El descenso de Jack

Hidalgo Neira Hidalgo Neira Publicado el
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Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

El pensamiento disipado, el acto

disipado, los nombres esparcidos

(…)

Es un desierto circular el mundo,

el cielo está cerrado y el infierno vacío.

Octavio Paz – “Elegía interrumpida” (1948)

“Perro que ladra, no muerde”, parecía ser la manera breve de definir la filmografía reciente de Lars von Trier, que con sus avances escarmienta, pero al momento de ver el producto final, el cineasta danés se vuelve blando y deja su mordacidad en sólo un aullido ahogado, meramente cercano a la ofensa.

Con La casa de Jack, ahora el realizador que fuese declarado “Persona non grata” en Cannes por más de un lustro, sí hundió el colmillo de manera lenta, pero certera, causando más allá del escozor un coqueteo cercano al cine snuff, que hiere, cimbra y se torna respetable.

Después de que Jack prepara envolviendo en plástico a una de sus víctimas para partir de la escena del crimen, el asesino serial tiene que huir a contrarreloj por lo que sólo alcanza atar el cadáver a las puertas posteriores de su van roja y arrastrarlo por la carretera.

De manera burlona y totalmente irónica inicia “Fame”, de David Bowie, para acompañar esta escena, tema que además se volverá central en el largometraje que recopila cinco “incidentes” —como Jack llama a sus homicidios— mientras él conversa con Verge, en una especie de confesionario/purgatorio personal en el que este criminal justifica sus hazañas sangrientas.

Jack es encarnado por Matt Dillon, quien es una especie de Dante moderno, ya que al conversar con Verge —un impoluto Bruno Ganz— va decantando sus gustos asesinos desde su infancia, hasta perpetrar más de 50 muertes y explicar cómo es que bajo su pseudónimo “Mr. Sophistication”, logra crear lo que él cree que es arte con los cuerpos.

Von Trier saca lo mejor de Dillon en este filme de horror, en lo que claramente se siente como una maduración por parte de ambos en sus respectivas carreras, además de que el cineasta explora el recurso de cámara en mano y luz minimalista, justo como lo acuñara en su movimiento Dogma 95.

Después de que en el festival de la Riviera Francesa varios abandonaran la sala debido a su violencia, ahora entra en México la cinta, que tal vez cause indignación, pero la normalización de lo gráfico en un país con miles de crímenes de sangre, sólo acrecienta el morbo por presenciar a este homicida que va directo y sin escalas a un infierno creado por el director danés.

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