El futuro… ¿No está escrito?

Para Caos

Hace 120 años que H. G. Wells publicó “La máquina del tiempo”. Tal vez el escritor nunca se imaginó que la civilización llegaría a crear inteligencia artificial y más que se fantaseara con la posibilidad de que estos cuerpos robóticos, hechos a imagen y semejanza de sus creadores,  pensaran por sí mismos y fueran autosuficientes.

Su bisnieto Simon Wells al adaptar el libro a película en 2002 tomó la licencia creativa de añadir un apartado al inicio de la historia: las paradojas que se generan al querer cambiar el pasado.

Hidalgo Neira Hidalgo Neira Publicado el
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Para Caos

Hace 120 años que H. G. Wells publicó “La máquina del tiempo”. Tal vez el escritor nunca se imaginó que la civilización llegaría a crear inteligencia artificial y más que se fantaseara con la posibilidad de que estos cuerpos robóticos, hechos a imagen y semejanza de sus creadores,  pensaran por sí mismos y fueran autosuficientes.

Su bisnieto Simon Wells al adaptar el libro a película en 2002 tomó la licencia creativa de añadir un apartado al inicio de la historia: las paradojas que se generan al querer cambiar el pasado.

Alexander Hartdegen encarnado por Guy Pearce se empecina en rescatar a su novia cuando es asesinada, por lo que construye la máquina para evitar la catástrofe. 

Sin embargo no importa cuántas veces salve a su amor, ella sucumbe ante la guadaña de una u otra manera.

En el filme “Hechizo del tiempo”, Bill Murray es Phil Connors, un meteorólogo misántropo que se queda atorado indefinidamente en la fecha 1 de febrero –el Día de la Marmota– . 

En lo que se convierte en su rutina diaria se encuentra a un indigente que primero ignora por completo y después le presta atención en el repetir de los días, pero se da cuenta que pase lo que pase, ineludiblemente el anciano tendrá que morir al llegar la noche.

La ciencia ficción busca encontrar respuestas donde todavía falta por llegar el raciocinio humano en la práctica del conocimiento científico. La duda de si el destino se crea por nuestra propia mano o está predispuesto a suceder es el secreto mejor guardado de la existencia humana.

Las paradojas del viaje en el tiempo –ficticio evidentemente– ocurren al momento en el que todo se convierte en una “serpiente de uróboros” o sea un ciclo interminable que se “come su propia cola”.

Este eterno retorno es planteado en las ficciones creadas por James Cameron que partieron del mítico año orwelliano 1984: “The Terminator” y “Terminator 2: El juicio final” que saldría siete años después.

La inteligencia artificial y consciente Skynet, envía desde el año 2029 a un cyborg (T-800) para matar a Sarah Connor, quien en un futuro traerá al mundo a su hijo John, el cual será el líder de la resistencia que pondrá fin a la guerra de máquinas contra la humanidad.

John Connor –también desde el futuro– prepara su jugada y envía a Kyle Reese al pasado para que proteja a su madre de esta máquina exterminadora.

Si Skynet no hubiera enviado al modelo T-800 al pasado, John Connor no habría tenido que enviar a Kyle Reese, quien se convierte en su padre al tener una noche de pasión con Sarah Connor.

Cuando Sarah derrota a la máquina sobreviven dos cosas: el brazo metálico derecho del exterminador y parte del chip con el que operaba la máquina. Sin estos dos elementos, Skynet no habría podido haber “nacido” de la mente de Miles Bennett Dyson, ingeniero de Cyberdyne Systems.

¿Skynet necesitaba mandar a su Terminator al pasado, para crearse a sí mismo en el futuro?

¿John Connor se vuelve líder de la resistencia porque es el único que tiene conocimiento de cómo será el futuro desde su niñez?

Por otro lado, en la trilogía de “Volver al Futuro” se explora la teoría que el mínimo cambio en el pasado repercute en las consecuencias del futuro, pero lo que importa es el presente ya que todo lo que decidamos construirá nuestra historia.

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