La revolución de la ética

“Me dueles México”, sostiene la pancarta. He decido borrar su contenido y mis intenciones de subir una foto “pal feis”. Porque en realidad México, mi país, no me duele. 

A quién le podría doler la tierra que nos da de comer, en la que vivimos y encontramos posibilidades de soñar cada día. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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“Me dueles México”, sostiene la pancarta. He decido borrar su contenido y mis intenciones de subir una foto “pal feis”. Porque en realidad México, mi país, no me duele. 

A quién le podría doler la tierra que nos da de comer, en la que vivimos y encontramos posibilidades de soñar cada día. 

Se escucha muy poético -los más radicales, dirían “patético”- ya me parezco a la maestra Dresser, pero estoy segura que el “statement” que más de uno ha soltado por la tragedia de Ayotzinapa no se acerca a los sentimientos más profundos, de lo contrario, este país estaría vacío o quizá es que lo está, sólo que hoy me resisto a cansarme como “yasabenquién” y pensar de una manera distinta. 

Pero algo está pasando que lejos de las críticas estamos paralizados, o al menos, así parece. 

Más allá de la depresión de patria en la que muchos se han acostumbrado a ser sobrevivientes, o a justificar todo en ella, lo que sí me preocupa es la forma en que vamos a reinvindicar lo público después de tanta desconfianza e incredulidad. 

Porque en estos momentos, encuentro a más de uno intentar convencerme que hay que sentarnos a tomar y llorar (bueno, lo primero siempre se agradece), pero pareciera que como diría mi abuela, son momentos de no creerle ni a la sombra, y siendo zapatista como me asumo, me dan ganas como a todos de salir a hacer la revolución, pero no la de las armas, sino una que rebase el coraje cívico. 

La llamo la revolución de la ética. Primero, quiero responder tres preguntas importantes: 

¿De verdad no hay personas éticas en este país?…

No hablo de santos, héroes y justicieros sociales, que hemos creado en el juego de la percepción –porque aunque ellos no lo crean, también son parte del desencanto-. Sino que estoy pensando en esos hombres y mujeres visibles e invisibles que realmente han encontrado las razones y condiciones para resolver los problemas públicos a los que nos estamos enfrentando. 

¿Es en serio que no hay personas éticas?…

No hablo de los empresarios corruptos que hacen campañas de responsabilidad social para limpiar sus conciencias. Porque aunque se inventen un mundo en donde los otros son los corruptos, ellos también son parte del enfado. 

Me refiero a los empresarios que sin estar en el aparador mediático realmente no sólo dan empleos, sino empleos dignos. 

No sólo producen, sino impactan positivamente en la vida social de sus trabajadores. 

¿Realmente no hay personas que conduzcan su vida pública y privada con ética?…

No estoy hablando de cada una de las sospechas sobre los políticos -que no de ahora sino desde que tengo memoria- han creado monopolios de poder en los partidos, en las colonias,  en los sindicatos. 

A ellos, responsables o no, ya los tienen fichados como los villanos de la historia. 

Me remito a los políticos de las nuevas generaciones que han aprendido a cuestionar, a arriesgar la vida y los puestos, con tal de llevar la agenda del bien común a primer plano, antes que sus nombres con apellidos. 

Pensemos bien la respuesta a cada pregunta para entender que tirar de “pendejos” y “putas” a diestra y siniestra, no hace la diferencia. 

A mí no me duele México. Lo que estoy viendo es la guerra por otros medios en donde lejos de acercarnos a resolver los problemas, nos alejamos. 

Que estar indignado no es sostener la rabia marchando. 

Estar realmente indignado es responder a la revolución que están haciendo esas personas, que tampoco son demasiadas, y que, lamentablemente, en ríos revueltos de chismes, chistes y chinaderas –esto último fue error de dedo- pocos tienen la atención en cómo “tomar las armas” de la ética, pero mejor aún: cómo encontrarse con los revolucionarios de la ética. 

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