deben ser catalogados como patrimonio cultural es compleja. Si bien algunos argumentan que tienen un valor histórico y social significativo, también advierten sobre el riesgo de banalizar su verdadero propósito.

Los manifiestos que respaldan su permanencia hasta que se solucionen los problemas que representan plantean interrogantes sobre qué sucedería si esos problemas se resolvieran.

“La discusión sobre la conservación de los antimonumentos plantea cuestiones más profundas sobre cómo abordar la memoria y la protesta social en el espacio público. Mientras se sigue debatiendo su estatus legal y su conservación, es esencial recordar que estos objetos buscan cambiar la perspectiva de la opinión pública y mantener vivo el recuerdo de problemas no resueltos.

A medida que pasan los años desde su instalación, podríamos considerar la posibilidad de registrarlos o catalogarlos como un registro de la persistencia de estos problemas en la sociedad, más allá de su preservación física”, concluye Daniela Pascual.

Antimonumentos, un reflejo de la realidad

El filósofo francés Henri Lefebvre aseguraba que el espacio público es una construcción social, idea con la que está de acuerdo el investigador mexicano Roberto Ponce, de la escuela de Ciencias Sociales y Gobierno del Tec de Monterrey, quien explica que son la actividad social es la que dota de valor a los lugares, como corredores o avenidas.

“El espacio físico va siendo un reflejo de toda esta actividad que van haciendo las personas, de los valores de una época y demás. Las ciudades no son algo estático, el Reforma de hoy en día no es el mismo que el de hace 100 años, se va reconfigurando”, explica Ponce, quien tiene un doctorado en estudios urbanos por el MIT.

Loa antimonumentos son muestra de la apropiación del espacio por parte de los mexicanos y dan testimonio de la realidad que vivimos, donde la violencia, las injusticias, las desapariciones y los feminicidios desgarran a la sociedad. También son, de alguna forma, una aspiración de cambio y un registro de inconformidad que existe; por lo que deben persistir y conservarse.

“Tenemos que ser flexibles, ser menos estrictos en esas posiciones de decir que no se toque, es una ciudad museo, no es un corredor museo. Una arteria principal como Reforma o algo tan vibrante como el Centro de la Ciudad de México no es una ciudad museo, es una ciudad que va reflejando justamente todas estas inquietudes, protestas, eventos que reflejan una sociedad desgarrada”, enfatiza el investigador.

Roberto Ponce, investigador del Tec de Monterrey, explica la importancia de que la sociedad mexicana se reapropie del espacio público y deje testimonio de los problemas que los aquejan en la actualidad, como la violencia, las desapariciones y los feminicidios. Foto: Especial
Roberto Ponce, investigador del Tec de Monterrey, explica la importancia de que la sociedad mexicana se reapropie del espacio público y deje testimonio de los problemas que los aquejan en la actualidad, como la violencia, las desapariciones y los feminicidios. Foto: Especial

Ponce explica que existen dos formas de erigir algo físico con valor en el espacio público: una es desde el poder, es decir, de arriba hacia abajo; y otra es desde la sociedad, o sea, de abajo hacia arriba. Por ejemplo, la Estela de Luz fue algo mandado a construir por el gobierno con el fin de ser significativo para las personas o el ahuehuete que se colocó sobre Reforma. Los antimonumentos vienen desde abajo, de la sociedad, de la colectividad en torno a un tema, en la mayoría de los casos desgarrador.

“Los de arriba hacia abajo pueden ser exitosos, pero llevan mucho tiempo para tener ese arraigo, el Ángel de la Independencia, por ejemplo, fue completamente de arriba hacia abajo, que construyó Rivas Mercado por decisión del Gobierno de Porfirio Diaz; entonces, hoy en día nadie duda de que tiene arraigo, pero llevó 100 años, pero también está la Estela de la Luz que no tiene el arraigo, quizás en 50 años lo logre o no, pero son cosas que llevan tiempo porque se van adaptando, se van moldeando a la ciudad. Los de abajo hacia arriba, yo creo que sí tienen arraigo y en algunos casos terminan siendo emblemas”, comparte el profesor del Tec de Monterrey.

Ponce reitera que es esencial que las personas se reapropien del espacio público. Si nos vamos a las escuelas más clásicas de sociología urbana, una ciudad vibrante, exitosa, es en donde, en primer lugar, hay una mezcla de distintos elementos y, en segundo, hay una apropiación del espacio que recuperan las personas.

“El espacio público es ese punto de intercambio donde vas y te encuentras a las otras personas, tú tienes tu recinto privado, que es tu vivienda particular, pero el hecho de salir e ir al espacio público es un punto de interacción entre distintos niveles de vida, sociales y demás; esa interacción es positiva para generar ciudadanía, para generar un espíritu de liberación pública y de comunidad”, finaliza.

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