La universidad dorada es una escuela privada y la otra es una escuela pública, pero las dos se mantienen con recursos públicos. Foto: Especial

UNAM, universidad de contrastes

En la Máxima Casa de Estudios del país contrastan dos tipos de realidades, por un lado, los institutos de investigación y programas universitarios especiales, y por el otro, la universidad popular que casi todos conocen, la de las facultades y bachilleratos a los que asisten miles de alumnos

La supuesta plaga de chinches en la Universidad Nacional Autónoma de México exhibe situaciones intramuros desconocidas, pero al ponerlas en el tamiz de la realidad resultan escandalosas y particularmente reveladoras acerca de la UNAM, justo ahora con el proceso de selección de nuevo rector.

La más importante es la existencia de una institución con dos caras: la del glamour “académico” y la de los robos, la falta de espacios dignos y a la que se le regatean recursos.

La UNAM tiene dos caras. Comparten espacio físico en Ciudad Universitaria y escudo, pero que no se parecen en nada. La primera es de clase mundial, con instalaciones de primer nivel. La otra es la universidad popular que casi todos conocen, la de las facultades, a la que asisten diariamente 200 mil alumnos de licenciatura y 100 mil de bachillerato.

La popular tiene chinches, dicen algunos de sus estudiantes, y no tiene dinero para fumigar, por lo que deberá recortar otros gastos para pagarla, mientras que la que hace gala con color dorado, no tiene nada parecido al hacinamiento en sus instalaciones, “invierte” su tiempo en decidir en qué otros artículos suntuarios y remodelaciones, gasta su abultado presupuesto.

La universidad de primer nivel tiene 35 institutos de investigación, 14 centros y 13 programas universitarios especiales, como los de John Ackerman, de Estudios para la Democracia y de Luis Raúl González, de Derechos Humanos, que consumen millonarios recursos anualmente y no le aportan mucho a la UNAM, más que relaciones políticas fallidas al rector Enrique Graue.

Esa es la parte del glamour donde se encuentran todas las oficinas administrativas y dependencias, como la Torre de Rectoría, TV UNAM, la Coordinación de Humanidades, y los espacios donde despacha el staff del rector; la también llamada “casta dorada”. En esas oficinas y en los institutos de investigación no hay alumnos que se trasladan en transporte público, sino investigadores que investigan, pero sin aportaciones a la sociedad y funcionarios que no conocen la realidad de la UNAM porque viajan en auto particular, sin chinches.

Ahí, en las dependencias de la “casta dorada”, unas cuantas personas gozan de amplísimas oficinas con instalaciones de primer mundo: cubículos de lujo, baños privados perfectamente equipados, salas de juntas con mesas de maderas preciosas, paredes de cristal, aire acondicionado, estacionamientos abundantes y hasta techados, áreas verdes de uso exclusivo, entre otras comodidades que contrastan con lo que se ve y se vive en las facultades, escuelas y bachilleratos.

La universidad pobre tiene 16 facultades, nueve escuelas nacionales, cinco unidades multidisciplinarias, las FES, nueve preparatorias y cinco colegios de Ciencias y Humanidades. Recibe cada día a 300 mil alumnos solo en la Ciudad de México y su zona metropolitana.

Ese rostro universitario educa a los hijos de la sociedad mexicana, a los que creen en el esfuerzo y aún confían en que terminar una carrera universitaria les cambiará la vida; a los que viajan en el transporte público y recorren a diario horas de camino para llegar a una aula con más de 60 alumnos; a los que estudian en una facultad o un bachillerato con carencias e insuficiencias inocultables, sin rampas para discapacitados ni tampoco elevadores, con pocos baños, modestos y apenas con dotación de agua, jabón y papel sanitario.

Mismo presupuesto

La universidad dorada es una escuela privada y la otra es una escuela pública, pero las dos se mantienen con recursos públicos. Una estira su insuficiente presupuesto para darle esperanza y preparación a los hijos de ese pueblo que quieren ser profesionistas, mientras la privilegiada le da cargos y plazas, con jugosos salarios, a los egresados de escuelas privadas que nunca estudiaron en una aula de la UNAM, y que nunca han destacado en su profesión.

El jueves 5 de octubre la universidad nacional emitió un comunicado en el que anunciaba fumigaciones escalonadas en sus diferentes áreas. Era la respuesta a la demanda de algunos estudiantes que se quejaban de la presencia de chinches, a pesar de no existir, según los expertos universitarios, evidencias de ninguna plaga.

No hay chinches pero la realidad es otra. De lo discutido en una reunión sobre el tema, convocada por la Secretaría de Prevención, Atención y Seguridad Universitaria, a cargo de Raúl Arcenio Aguilar Tamayo, realizada el 4 de octubre, se sabe que la supuesta fumigación escalonada y coordinada, no existe.

Los trabajos de fumigación estarán a cargo y se realizarán de acuerdo a las posibilidades, única y exclusivamente, de las facultades donde los estudiantes cayeron en el juego de quiénes indujeron la discusión sobre la existencia de una plaga de chinches no comprobada, pero que ya provocó la actividad irregular, otra vez, en varias facultades durante una semana.

La fumigación será responsabilidad, operativa y presupuestal, de las facultades. No habrá presupuesto adicional de la Secretaría de Administración, encabezada por el candidato a rector, Luis Álvarez Icaza, para esas tareas. Para fumigar, las facultades deberán buscar recursos de su propio presupuesto, ya castigado e insuficiente en comparación con el presupuesto de los institutos, centros y programas universitarios que no atienden estudiantes.

Una vez más, igual que en la pandemia, el rector Graue y su staff, la “casta dorada”, dejaron solas a las facultades ante un problema de toda la UNAM.

Cada fumigación tiene un costo promedio de 100 mil pesos dependiendo del tamaño de las instalaciones. Para la economía de las facultades, se trata de un gasto extraordinario e imprevisto que impacta, y mucho, sus finanzas.

Varias como Veterinaria, Química, Derecho y Arquitectura, ya han fumigado incluso dos veces, todo para atender y calmar las exigencias de los alumnos que cayeron presas de la manipulación de quienes, parece que desde el interior de la propia UNAM, construyeron la narrativa de una plaga inexistente, diseñada para convulsionar a las facultades, justo cuando la Junta de Gobierno desarrolla el proceso de auscultación para seleccionar a la nueva persona, mujer u hombre, que se hará cargo de la Rectoría.

Ante la evidencia de dos realidades y la manipulación detrás del “chinchegate”, la pregunta que ronda en el ambiente universitario es si el sucesor de Enrique Graue debe salir de las oficinas de la “casta dorada”, o de las entrañas de la verdadera UNAM, la de las facultades y escuelas que viven diariamente los problemas universitarios, reales o inducidos, con sus numerosas comunidades.

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