La violencia que impera en los estados del norte es por el control de los grupos del crimen organizado en el país. Foto: Especial

Estampas de México

En estos años, operadores del narcotráfico decidieron, y lo lograron, transformar sus empresas criminales ante el silencio de los Gobiernos

Frente a mí, un aguerrido político norteño narra la tragedia que vive su estado. Es muy parecida a otras que escucho a diario y que describen el control del crimen organizado sobre amplias zonas del territorio nacional.

En el relato aparecen las más recientes modalidades de captación de recursos ilícitos. Como en otros sitios del país, los criminales mutaron desde la siembra, elaboración y trasiego de droga a la extorsión y el cogobierno.

Varios cárteles delictivos conviven en la entidad que comento. A diferencia de lo que sucede en otras, la tensión entre los grupos delictivos no es mayor y tienen delimitados, al menos por el momento, sus espacios de actuación. Me dice mi interlocutor: “Está muy claro, todos sabemos, las calles que dividen las tienditas, o las actividades exclusivas, o quien manda en cada pueblo”.

Y agrega: “Los criminales le cobran piso a los gobiernos, ellos deciden la obra pública, tienen gente en las tesorerías y seleccionan los pagos, los políticos pensaban que los narcos se conformarían con la impunidad, se equivocaron y ahora están en todo, ya la droga no es lo principal”.

En estos años los operadores del narcotráfico decidieron, y lo lograron, transformar sus empresas criminales, incursionar en las más diversas actividades económicas y ahora reciben renta de ellas. Lo anterior incluye fondos públicos de estados y municipios, que se les transfieren en efectivo o en contratos de infraestructura o servicios.

Taxco es un ejemplo paradigmático, no solo por lo que es verdad sabida: el crimen cobra “piso” a todas las actividades económicas, sino también por la inmensa capacidad del Gobierno de Guerrero para ser omiso y esquivo en sus obligaciones. En esa actitud, la gobernadora es una verdadera experta y, como se dice en forma coloquial, practica todos los días.

El estado en el cual nació mi amigo es de una impresionante belleza y de gran atractivo en turismo. El crimen lo sabe y actúa en consecuencia; los homicidios son mínimos y el robo de vehículos ha disminuido. Los gobiernos, tanto el federal como local, presumen la mejora en los indicadores de seguridad.

Sin embargo, los ciudadanos saben el motivo de la aparente mejora: el crimen no quiere calentar la plaza y ahuyentar a los turistas que llenan las playas.

Las estadísticas oficiales ya no son fuente confiable para conocer la dimensión del fenómeno delictivo, en ellas se ocultan los homicidios, se maquillan las cifras de personas desaparecidas y no hay indicadores para medir el efecto del crimen en fenómenos socioeconómicos como la migración, la actividad de gobierno o las elecciones.

En los próximos meses tendremos comicios y el crimen será un factor en ellos. Ya manifestó su intención al asesinar a varios políticos.

Hace unos días la Conferencia del Episcopado Mexicano llamó la atención sobre el tema y exhortó a los partidos a asumir una postura al respecto.

Sin embargo, me preocupa el silencio del Ejecutivo federal y la minimización del problema que promueven el partido oficial y muchos políticos. Hay un elefante en la habitación y se puede quedar con ella; muchos no quieren verlo y se escurren graciosamente del tema.

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