La ley de mercados digitales entró en vigor en Europa, Reino Unido y Estados Unidos, imponiendo multas a empresas líderes en la materia. Foto: Especial

Tiempos de cambio en la regulación de mercados digitales

Quizá incluso descubramos algún día que la mayoría de las empresas tecnológicas tampoco sabían cómo evaluar la calidad de sus datos

En los circuitos de las autoridades económicas se respiran tiempos de cambio en la regulación de los mercados digitales. Esto en parte se debe a la entrada en pleno vigor de la ley de mercados digitales en Europa a principios de marzo, pero la tendencia ya se notaba desde antes.

En Estados Unidos, la comisión de competencia ha lanzado procesos contra Meta/Facebook y Amazon. En el Reino Unido se rechazó, y luego se aceptó con condiciones, que Microsoft adquiriera Activision. En la Unión Europea se multó a Apple con mil 800 millones de dólares por dominancia a través de su tienda de apps.

Este ambiente de cambio estuvo muy presente en la Jornada Abierta para la Competencia Económica organizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico​ el pasado 6 de marzo, en la que autoridades, analistas y académicos debatieron las tendencias en la regulación del sector. Atrás quedaron los días en los que se podía debatir si era conveniente dejar libres a los mercados digitales.

De esas conversaciones solo queda más o menos vergüenza de los reguladores que se tardaron en actuar. Las autoridades europeas, en cambio, se sienten particularmente empoderadas de ir a la ofensiva por haber sido los primeros en tomar un rol activo.

Aquí estoy usando la palabra regulación en el sentido amplio de cualquier intervención del Estado. Precisamente los grandes debates trataron sobre la naturaleza de dicha intervención hacia adelante. ¿Debe ser a través de regulaciones estrictas que mecánicamente generan consecuencias cuando se cruzan ciertas líneas?

¿O deben seguir el procedimiento tradicional de las autoridades de competencia en la que se actúa en respuesta a una falta ya cometida balanceando costos y beneficios para los consumidores?

Y aunque la decisión de actuar de alguna forma ya está tomada en los países desarrollados, todavía se mantiene el reto de comprender el complejo mundo nuevo que se está creando en los mercados digitales. Un ejemplo típico de la dificultad en entender la nueva realidad, es que frecuentemente los mercados digitales no cobran al usuario final.

¿Cómo demostrar que el precio es más parecido a un monopolio que a la competencia perfecta cuando ni siquiera se cobra por usar las apps?

En esto no sirve apelar al dicho común “si no sabes qué producto vende tu app, es porque tú eres el producto que vende”. Lo anterior es cierto, pero de uso limitado en juicios de competencia.

¿Cómo podríamos realmente pedir que los reguladores asignen valor monetario a los datos personales si nosotros como usuarios los “regalamos” haciendo click sin leer las condiciones?

Y si el producto son los datos del consumidor, ¿cuál es el mercado relevante?, ¿Podemos medir la dominancia de las empresas en distintos tipos de datos? OpenAI no dice nada sobre cómo determina la calidad de los datos con los que entrena su chatGPT.

Quizá incluso descubramos algún día que la mayoría de las empresas tecnológicas tampoco sabían cómo evaluar la calidad de sus datos, pues estaban demasiado ocupados en conseguir más información a cualquier costo.

Para adaptarse a este fascinante y retador mundo nuevo, es iluminador ver cómo las autoridades regulatorias del Reino Unido innovan en su diseño institucional. Ahí la autoridad de competencia está estableciendo equipos de científicos de datos y contratando infraestructura computacional.

Esto se requerirá para poder evaluar la conducta competitiva de los algoritmos de las empresas digitales. El Reino Unido también ha creado un foro de coordinación de autoridades en temas digitales, reconociendo que se traslapan temas de competencia, telecomunicaciones y privacidad de datos.

¿Qué rol corresponde a México en esto? Como en muchos temas, el primer gran obstáculo a superar es la tendencia a negar nuestra capacidad de influir sobre el ámbito internacional.

En el tiempo de la inteligencia artificial, los usuarios desean respuestas personalizadas en su idioma. Pues México es el país con más usuarios de internet en español (82), con casi el doble que España (46) y Argentina (45). También estamos particularmente bien posicionados para influir en el G20 (al que España no pertenece).

Incluso podemos conseguir influir en el entorno norteamericano a través de nuestra importancia vital para la estrategia de nearshoring. Ojalá que aprovechemos el probable giro hacia lo técnico que tendrá la siguiente administración para impulsar estos temas.

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