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Cuando oscureció la Ciudad Luz

Hoy, Francia amanece de luto nacional. Pero también ve la luz del día siendo el objetivo principal del Estado Islámico.

Sin embargo, el enemigo público número uno de Francia no se perfila con una cara, ni un nombre preciso.

Nos demostró que ataca cuando quiere –un viernes a las 10 la noche si se le pega la gana–, al aire libre, en las terrazas, en los estadios y en las salas de conciertos. Todo de manera coordinada, sistemática y sin reparo en el género, la edad o el culto.

Hoy, Francia amanece de luto nacional. Pero también ve la luz del día siendo el objetivo principal del Estado Islámico.

Sin embargo, el enemigo público número uno de Francia no se perfila con una cara, ni un nombre preciso.

Nos demostró que ataca cuando quiere –un viernes a las 10 la noche si se le pega la gana–, al aire libre, en las terrazas, en los estadios y en las salas de conciertos. Todo de manera coordinada, sistemática y sin reparo en el género, la edad o el culto.

El enemigo público de Francia, hoy, se puede vestir de cualquier persona y circular en cualquier coche. O al menos así se sintió en París en los últimos tres días.

Desde las 9 de la noche del viernes hasta la madrugada del sábado, el sonido de los barrios que rodearon los seis ataques simultáneos del centro de París fue insoportable: disparos, explosiones, sirenas de ambulancias y policías, bomberos, helicópteros, gritos de pánico y sobre todo caos.

Se evacuaron bares y restaurantes cercanos a los eventos, y los que nos encontrábamos en los barrios 10 y 11, corrimos al escuchar disparos y ver parisinos alertando que se estaba fusilando a la gente en los bulevares y terrazas.

Los que logramos meternos en un lugar “seguro” permanecimos por más de dos horas en el suelo, bajo las mesas, lejos de las ventanas, a puertas cerradas y con las luces apagadas por órdenes de la policía local. Mientras, las noticias nos llegaban inciertas a través de las redes sociales y llamadas de gente buscando a sus familiares.

La gente comentaba las noticias sobre lo que estaba pasando “afuera” y los de “adentro” nos íbamos enterando del número de muertos, pero nunca de quiénes y por qué estaban haciendo eso.

Las cifras cambiaban en cuestión de minutos: de 18 muertos a 32 a 45 a 60.

Mientras eso sucedía, la toma de rehenes en la sala de conciertos Bataclan era el punto más crítico de la noche.

Y es que era posible que cualquier lugar concurrido pudiera ser explotado, atacado o tomado como rehén en las próximas horas o minutos.

Nadie podía salir, o salía bajo su propio riesgo, porque no había transporte público ni forma de moverse que no fuera caminando.

Alrededor de la media noche, era bastante inquietante ver a los soldados franceses en ropa de camuflaje corriendo en las calles de París. Las del 13 de noviembre fueron imágenes y sonidos de guerra que no se veían ni se escuchaban en la ciudad desde el siglo pasado.

Las calles más cercanas al Bataclan, la sala de conciertos que fue tomada por los terroristas con 1500 personas adentro, estaban saturadas de ambulancias, policías y todos los heridos que habían sido baleados. Pero también de sangre, cadáveres cubiertos y de vecinos y testigos que se encontraban por error en el momento del ataque.

Sin embargo más insoportable que los sonidos del viernes, fue el silencio que inundó todo los espacios después. El silencio en las calles, terrazas y en el metro vacío. El silencio en los museos, el vacío total en la Torre Eiffel, siempre abarrotada de gente y turistas. El silencio en la explanada de la Plaza de Republique por los hechos y por los muertos en los atentados… pero también por el miedo.

Esos fueron los triunfos del terror, con todo y que el Estado francés se declaró en guerra contra el terrorismo. Pero una afirmación tal, no le va a devolver la paz a la ciudad por los próximos días, o quizá por los próximos meses.

Porque el terrorismo es mucho más complejo que declararle la guerra a un grupo preciso, que abatir a un kamikaze en la calle o que detener un intento de ataque.

