Caminar como acto heroico

Caminito de la escuela, escribía Francisco Gabilondo Soler. Todavía existen niñas y niños que caminan largos tránsitos hacia sus centros educativos. Sobre todo los que viven en lo más alejado de las urbes, que es donde se concentran estos espacios.

Pero esto fue noticia de primera plana en algunos medios locales de Monterrey. El acto de caminar al Colegio Inglés de infantes con sus madres se convirtió en un digno acto heroico.

¿Por qué si de hecho hay personas y niños y niñas que caminan en San Pedro Garza Garcia y en zonas aledañas? La respuesta es tan fácil como compleja.

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Caminito de la escuela, escribía Francisco Gabilondo Soler. Todavía existen niñas y niños que caminan largos tránsitos hacia sus centros educativos. Sobre todo los que viven en lo más alejado de las urbes, que es donde se concentran estos espacios.

Pero esto fue noticia de primera plana en algunos medios locales de Monterrey. El acto de caminar al Colegio Inglés de infantes con sus madres se convirtió en un digno acto heroico.

¿Por qué si de hecho hay personas y niños y niñas que caminan en San Pedro Garza Garcia y en zonas aledañas? La respuesta es tan fácil como compleja.

Fácil porque querámoslo o no la clase social alta, en un mundo de dinero, manda. Basta que usen tal marca, que coman tal cosa, que caminen, para que eso se convierta en algo aspiracional. Si lo hacen ellos, entonces, quiere decir que socialmente es aceptable.

Pero más allá de eso, aunque parezca absurdo, porque esa clase social en las últimas décadas en esta ciudad nos han enseñado que tener un auto y usarlo excesivamente, incluso aunque se viva cerca de donde se hace la vida, no sólo es aspiracional y aceptable, sino es normal.

Entonces, caminar es casi un atentado al estatus quo, es como reventar el sistema desde adentro, hacerlo además en banquetas destrozadas o caminos incompletos encima de los tenis que costaron lo que un obrero gana al mes.

Habría que reconocer que en San Pedro existe esa gran miopía de pensar que nadie camina o que sólo lo hacen las empleadas domésticas. No lo asevero como estereotipos infundados, soy testigo de esas expresiones con mis propios oídos.

Como a la vez reconocer que una pequeña muestra de cierta clase social que puede pagar escuelas privadas excesivamente caras, reconoce con sus hábitos que es nocivo enseñarle a los infantes que el auto es el único medio de transporte que deba usarse.

Ésta es una contradicción surgida de la desigualdad. De aquellos que reclaman no ser el foco de atención pese a que ya caminan por la ciudad y, por otra parte, aquellos que rompen la burbuja de los hábitos nocivos alrededor del uso del automóvil.

El coche en el futuro, como lo conocemos, está por desaparecer. Caminar entonces se vuelve, en un mundo supuestamente tecnologizado y avanzado, como un acto realmente heroico.

Sea cual sea nuestra clase social, es que lo es. Lo ha sido desde siempre en medio del rezago urbano que ha “paralizado” la capacidad motriz de los pies del ser humano.

“Caminito de la escuela -pública o privada-, apurándose a llegar”, si se vive cerca, debería ser lo cotidiano.

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