Jorge y Javier: La noche triste de Monterrey

El próximo martes 19 de marzo se cumplirán tres años del asesinato de dos jóvenes estudiantes mexicanos en una de las puertas de nuestra alma máter, el Tecnológico de Monterrey. 

La consumación de este delito no sólo tuvo un impacto social en la comunidad de la institución educativa, también en la ciudad. 

El homicidio doble fue uno de los parteaguas que cambió la percepción de la seguridad. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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El próximo martes 19 de marzo se cumplirán tres años del asesinato de dos jóvenes estudiantes mexicanos en una de las puertas de nuestra alma máter, el Tecnológico de Monterrey. 

La consumación de este delito no sólo tuvo un impacto social en la comunidad de la institución educativa, también en la ciudad. 

El homicidio doble fue uno de los parteaguas que cambió la percepción de la seguridad. 

Más allá: dio origen al involucramiento activo de una parte de la sociedad civil regiomontana que hasta entonces estaba ajena, ciega y en silencio ante un contexto de violencia exacerbada que todavía sigue dejándonos vulnerables a la impunidad, el crimen organizado y la corrupción. 

A pesar de esa “noche triste”, cuyo saldo fueron duras lecciones para Monterrey, se han incremetado los asesinatos de jóvenes estudiantes. 

Hasta la fecha, de acuerdo a las cifras oficiales, contamos 13. 

Tal parece que nuestra memoria de corto plazo nos ha hecho estar condenados a repetir la historia. 

Por eso, sin un afán de exhibicionismo del dolor, es importante reflexionar qué es lo que hemos estado haciendo para crear entornos en donde los jóvenes puedan estar seguros. 

Los jóvenes que han sido en este tiempo “carne de cañón” para los delincuentes, y cuando escribo delincuentes no me refiero a los esterotipos, sino a todos aquellos que en complicidad matan y roban la paz de esta ciudad.  

Es también vital, aunque ha pasado el tiempo, dignificar la vida de estos jóvenes. 

Aclarar que Jorge Antonio Mercado Alonso, de 23 años, y Javier Arredondo Vergudo, de 24, no eran parte del clásico imaginario del estudiante de una escuela privada (como quizá algunos hayan justificado su falta de empatía). 

Siempre he pensado que si sus apellidos hubiesen sido de las 12 familias dueñas de este país, la historia que contamos sería distinta por aquello de la “justicia selectiva”. 

O, quizás no, para como están las cosas, creo que ni siquiera esa justicia existe en México. 

Aunque la sociedad los juzgó severamente, por ignorancia de no querer ver las fracturas hechas desde antes por la desigualdad en Monterrey,  asumiéndolos como “sicarios”, “adictos”, o “andaban en malos pasos”. 

La realidad –de la que nos tuvimos que enterar a fuerza de exigirla- es que Jorge y Javier eran jóvenes que se habían ganado becas para sus estudios de posgrado, involucrados en proyectos de innovación, de los mejores promedios… 

Y aunque no fueran todo eso tenían sueños, como algunos jóvenes los tenemos a esa edad. 

Recordar para volver a vivir es un reto a la imaginación del futuro. Es ahí donde debemos tener los pies bien plantados. En donde todavía tú y yo podemos hacer algo para evitarlo. En donde no podemos permitir que nos sigan asfixiando con estrategias fallidas, expertos que lo único que aspiran es a llevarse dinero en los bolsillos, en atropellos a nuestros derechos con una ligereza tal, que nos deja en total abandono en una sociedad civil que, aunque no está completamente en silencio, funciona también con intereses particulares. 

A tres años, viendo las lágrimas de los padres de Jorge y de Javier en fotografías de periódicos cuyas hojas se están haciendo “viejas”, el mayor compromiso social que pueden hacer las comunidades de Monterrey es no dejar que esas cifras se conviertan en algo inerte. 

Eran y son motor de vida para transformarnos en una narrativa distinta, afrontando y asumiento el reto colectivo que representa crear entornos pacíficos, seguros y justos. 

Jorge Mercado y Javier Arrendondo no eran originarios de Nuevo León. Sin embargo, como muchos otros estudiantes del país, vieron en este lugar una oportunidad para realizar sus sueños académicos. No los pudieron concluir, ¿Qué vamos a hacer nosotros para que no se repita esta historia? Esa es la pregunta, porque me niego rotundamente a pensar que estamos condenados a seguir teniendo más “noches tristes”.

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