Gracias

En un país como el nuestro parece inevitable tener fiestas de fin de año en paz. Intentamos, en un afán de hacer hasta lo imposible, de no llegar a las cenas con el clásico “aguafiestas” que eche a perder el ánimo de celebrar. Guardamos silencio en cada sorbo de tequila para ver si así se nos olvidan nuestras penas. Nos aferramos a cada abrazo de nuestros amigos y familiares, pensando que nuestras vidas valen como para viajar enormes distancias. Encendemos los reproductores para escuchar música que nos invite a bailar, reír, gozar. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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En un país como el nuestro parece inevitable tener fiestas de fin de año en paz. Intentamos, en un afán de hacer hasta lo imposible, de no llegar a las cenas con el clásico “aguafiestas” que eche a perder el ánimo de celebrar. Guardamos silencio en cada sorbo de tequila para ver si así se nos olvidan nuestras penas. Nos aferramos a cada abrazo de nuestros amigos y familiares, pensando que nuestras vidas valen como para viajar enormes distancias. Encendemos los reproductores para escuchar música que nos invite a bailar, reír, gozar. 

Parece que somos bipolares o incongruentes, pero probablemente no. Las Encuestas de Cultura Ciudadana elaboradas en varios países de América Latina nos demuestran que la religión y la familia siguen siendo dos de los factores que afectan directamente nuestros comportamientos. 

De ahí que no es sorpresa que en Colombia, los homicidios se redujeron un 30 por ciento en la noche de Navidad. 

Aunque esta reflexión debería suceder todos los días del año, quizá es oportuno aprovecharla para saber cómo queremos cerrar y abrir ciclos. 

¿Cómo hacer que cada uno de los cambios propuestos en las uvas puedan entrelazarse con los que pertenecen a otros seres humanos? 

¿Cómo afrontar las dificultades sociales que no son más un cúmulo de dificultades personales? 

¿Cómo, pues en una sola frase: Abrirnos con nuevos bríos al próximo año entre todos? 

Por eso, estando a tono, encuentro motivos para titular a esta columna “Gracias” porque en este año, parafraseando al poeta Mario Benedetti, nos hemos encontrado en causas comunes “codo a codo” haciendo que en la calle seamos “mucho más que dos”. 

No, no fue un año fácil. 

Por ejemplo, familiares de desaparecidos no encontraron respuesta a sus exigencias de justicia como tampoco pasó en los años anteriores. 

Casi a mitad del año,  tuvimos que seleccionar (además de chutarnos una cantidad descomunal de publicidad electoral) al “menos peor” en el Poder Ejecutivo, cuya selección entre 4 candidatos sin proyectos contundentes, terminó en un proceso electoral que hasta el momento se ha puesto en tela de duda. 

Y al final del año, para variar nos enteramos que tampoco uno es feliz cuando hace unos días legisladores del Congreso de Nuevo León aprobaron más deuda e incrementos de impuestos. 

O que se tiraron 100 árboles en el Parque Fundidora con la excusa de un mega proyecto. 

Entre tanto, y regresando a eso de aprovechar la actitud generalizada que nos permite tomar lo mejor de la vida a través de un buen pavo recalentado, habría que dar las gracias porque entre tanto salto y asalto (leíste bien: asalto) hemos podido continuar. Entonces, tenemos que reconocer que existe una lista enorme de ciudadanos que este año con su indignación, pero sobre todo con su trabajo están transformando nuestras realidades. 

Por eso, les pido que en sus noches de fiesta, hagan un brindis por cada ciudadano que aunque tiene un contexto perfecto para ser corrupto, mentiroso, cobarde, entre otras cosas, va caminando contracorriente, demostrándolo con acciones contundentes que velan por el futuro que es presente. 

Gracias, entonces, a Letty, Diana, Jesús, Juan, Irma, Luis, Verónica, Denise, David, Carlos, Donají, Guillermo, Alejandro, Ale, Paco, Gustavo, Amara, Samara, Andrea, César, Heráclito, Adal, Jorge, José, Federico, Diana, Zully, Mely, Eunice, Julio, Eduardo, Mario, Luiz, Daniel, Lorenia, Fernanda, Jairo, Ricardo, Yadhiel, José Miguel, Isaac, Lourdes, Gerardo, Paulina, entre muchos tantos más que hacen de Monterrey y México lugares en donde todavía es posible soñar.  

Gracias.

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