¿Cómo curar la cruda postelectoral?

El país está que arde. Aunado a los problemas públicos cotidianos estamos ante escenarios que, probablemente, a más de uno roben el aliento.

En el “río revuelto” nadie gana y, sin embargo, parece que debemos acostumbrarnos a ese ruido que cada 3 y 6 años nos aleja de lo que deberían ser los retos colectivos comunes.

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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El país está que arde. Aunado a los problemas públicos cotidianos estamos ante escenarios que, probablemente, a más de uno roben el aliento.

En el “río revuelto” nadie gana y, sin embargo, parece que debemos acostumbrarnos a ese ruido que cada 3 y 6 años nos aleja de lo que deberían ser los retos colectivos comunes.

Análisis van y vienen, si es que se les puede llamar así, pero en el fondo todos le quieren hacer al “brujo”. Al final, partidos más y menos, los habitantes tenemos que coexistir pese a los resultados. Ahí es donde la política fragmenta, divide, desespera a quienes no participamos en ella.

Claro está que nadie nos enseñó cómo era eso de tener derecho a “votar y ser votado”, pocos incluso conocemos los ideales, reglamentos, actores, instituciones de la arena electoral. La gran mayoría jugamos a un “melatismo” combinado con rumores, miedos, olas triunfantes y “ascos” que pudieran ser nocivos.

Sin duda, lo que deja la elección pasada sigue siendo una apatía generalizada de que el sistema electoral no funciona o que de plano las poblaciones no saben elegir (aunque siempre en eso hay que hacerse la pregunta sobre qué tanto sale de nuestro prejuicio y forma de vida y qué tanto es una realidad).

El asunto es que cualquier exceso es nocivo. Necesitamos hacer algo para no permitir ser presas de que todo sigue igual y dejarle únicamente la responsabilidad a aquellos que han sido electos y que tomarán decisiones públicas que nos afectan a todos, incluyéndolos.

Porque aunque la democracia tiene el pilar llamado voto, ejercemos nuestros derechos a diario. No hay varita mágica, no existen Mesías, no hay salvadores de ocasión, tampoco gente súper poderosa que pueda solucionar lo que nos aqueja.

Lejos de la grilla a la que ya nos tienen acostumbrados, deberíamos hacer una apuesta conjunta para dejar de ser tan “víctimas del sistema” como nos la hemos creído y más bien dejar de hacer como que la virgen nos habla, que el “milagro” democrático no nace, se hace y depende de múltiples factores que aunque no queramos, estamos involucrados.

Entonces, si en lugar de aventar madres como siempre e irnos a dormir a la casa porque todo está “igual” y “nadie” lo puede “cambiar”, empezamos a trabajar desde donde nos toca para transformar al país a pesar y en contra de… Otra cosa sería.

Habría que tomar en serio que se tiene que hacer lo que se pueda y desde donde se pueda para ir fortaleciendo lo que hoy, en percepción, parece acéfalo. Podría parecer esto un discurso tibio, cursi o somero.

Así la Madre Teresa de Calcuta resucitara y dirigiera este país, tenemos que estar lúcidos en que debemos dejar de ser los de la eterna espera a que “algo” pase cada 3 y 6 años.

La tarea de esa construcción de confianza, dignidad, propuestas, ideas colectivas son faenas diarias que pocos se atreven a realizar. Es mucho más sencillo contagiar la desesperanza que hacer lo que nos compete para construir nuevas realidades. Y, sí, sí puede curar la cruda. Aunque parezca que no es así.

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