El beso del recuerdo

Los años pasan y ocultan entre los pliegues del tiempo, arte, cine, música y demás sucesos históricos que se empolvan, en la memoria colectiva de una sociedad adormecida ante la inmediatez de la tecnología, la falsa vanguardia de un mundo moderno y el desasosiego incipiente al desconocido futuro.

Temas que hoy parecen ser punta de lanza, tuvieron su inicio en nichos que pocos recuerdan. Pareciera que hablar de cuestiones de género, crímenes de estado o el contraespionaje es lo que está de moda acorde a la situación nacional  e internacional.

Hidalgo Neira Hidalgo Neira Publicado el
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Los años pasan y ocultan entre los pliegues del tiempo, arte, cine, música y demás sucesos históricos que se empolvan, en la memoria colectiva de una sociedad adormecida ante la inmediatez de la tecnología, la falsa vanguardia de un mundo moderno y el desasosiego incipiente al desconocido futuro.

Temas que hoy parecen ser punta de lanza, tuvieron su inicio en nichos que pocos recuerdan. Pareciera que hablar de cuestiones de género, crímenes de estado o el contraespionaje es lo que está de moda acorde a la situación nacional  e internacional.

“La realidad supera a la ficción”, es la frase bajo la que es fácil justificar que el futuro siempre nos alcanza, aunque a veces pase toda una vida de ventaja para que ocurra lo inesperado.

En 1976 Manuel Puig se encargó de retratar en un entramado realista, una historia de amor, traición y erotismo que es el reflejo de lo que hoy se puede replicar en cualquier país tercermundista. No hay margen de error, ni coincidencias, solo realidades adversas demasiado arrogantes.

“El beso de la mujer araña”, fue el libro que marcó tendencia desde su lanzamiento, ya que fue prohibido en Argentina, el país natal de Puig. 

A principios de la década de 1980, Hector Babenco fue otro argentino que pondría la mira en el trabajo del escritor, pero en esta ocasión sería para llevarla a una adaptación fílmica y perpetuar en película una de las mejores cintas de corte independiente.

El actor William Hurt encarnó a Luis Molina, un presidiario homosexual acusado de estupro. Raúl Juliá interpretó a Valentin Arregui, preso político por estar en contra de la dictadura militar brasileña y apoyar los grupos revolucionarios de izquierda.

Ambos comparten celda, y mientras Arregui se encuentra agobiado por las constantes torturas que recibe, Molina procura distraerlo con narrativas escapistas que recuerda de su película favorita con tintes románticos y propagandísticos de la era nazi.

Los actores creyeron en el proyecto, y se supone que ninguno de los dos cobró sueldo de la producción. Su compromiso era tal que trabajaban también los domingos.

La relación entre Molina y Arregui se vuelve estrecha, y a pesar de que Valentin es heterosexual, los márgenes de los tabúes sexuales se rompen al filo de los barrotes impuestos en aquel confinamiento carcelario.

Más allá de la precaria producción que estuvo llena de contingencias y problemáticas para poder llevar a buen término la cinta, William Hurt se convirtió en el primer actor en ganar un Oscar por interpretar un rol gay abiertamente.

Además ganó en Cannes el Premio a Mejor Actor, e inclusive la cinta estuvo nominada a la Palma de Oro.

A 30 de su estreno, vale la pena recapitular qué ha cambiado en la realidad. Tal vez la ficción está ahí para reclamarnos que el mundo sigue siendo injusto, tanto para quienes luchan por sus ideales políticos, como para quienes profesan el amor a su propio género y se les juzga y criminaliza por ello.

¿Se necesitará un beso de la mujer araña para romper la ficción actual de la realidad? 

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