Hoy París se siente más inseguro que ayer. O al menos, así se respiró en los últimos tres días.

El día después…

El sábado, la capital francesa se veía como cualquier sábado por la mañana, bastante tranquilo y sin mucho tráfico. Sin embargo, los grandes mercados estaban cerrados.

Los restaurantes de Le Carillon y le Petit Cambodge, donde habían matado a cerca de 30 personas, ya habían abierto su acceso y los investigadores habían terminado su trabajo allí. La gente fue a dejar cientos de flores y a encender una vela desde temprano en la mañana.

Lo mismo en la Plaza de Republique, que es el punto neurálgico de las protestas y congregaciones masivas, pero además, un lugar simbólico de encuentro entre los franceses.

El sábado, la gran explanada se encontraba semivacía, para ser un sábado por la tarde, donde normalmente se reúnen skaters y la gente se sienta alrededor de los restaurantes y bares que tiene toda la plaza alrededor.

El monumento a la República estaba rodeado de cientos de flores y a pesar de que la policía recomendaba constantemente mantenernos en nuestras casas, ahí había medios de comunicación de todo el mundo, fotógrafos, familias con sus hijos, personas de todas las edades y nacionalidades dejando algo: una vela, una carta, un letrero o nada más lágrimas, porque la cara de la gente, pasaba de tristeza a enojo y llanto en cuestión de segundos.

Después del viernes, muchos creen que declarar un estado de emergencia y una guerra contra el terrorismo es política ambigua y a corto plazo que no va a resolver los motivos de raíz que desataron los hechos terroristas en Francia.

Una cuestión más contundente será lo que Francia, y en todo caso Europa, debe hacer para no permitir que este tipo de ataques se conviertan en un horror recurrente.

Aunque se cree que poner más esfuerzos para dar fin a la guerra en Siria y destruir al autoproclamado califato del Estado Islámico, podría ayudar a reducir el flujo de refugiados, eso podría significar declarar una guerra indefinida contra el “terror” en tierras lejanas, lo que no erradica la amenaza que se siente hoy en París (O en Roma, Madrid, Berlín, o Londres).

Si los ataques terroristas a gran escala comienzan a tener lugar en cualquier espacio público, significará la introducción de un control de seguridad constante y acosante.

Esta lógica podrá proteger ciertos lugares y tranquilizar a la población, pero en realidad sólo estaría desplazando la amenaza a otros lugares.

Por el momento, y desde la masacre de Charlie Hebdo, el estigma del terrorismo atormenta a la comunidad musulmana en Francia.

Los líderes islámicos de Francia instaron a los fieles a permanecer en calma, y a evitar provocar a otros connacionales. Pero sobre todo, repudiaron los hechos de los radicales e invitaron a los fieles a afiliarse a las protestas.

Sin embargo, ataques como los del viernes agudizan y alimentan los temores, las sospechas y la marginación de una gran parte de la población musulmana en Francia.

Por otro lado, es muy posible que tras lo sucedido el viernes 13, el apoyo para el partido de extrema derecha Frente Nacional encabezado por Marie Le Pen crezca, lo que a su vez contribuye a esta radicalización.

Le Pen, ha sabido aprovechar la creciente y peligrosa islamofobía que se gesta en los circuitos más conservadores de la sociedad europea, pero sobre todo dentro de la sociedad francesa, donde se concentra la mayor comunidad musulmana de Europa.

Aunado a esto, se suman las constantes crisis económicas por el uso de una moneda común, las oleadas de inmigrantes por el uso de un espacio común -pero además abierto-, las tasas de desempleo en sus niveles más altos, y ahora: ataques terroristas que se roban las vidas de cientos de decenas de personas en cuestión de 2 horas.

Lo peligroso es que la agenda política de ciertos partidos ha sabido tejer muy bien un discurso que refuerce el sentimiento anti-inmigrante, y ha hecho de personajes como Le Pen figuras más populares en Francia. Aunque a muchos les pese.

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