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Ellos respiran lo peor

De la contaminación se habla mucho, pero la doctora Lilian Calderón-Garcidueñas, toxicóloga mexicana, publicó hace unas semanas un estudio en el que revelaba un dato que toca de cerca de muchas familias, y podría cambiar la forma en que se ve el problema ambiental.

Según los resultados de su estudio, para el que se realizaron una comparación entre 58 muestras de fluido cerebroespinal de personas que viven en áreas con baja contaminación, y 81 ejemplares de niños que están creciendo en la Ciudad de México, estos últimos tienen un mayor nivel de autoanticuerpos.

De la contaminación se habla mucho, pero la doctora Lilian Calderón-Garcidueñas, toxicóloga mexicana, publicó hace unas semanas un estudio en el que revelaba un dato que toca de cerca de muchas familias, y podría cambiar la forma en que se ve el problema ambiental.

Según los resultados de su estudio, para el que se realizaron una comparación entre 58 muestras de fluido cerebroespinal de personas que viven en áreas con baja contaminación, y 81 ejemplares de niños que están creciendo en la Ciudad de México, estos últimos tienen un mayor nivel de autoanticuerpos.

Estos –a causa de un daño en las barreras que deberían proteger a su cerebro, y que permiten que partículas de contaminación lleguen a él– atacan a dicho órgano, lo que podría provocar el desarrollo de enfermedades degenerativas, como Alzheimer o Parkinson. 

Un peligro silencioso

En entrevista con SinEmbargo, Calderón-Garcidueñas explicó que la inhalación de contaminantes desencadena una reacción inflamatoria que se extiende por el organismo, y que niños que en apariencia están sanos pueden vivir con una inflamación sistémica.

Para detectarla, es necesario realizar estudios específicos y compararlos con los resultados de un pequeño que viva en una ciudad con niveles de contaminación radicalmente distintos.

“Esta inflamación tiene repercusiones serias a muchos niveles, incluyendo el cerebro en desarrollo”, señaló la especialista a la publicación.

Por lo general, los seres humanos cuentan con barreras que impiden el paso de contaminantes al organismo. Pero los niños que viven en la Ciudad de México han sufrido de una exposición prolongada, y sus barreras han sufrido daño.

Así que su efectividad para protegerlos disminuye, dejando que toxinas, metales y otras partículas se abran paso hacia el cerebro, cosa que sucede con mayor dificultad en niños que viven en sitios con aire menos contaminado.

Como respuesta a los materiales extraños, el cerebro comienza una cadena de reacciones inflamatorias, y una respuesta defensiva. Esta última altera las proteínas que podrían, eventualmente, desatar los procesos que provocan padecimientos neurodegenerativos como Alzheimer y Parkinson.

“Adolescentes que viven en la ciudad de México tienen ya las marcas de Alzheimer y Parkison cuando se examinan muestras de autopsia”, manifestó la experta.

El problema es especialmente grave porque se desconoce, es difícil de detectar y tiene consecuencias desde los primeros años de vida de los pequeños.

“En niños clínicamente sanos y en adolescentes, estamos viendo desde el punto de vista clínico deficiencias olfatorias, alteraciones metabólicas cerebrales y sobre todo alteraciones cognitivas, incluyendo problemas de memoria”, aseguró.

Todos estos síntomas son descriptores de quienes podrían presentar enfermedades neurodegenerativas en el futuro.

“(…) Estos cambios inflamatorios se pueden disminuir significativamente con el consumo de una dieta rica en antioxidantes”, dijo. Pero ninguna medida “sería efectiva mientras la población siga constantemente expuesta a niveles de contaminantes como partículas finas por arriba de las normas aceptadas y, por ende, persista el estado inflamatorio del que hablamos en líneas anteriores”.

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