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¿Cuánto vale mi ‘Like’?

La información es poder y dinero. Un ejemplo de cómo un imperio se crea y cae por medio de este valor es la historia del telégrafo. James Gleick en su libro “The information” cuenta cómo el primer telégrafo óptico –un invento que consistía en unos palos que se manipulaban con cuerdas para formar letras del alfabeto, y que replicaba la misma letra a unos metros por otro telégrafo óptico–, sirvió a Napoleón para conquistar Europa.

La información es poder y dinero. Un ejemplo de cómo un imperio se crea y cae por medio de este valor es la historia del telégrafo. James Gleick en su libro “The information” cuenta cómo el primer telégrafo óptico –un invento que consistía en unos palos que se manipulaban con cuerdas para formar letras del alfabeto, y que replicaba la misma letra a unos metros por otro telégrafo óptico–, sirvió a Napoleón para conquistar Europa.

Este instrumento ayudó a que los mensajes del imperio francés llegaran antes que cualquier mensajero a caballo. No es coincidencia que el emporio napoleónico cayó cuando el emperador se rehusó a modernizar sus telégrafos ópticos por los eléctricos. Lección para las potencias mundiales que buscan tener control e información de sus aliados, pero aún más importante, de sus enemigos. 

Hoy, en la era de redes sociales, compañías como Facebook, Google, Twitter y Amazon, cuentan con servidores impresionantes, pero otras como AT&T y Verizon, tienen algo más importante: el control de los cables submarinos de fibra óptica que conectan a los continentes. Son parte del llamado “Tier 1” o columna vertebral del Internet; una docena de empresas que forman la gama más alta en el uso y acceso de la información. Son ocho americanas, una alemana, otra de Suecia/Finlandia, una de Japón y otra de India. 

Gracias a las filtraciones de Edward Snowden publicadas en el diario The Guardian, se sabe del programa de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA, por sus siglas en inglés). PRISM, como se le conoce al software, permite acceder a los datos de los “Tier 1” “gringos”, es decir, el gobierno estadounidense no necesita permiso de Facebook, Google o Twitter para recopilar los datos de sus usuarios.

Mientras esta enorme infraestructura en forma de cables intercontinentales estén en poder de empresas “alineadas” al gobierno de EU, toda la información que salga y entre del continente está al alcance de Washington.

Si Google tiene un respaldo de tu cuenta de Gmail en India, el gobierno de EU tiene acceso a toda tu información. Entonces, las juntas que los abogados de Silicon Valley mantienen con Barack Obama, respecto a los escándalos de espionaje por parte de la NSA, son un circo mediático para esconder un hecho que no va a cambiar: EU controla los mares y el espacio aéreo, y también controla el flujo de información global. 

La materia prima de las redes sociales es nuestra información, las compañías crean su negocio alrededor de lo que vemos, leemos y publicamos a través de ellas. Proveemos datos de manera gratuita, nuestra remuneración es un “bono social” o “métricas de vanidad”, y aceptamos de forma tácita que se lucre con ellos.

Cuando ingresamos a una red social, firmamos un “contrato” en el que aceptamos entregar los contenidos que generamos. No es un mal trato, pues recibimos servicios gratuitos a cambio de datos que consideramos información “no valiosa”. 

A medida de que los usuarios comencemos a considerar nuestra información y hábitos de consumo como “valiosos” y existan plataformas que remuneren por esta información, como YouTube, el paisaje de las redes sociales tomará una nueva forma.

Si en la democracia el voto es la única vía de que la información (poder) fluya de abajo hacia arriba, en la era de la hipercomunicación la red social que utilizas manda mensajes horizontales y verticales a las estructuras de poder económico y político. Así que la próxima vez que publiques una foto, ubiques un lugar o des un “me gusta”, pregúntate: ¿Cuánto vale mi “Like”?

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