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Hoguera política

Es cierto que en política la verdad importa menos que las primeras impresiones o la zozobra. Pero también es cierto que cómo dijo el vigésimo presidente de Estados Unidos, James A. Garfield; “la verdad te hará libre, pero primero te hará miserable”. Por eso, en este momento tan dramático de la vida política nacional, no […]

Es cierto que en política la verdad importa menos que las primeras impresiones o la zozobra. Pero también es cierto que cómo dijo el vigésimo presidente de Estados Unidos, James A. Garfield; “la verdad te hará libre, pero primero te hará miserable”.

Por eso, en este momento tan dramático de la vida política nacional, no importa el fondo – por el momento- pero si las formas. Y es que la renuncia del secretario de gobernación, Miguel Osorio Chong, tiene una y mil lecturas. Claro que la que importa es la más obvia pero no por eso la más genuina.

Y esa es, la del enojo y el resentimiento. La del hedor al 94 cómo ya lo han apuntado otros opinólogos. Sin embargo, la verdad a la pregunta de ¿por qué no fue candidato Osorio? muy probablemente esté sellada por unos contratos de mutua conveniencia entre Peña Nieto y el propio Osorio. Lo demás, seguirá siendo especulación. ¿Que sí hubo mano negra de Videgaray? A lo mejor. No muy diferente a la que habría en el entramado del caso Chihuahua-PRI.

¿Qué sí Meade tenía mayores posibilidades de vencer a AMLO? Bueno, el sobreviviente transexenal hoy no vence ni a  Ricardo Anaya, ni a su propio coordinador de campaña, Aurelio Nuño. Es más, no se vence ni así mismo tratando de actuar cómo priista, cuando fue elegido por no serlo.

La forma. Primero, quiero pensar que el discurso del hidalguense durante el acto público en el que confirmó los rumores sobre su renuncia fue compartido previamente con Los Pinos. Pero aún así, confirmarlo en presencia del presidente Enrique Peña Nieto, en un acto público, dice mucho.

Los enroques. Peña Nieto se despidió del amigo y del aliado.

Le dijo adiós a su compadre, Luis Miranda, que en el oasis del sexenio acompañó a su aliado -Osorio Chong -en las batallas más notables de su gestión como encargado de la política y seguridad interior. Los demás movimientos, sosos. La sorpresa quizás sea la designación de Eviel Pérez Magaña como secretario de desarrollo social, pero en realidad no era para menos. El perfil del ex senador cumple con el criterio necesario para salvaguardar las arcas del clientelismo y de la operación política. Algo que hubiera acabado en tragedia si Vanesa Rubio hubiera sido la opción, como apuntaban los rumores.

El próximo capítulo. Hoy Peña Nieto se queda más solo que nunca, aunque el poder siempre es un lugar muy solitario. La diferencia está en que así como ayer al develar el busto de Juárez en el patio de Bucareli se escucharon las golondrinas para Osorio, el presidente ahora confirma que este es el inicio del final.

Lo único que le queda es su alter ego, el canciller Luis Videgaray, que la única misión que debería tener es rescatar el TLC y mandar un mensaje global de certidumbre política y económica, de que gane quien gane en julio, México seguirá ocupando un papel protagónico en la agenda internacional.

Osorio por su parte inicia otro capitulo. El de consolidarse como la pieza clave para la gobernanza y la gobernabilidad en el sexenio 2018-2014 como líder priista en el senado.

La herencia maldita. El problema de los que se quedan, que en el caso de cualquier barco es su capitán y algún atrevido primer oficial, es que cuando se hunden se hunden con todo y navío. Y por si el caso Odebrecht que todavía no se extingue -y no sería raro explote en México cuando la elección se encuentre a la vuelta de la esquina- no fuera poco, Peña Nieto se queda con el escandalo de desvió de recursos públicos hacia el PRI en 2015. El saldo no ha sido blanco. El chivo expiatorio fue el colaborador más cercano de Beltrones, Alejandro Gutiérrez. Quien quiera que haya sido participe de esa operación que no fue más que envalentonar al gobernador de Chihuahua, Javier Corral para hacer una carambola; pegarle a Beltrones, pegarle al presidente Peña, a Videgaray y ya de paso mantener a Ricardo Anaya en segunda posición, lo sabe. El problema está en que detone o no, esa bomba está cargada con la suficiente pólvora para alcanzar a todos y acabar con todo. Porque ahora, las acusaciones de tortura en contra de Gutiérrez que en México se han vuelto una cosa seria ponen al mismo Corral y al PAN bajo la lupa. Y, ¿le habrán avisado al gobernador de Coahuila, Miguel Riquelme que se haría un operativo conjunto en su Estado para detener al empresario y político coahuilense?

Habrá que ver quién presiona el botón. Porque en una época en la que la democracia con todas sus instituciones, sus checks and balances, su libertad de expresión y sus derechos resulta ya no sólo sucia -como la han descrito Churchill y Robert Kennedy- si no tan insuficiente que los sistemas políticos, incluyendo sus formas y actores, están siendo sofocados en una hoguera política. Una de tal magnitud, que así como están las cosas, lo único que tiene que hacer Andrés Manuel López Obrador para ocupar Palacio Nacional y no irse “a la chingada” es seguir liberando tortugas en la playa y mantenerse lejos del fuego. Al tiempo.

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