La mejor de las armas

Malala Yousafzai está enfundada en el vestido rosa. 

En su rostro, aunque todavía con secuelas visibles del atentado que sufrió, luce una seriedad increíble. 

Con su sonrisa y palabras pausadas conmociona a sus oyentes en el discurso que pronuncia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. 

Es el día de su cumpleaños número 16, aproximadamente un año antes sería víctima de radicales talibanes que le dispararon mientras iba en un camión escolar. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Malala Yousafzai está enfundada en el vestido rosa. 

En su rostro, aunque todavía con secuelas visibles del atentado que sufrió, luce una seriedad increíble. 

Con su sonrisa y palabras pausadas conmociona a sus oyentes en el discurso que pronuncia ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. 

Es el día de su cumpleaños número 16, aproximadamente un año antes sería víctima de radicales talibanes que le dispararon mientras iba en un camión escolar. 

Malala se ha convertido en una de las voces internacionales con mayor credibilidad en el tema de la educación para los niños y, principalmente, las niñas. 

La situación de la educación en diversos países del mundo es precaria. 

Años atrás lo había mencionado Mandela, por ejemplo, al asumir que ésta debe ser una de las prioridades públicas para transformar sociedades pacíficas y respetuosas de la humanidad, como de sus derechos. 

No obstante, el discurso de la educación ha caído vez tras vez, en diferentes tipos de gobierno, en sacos rotos. 

Nuestro país no está lejano a esa situación cuando las cifras comparativas nos demuestran el hoyo en el que estamos sumergidos, tanto con la educación pública como en la privada. 

En el mundo actual, no sólo habría que mostrar lo vulnerables que nos hemos vuelto a la violencia y la delincuencia, a partir de la ausencia de oportunidades para educarnos, sino también de la falta de innovación en los programas de estudios para que esos pocos privilegiados que van a la escuela adquieran un sentido de responsabilidad sobre sus propias vidas, amor al conocimiento y un aprendizaje colectivo de lo que les rodea para involucrarse en sus sociedades. 

Lamentablemente, los escenarios distan mucho de ser halagüeños. 

No hace mucho el filósofo polaco Zigmun Bauman opinaba a un medio de comunicación sobre el desencanto de las nuevas generaciones hacia su futuro, basado en la educación. 

“Los licenciados universitarios de hace tres o cuatro años ven que han trabajado duro para formarse y no encuentran un trabajo que les permita desarrollar una profesión. 

“Antes, los jóvenes veían que la situación de sus padres era el punto de partida del que ellos arrancarían para progresar, porque iban a ir a mejor con toda seguridad. 

“Ahora no ocurre eso”, afirma Bauman, lo que provoca tanto desconfianza, como desencanto. 

Así que la saliva gastada de muchos políticos sobre la educación como eje termina en la basura, porque no hay acciones que los comprometan a hacer lo que les corresponde por medio de las instituciones públicas.  

A pesar de esto, muchas mujeres y hombres en México hemos demostrado que quien quiere estudiar, lo hace incluso yendo en contra de tales obstáculos. 

En Monterrey, por ejemplo, conocí hace un par de días a Marisol González, estudiante del 2º semestre de la Carrera de Ciencia Política. 

A pesar de vivir un entorno familiar que pudo influir para que ella no estudiara, se abrió paso ante la adversidad y consiguió una beca en una universidad privada. 

Actualmente, se dedica a impartir cursos de liderazgo en el servicio para jóvenes que estudian la secundaria. 

Esa educación, como diría mi madre, no nos hace millonarios, pero nos empodera. 

Si amamos el conocimiento, armamos entonces una fortaleza para tener visión compartida de un futuro en donde todos quepamos. 

La educación, así, con tal determinación como la tiene Malala o Marisol, se convierte en un arma para prevenir la delincuencia. 

Malala lo dijo el lunes pasado: “Tomemos los libros porque son nuestras armas más poderosas”.

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