¿Qué hicimos mal?

Me puse a hacer cuentas. Hace 7 años Sergio Fajardo venía por primera vez a Monterrey ante un auditorio abarrotado de personas que estaban a la expectativa de escuchar al exalcalde de una de las ciudades más violentas del mundo en pleno auge de recoger los frutos de la transformación: 

Medellín, Colombia. 

 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Me puse a hacer cuentas. Hace 7 años Sergio Fajardo venía por primera vez a Monterrey ante un auditorio abarrotado de personas que estaban a la expectativa de escuchar al exalcalde de una de las ciudades más violentas del mundo en pleno auge de recoger los frutos de la transformación: 

Medellín, Colombia. 

 

Sin hablar de faenas personales o actitudes mesiánicas, mi profe (como le llamo de cariño) demostraba la historia de un pequeño grupo de habitantes que formó Compromiso Ciudadano, de cómo tomaron el poder pese a no tenerlo y así emprender la tarea más grande en medio del conflicto: la del cambio de la ciudad. 

 

No, Medellín no está en Suiza. Por tanto el reto se asumió como uno colectivo que necesitaba no sólo recursos públicos y privados, sino la voluntad entre la desconfianza que fragmenta a cualquier ciudad de América Latina. 

 

La consiguieron, en casi 20 años han generado nuevos paradigmas que no implican la solución de “varita mágica” de ninguno de los problemas que nos aquejan, pero sí un parteaguas de cómo se pueden iniciar procesos que nos comprometan a los gobiernos y a la ciudadanía. 

 

La corresponsabilidad no llega sola. Se crea y también se destruye porque nadie nos enseñó a cómo resolver nuestros problemas públicos, menos a cómo ser ciudadanos que propongan y vigilen el actuar de lo que es común.

 

Unos pocos no echamos en sacos rotos esa primera vez con Fajardo. Nos dimos a la tarea de descubrir el futuro que ahora nos ha alcanzado. 

 

A mí, que no sé de largos plazos, me sigue dando tanto terror el escuchar o leer cómo algunos piensan que esto es algo “nuevo” o peor aún, que crean que todo lo que se hizo en Medellín es “replicable”. 

 

Es más, que se hable del “Modelo Medellín” o todavía más: que se hable con ligereza de lo que conocen en el discurso, pero desconocen en los procesos. 

 

Como diría mi otro amigo colombiano Jorge Melguizo, quien también fue protagonista de esta historia: No existe el modelo. No hay modelo. 

 

No hay fórmula más que la que nosotros en una búsqueda propia, tomando obviamente los referentes posibles, tenemos que construir con nuestras realidades. 

 

Ya lo afirmaba Ortega y Gasset cuando decía que somos “yo y mis circunstancias”. Eso somos y quizá es lo que no hemos comprendido. 

 

A favor o en contra, como si fuera un sueño borroso o pesadilla, la crisis la tuvimos desde hace muchos años. 

 

No la aprovechamos. Seamos honestos, pero Monterrey no ha gestado como se suponía lo hubiera hecho cualquier sociedad afectada por la guerra, procesos de resiliencia acelerados. 

 

Se han roto paradigmas, eso sí. El “poco a poco” no debe ser despreciado. Pero no es suficiente. 

 

Siete años escuchando a Fajardo. Es demasiado para seguir pensando en que adaptaremos el discurso a las problemáticas y no a las soluciones que nos urge determinar para frenar el declive en el que se encuentra Nuevo León. 

 

Hace tiempo un empresario se lamentaba conmigo preguntándome. “¿Qué hicimos mal?”. 

 

Le contesté que esa no era la pregunta, sino qué vamos a hacer (que es verbo de acción) para reparar los daños, para mirar al futuro, para tomar decisiones urgentes y oportunas. 

 

Pero no, tal parece que les encanta seguir escuchando la misma historia de Medellín sin todavía hacerse preguntas propias, no responderse respuestas propias que avancen al futuro de la ciudad en donde sí vivimos. 

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