El samurái de los datos

Si alguna vez te han aburrido los datos estadísticos, o te parecen obviedades, es porque no has conocido a Hans Rosling.

Es médico por profesión, pero estadístico por gusto.

Nacido en Noruega, estudió algunos cursos de estadística, pero su enfoque desde joven fue la medicina. Decidió trasladar sus conocimientos a África y por años fue el encargado médico de una pequeña localidad en Mozambique.

Estando ahí, basándose en datos descubrió el brote de una enfermedad mortal. Y a lo largo de más de 20 años comprobó cientos de relaciones económicas con enfermedades.

Si alguna vez te han aburrido los datos estadísticos, o te parecen obviedades, es porque no has conocido a Hans Rosling.

Es médico por profesión, pero estadístico por gusto.

Nacido en Noruega, estudió algunos cursos de estadística, pero su enfoque desde joven fue la medicina. Decidió trasladar sus conocimientos a África y por años fue el encargado médico de una pequeña localidad en Mozambique.

Estando ahí, basándose en datos descubrió el brote de una enfermedad mortal. Y a lo largo de más de 20 años comprobó cientos de relaciones económicas con enfermedades.

De regreso en casa, Rosling comenzó a dar clases en el Instituto Karolinska en Noruega, donde según sus palabras descubrió que “los estudiantes más brillantes saben menos del mundo que unos chimpancés”.

Fue entonces cuando lanzó una cruzada internacional para eliminar los mitos del desarrollo.

Sus conferencias se llenan de vida. Lo que parecen simples datos, son explicados por Hans con la misma emoción que un comentarista de deportes.

Con sus programas de computadora, únicos en el mundo, de pronto el crecimiento del PIB o las tasas de mortalidad toman sentido. Y siempre va un paso adelante del publico.

En plena conferencia, tras explicar al auditorio que lo que muchas veces puede parecer imposible, es posible, se cambió su camisa de cuadros por una sin mangas, y ante el asombro y risa de todos, sacó una espada sueca y tranquilamente se la insertó en su boca hasta que llegó a su estómago.

Sin ningún otro punto qué probar, el sonriente doctor dio las gracias y bajó del escenario. Si un doctor en estadística puede comer espadas, todo es posible.

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