Marcelizan la revolución

Hoy, los límites entre los partidos se han desdibujado de tal manera que han perdido fisonomía, sus plataformas se mezclan tan torcidamente que ponen en riesgo su identidad. Hoy, resulta inexacto pensar que los dirigentes y militantes de los partidos responden monolíticamente a metas comunes o a una planeación afín. 

Gabriel Reyes Orona Gabriel Reyes Orona Publicado el
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Hoy, los límites entre los partidos se han desdibujado de tal manera que han perdido fisonomía, sus plataformas se mezclan tan torcidamente que ponen en riesgo su identidad. Hoy, resulta inexacto pensar que los dirigentes y militantes de los partidos responden monolíticamente a metas comunes o a una planeación afín. 

No, vivimos de manera hipócrita una realidad multipartidaria donde los políticos de las corrientes dominantes, casi todas con caudillos evidentes, militan en diversos partidos. Los temas parlamentarios permiten identificarlos, siendo el voto “aparentemente” dividido, la divisa que permite dar seguimiento a los intereses y tendencias que los agrupan. 

Marcelo Ebrard es el caso más drástico del camaleonismo político, capaz de empuñar cualquier bandera con tal de dar apariencia de vanguardismo y mantener presencia en los medios de comunicación. Hasta hizo de asuntos reservados a las sábanas su bandera multicolor. 

Monaguillo de Camacho, cuya lealtad a su jefe hace 20 años le permitía ver, oír y callar lo que fuera, pasó a ser uno de los favoritos de Elba Esther, y eso le permitió acudir a importantes mesas de decisión, donde se trenzaban los intereses empresariales de los cuales está construido el amasijo que es ésta urbe, en la que la construcción de vialidades, desarrollos habitacionales y plazas comerciales marca el rumbo de quienes en ella habitamos. 

Ebrard tuvo que luchar mucho, aferrándose sin recato alguno a todo tipo de promotores, sí, multicolor, para colarse a círculos que lo sacaran de la costosísima, pero infructuosa campaña de un partido desconocido, dizque social demócrata, cuyos carteles inundaron la capital con una foto suya, digna de anuario escolar. 

Hoy, las cosas han cambiado, Camacho es uno de los pajes que sostienen el manto imperial que cubre al francés que formalmente se hace pasar por mexicano. Sí, conforme a la legislación francesa, Ebrard es nacional de aquella nación, la que lo formó dado su origen. 

En el 2000, aunque pasara casi inadvertido, Fox nos mostró a los mexicanos lo que es ser un país gobernado por un criollo. Ello no había sucedido desde la caída del virreinato. Nos guste o no, los mejores negocios se han cerrado a favor de empresas españolas, y, el gen de doña Marina que se somete ante lo extranjero, ha hecho que Calderón viva deslumbrado por todo lo que viene de fuera, habiéndose encargado de ser el presidente del empleo en otras naciones y de hacer que viva mejor el capital de quienes estando quebrados en sus países, vienen a aprovechar los negocios que se niegan a empresas mexicanas. 

Así, la gira empresarial -sin cobertura mediática- al extranjero de sus personeros,  redundó en que la capital pareciera zona salida de una escena de bombardeo.

Los enormes adefesios con los que Marcelo inventó un nuevo suelo, un segundo piso para entregarlo a extranjeros, son sólo la punta del iceberg de la reconquistar. 

Los de la derecha privatizan, los de la izquierda marcelizan. Se acabó el hueso, y al parecer, también el idilio con Bueso. Con inusitados cambios del uso del suelo, Marcelo quiere dejar enormes torres en áreas residenciales, como revancha por aquella que no pudiera levantar en Reforma. Avenida Revolución, su nueva víctima.  

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