Habemus Papam: Francisco, el jesuita

Hoy vimos salir a la logia de la basílica de San Pedro al primer Papa latinoamericano que comenzaba su ministerio rezando con el pueblo de Roma, su nueva arquidiócesis. 

Rezó por el Papa anterior, Benedicto XVI, y rezó con su pueblo por su ministerio. No hubo grandes declaraciones, ni discursos de humildad, solo oración y un hermoso guiño a Juan Pablo II. 

Recordamos que el Papa polaco comenzó diciendo que lo habían llamado de un país lejano y Francisco I se presentó anunciando que lo habían traído casi desde el fin del mundo.

Miguel Carmena Laredo Miguel Carmena Laredo Publicado el
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Sus intervenciones siempre tenían el mismo sello: solidez doctrinal, humildad y un sentido espiritual y pastoral que lo distinguían

Hoy vimos salir a la logia de la basílica de San Pedro al primer Papa latinoamericano que comenzaba su ministerio rezando con el pueblo de Roma, su nueva arquidiócesis. 

Rezó por el Papa anterior, Benedicto XVI, y rezó con su pueblo por su ministerio. No hubo grandes declaraciones, ni discursos de humildad, solo oración y un hermoso guiño a Juan Pablo II. 

Recordamos que el Papa polaco comenzó diciendo que lo habían llamado de un país lejano y Francisco I se presentó anunciando que lo habían traído casi desde el fin del mundo.

Pero ¿cómo es Jorge Mario Bergoglio, hasta hace unas horas arzobispo de Buenos Aires?

En primer lugar hay que reconocer que es un hombre brillante. Fue miembro de seis dicasterios de la curia romana: de la congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de la congregación para el Clero, de la congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. 

También formó parte del Comité de la Presidencia del Pontificio Consejo para la Familia, del Consejo Post Sinodal y de la Pontificia Comisión para América Latina y, por ello, muy conocido en Roma, donde siempre se apreció su sabiduría y su rectitud para afrontar cualquier argumento, hasta los más complicados. 

Sus intervenciones siempre tenían el mismo sello: solidez doctrinal, humildad y un sentido espiritual y pastoral que lo distinguían. Sí, era y es brillante en su forma de afrontar los argumentos, de exponerlos, pero también de darles un sentido cercano de alguien que busca siempre, por encima de todo, la salvación de las almas, ley fundamental de la Iglesia.

En segundo lugar es un hombre de una profunda espiritualidad. Su formación jesuítica, amasada en el dinamismo de los ejercicios espirituales de San Ignacio –de los que siempre fue muy entusiasta–, refleja ese modo propio de los jesuitas de vivir con los pies en la tierra, pero unidos sólidamente al Cielo. 

El hecho de que haya comenzado su pontificado rezando con su pueblo, y hablando de que juntos van a recorrer un camino, refleja ese sentido de una piedad en movimiento. 

El nuevo Papa ha leído y vivido la dinámica de los ejercicios y seguramente hoy, en su primer día, habrán estado presentes en su cabeza y en su corazón los grandes ejes de la espiritualidad jesuítica: el seguimiento y la imitación de Jesús buscando amar como Él amaba, vivir como Él viviría hoy, juzgar como Él juzgaría; un compromiso activo por buscar la dirección de Dios. 

Al mismo tiempo es una espiritualidad encarnada, vivida en el mundo, realista. La norma jesuita es: encontrar a Dios donde mejor se le pueda servir y donde el pueblo esté mejor servido. Toda esa tradición espiritual está en la mente y el corazón del nuevo Papa.

¿Es liberal, es progresista? Pues no, ninguno de los dos. 

Es un hombre que tiene muy claro a dónde le debe conducir el Evangelio, pero no se decanta por líneas de pensamiento. 

Los que lo hemos conocido sabemos que en él prevalece su rectitud. Viéndole en su forma de actuar viene a la mente eso de “buscad el Reino de Dios y lo demás se les dará como añadidura” (Mt 6,33 y Lc 12,31). 

Bergolgio es un hombre que simplemente trata de ser coherente con lo que cree que se debe hacer. Por eso en su gobierno era inflexible y claro, pero al mismo tiempo bondadoso, al estilo de Juan XXIII. 

En la curia romana se le conocía como “il cardinale del ATAC (empresa de autobuses del ayuntamiento de Roma)”, porque siempre viajaba en autobús, y eso habla de su modo de ser, sencillo, austero, pero también tenía fama de ser un hombre de gobierno que dirigía su arquidiócesis con mano firme, y esto es algo que seguramente han valorado mucho los cardenales que lo han votado para que asumiera la cátedra de Pedro.

Ha elegido el nombre de Francisco y esta es una gran novedad. Y un gran compromiso. Es la primera vez que un Papa lleva ese nombre. 

Y hay que recordar que la verdadera vocación de Francisco de Asís comienza ante el crucifijo de San Damiano que le dice “Francisco, ve y repara mi Iglesia que está en ruinas”. Y desde ahí, Francesco, el poverello de Asís, comenzó la más grande renovación espiritual que ha conocido la Iglesia, para pasar de una iglesia mundana centrada en las riquezas y el poder, a una iglesia basada en Cristo. Es todo un programa encerrado en un nombre.

Cuando el nuevo Papa era arzobispo de Buenos Aires, escogió el lema “miserando atque eligendo” tomado de una homilía de San Beda el Venerable que comenta la vocación de Mateo (Mt 9,9): “Lo vio más con la mirada interna de su amor, que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano, y lo vio con misericordia y eligiéndolo, (miserando atque eligendo), le dijo sígueme”. Y ahora, él lo ha seguido de nuevo.

Me parece que estamos ante un Papa que dejará una profunda huella en la Iglesia y que seguramente será el único capaz de hacer la renovación a la que tanto se han referido los cardenales en los últimos días: Habemus Papam!

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