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Replantear la ciencia

Me he perdido de todo o quizás de casi nada. Me he perdido de una guerra que ha vuelto a las calles cementerios de inocentes y a su vez prueba de que escondidamente, o quizás no tanto, estábamos más podridos de lo que creíamos. La contaminación, se dice, mata el olfato.

Me he perdido de todo o quizás de casi nada. Me he perdido de una guerra que ha vuelto a las calles cementerios de inocentes y a su vez prueba de que escondidamente, o quizás no tanto, estábamos más podridos de lo que creíamos. La contaminación, se dice, mata el olfato.

Mi más preocupante visión foránea es quizás en mi área, la innovación, la ciencia, la educación. Veo a México como un joven decrépito al que se la ha roto la flagrante bicicleta de medio siglo atrás. No es que no haya gente preparada o dispuesta, sino es que la preparación es –en promedio- poco comparable con la de universidades dedicadas a entrenar la mente en la ciencia, la pregunta, el escepticismo y cómo formular respuestas.

Para esto se necesita equipo, dinero y una nueva visión de la investigación en México, para qué la queremos y para qué nos va a servir, tanto de cómo la enseñamos como de lo que puede ser y de los estándares mundiales.

Así como cambiar la mentalidad de los estudiantes, hacer que busquen y amen el trabajo, elevar el resultado de lo esperado un paso más allá y recompensar su esfuerzo, no robarlo.

Desafortunadamente todo esto empieza en la educación básica, otro tema preocupante que necesariamente repercute en las áreas más avanzadas de la búsqueda de nuevo conocimiento.

Si realmente buscamos replantear la ciencia en México, busquemos los mejores estándares mundiales. Esa debe ser nuestra meta: la excelencia. Veo un país aferrado a viejos maestros que olvida el apoyo a los inquisitivos jóvenes (si bien aún con camino por aprender) y un sistema institucional diseñado no para alentar retos a dogmas, cooperación entre sus miembros y excelencia en las preguntas que formulamos, y sí para buscar formar (y reverenciar) jerarquías alentando la competencia burocrática, dejando escasos recursos para la sangre nueva, combustible de la innovación.

Eso lleva a un México en donde aceptar ser científico (a mi ver) implica perder la gran posibilidad de competir con mis colegas con los que ahora discuto, tener estudiantes con becas que no les son suficientes y con una base que puede presentar grandes deficiencias.

Eso veo y me preocupa, añoro, amo y  extraño México y sin embargo parece un sueño lejano el hacer allá lo que aquí hago. Pero bueno, eso es desde mi visión foránea. Espero que la distancia distorsione para bien mi inocente y temporal percepción.

– Hugo Arellano Santoyo, del DF, hace un doctorado en biofísica en la Universidad de Harvard

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