Brasil después de Lula

Cuando Luíz Inácio Lula da Silva terminó su mandato el último día del 2010, Brasil se encontraba en su punto cumbre. 

El crecimiento económico de ese año fue de 7.6 por ciento, lo que catapultó al país sudamericano como el punto de referencia de una nueva clase de mercados  emergentes que ganaban mayor influencia global.

El momento de Brasil se hizo patente cuando se anunció que el país se convertiría en sede de la Copa del Mundo de la FIFA en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016.

10.67%
es la inflación
anualizada de Brasil, la cual limita el uso de la política monetaria como instrumento de reacción a la debilidad económica
El gobierno brasileño ha sido incapaz de ofrecer una respuesta de política pública que convenza a los mercados de que lo peor ya ha pasado

Cuando Luíz Inácio Lula da Silva terminó su mandato el último día del 2010, Brasil se encontraba en su punto cumbre. 

El crecimiento económico de ese año fue de 7.6 por ciento, lo que catapultó al país sudamericano como el punto de referencia de una nueva clase de mercados  emergentes que ganaban mayor influencia global.

El momento de Brasil se hizo patente cuando se anunció que el país se convertiría en sede de la Copa del Mundo de la FIFA en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016.

Además, el gobierno de Lula Da Silva logró sacar de la pobreza a más de 30 millones de brasileños.  Esto se tradujo en un control político total: Dilma Rousseff, la sucesora elegida por Lula, ganó sus primeras elecciones presidenciales con un 56 por ciento de los votos.

Sin embargo el escenario actual de Brasil es radicalmente diferente. 

En medio del mayor escándalo político en la historia del país sudamericano, el viernes pasado Lula fue detenido en su casa por la policía para ser cuestionado sobre una serie de acusaciones de corrupción relacionadas con un esquema de sobornos de la firma estatal Petrobras.

El clima político ha incidido en el deterioro económico de Brasil. El país se enfrenta a su peor recesión desde la década de los treinta. El Fondo Monetario Internacional prevé que la contracción económica prevalezca hasta el 2017.

El año pasado, el producto interno bruto de Brasil se redujo 3.8 por ciento, la mayor caída anual en 25 años.

La economía brasileña se enfrenta a una inversión en colapso, a la baja del precio de las materias primas (base de sus exportaciones) así como a un déficit fiscal difícil de manejar que limita la expansión del gasto público para estimular el crecimiento.

La política fiscal no es el único recurso que está fuera del alcance del gabinete económico de la presidenta Rousseff. La política monetaria se encuentra entre la espada y la pared. El débil crecimiento económico se conjuga con una tasa de inflación que llega a casi 11 por ciento. El movimiento de la tasa de interés de referencia, ubicada en el alto nivel de 14.25 por ciento, cuenta con poco margen de maniobra.

Dani Rodrik, economista y profesor de la Escuela de Gobierno de Harvard, considera que el modelo económico en el que se cimentó el crecimiento emergente de la última década ha quedado obsoleto.

Rodrik argumenta que la caída del precio de las materias primas y el fin del dinero fácil, derivado de laxas políticas monetarias, ha orillado a los países emergentes a su coyuntura actual. La falta de diversificación de la economía, la omisión de la estabilidad macroeconómica como política prioritaria y el retraso de un proceso de reformas estructurales son responsables del actual curso de las economías emergentes.

Crisis sin respuesta

Además del factor político y el adverso escenario externo, caracterizado por la salida de capitales de los países emergentes, el caso brasileño es explicado por otra variable: las decisiones de política económica que definieron a los gobiernos de Lula y de Rousseff.  

La expansión excesiva del crédito de los bancos estatales y el uso de los controles de precios se enfrentan a una realidad en la que el dinero de las exportaciones de materias primas dejó de solapar las debilidades estructurales de la economía de Brasil.

A pesar de ello, el gobierno brasileño ha sido incapaz de ofrecer una respuesta de política pública que convenza a los mercados de que lo peor ya ha pasado. Tulio Vera, jefe de estrategia de inversión de JP Morgan, dijo en una entrevista con Bloomberg que la economía de Brasil continúa deteriorándose. Desde su punto de vista, el país aún no ha tocado fondo.

Dilma Rousseff, quién registra el nivel de popularidad más bajo en la historia moderna de Brasil y quién fue reelegida con una victoria electoral de apenas tres puntos porcentuales, intentó dar una señal positiva en sus primeros días de gobierno. La presidenta eligió a Joaquim Levy, un ex banquero externo al Partido del Trabajo, para el Ministerio de Finanzas.

La discrepancia entre el gobierno de Rousseff y los intentos de Levy para estabilizar las finanzas públicas llegaron a su máximo punto de tensión en diciembre, cuando el ministro de Finanzas pidió su renuncia.

Esperanza de cambio

En la última semana, los mercados brasileños estuvieron marcados por un inusual optimismo. El real brasileño, la divisa local, alcanzó su nivel más alto en tres meses frente al dólar. Asimismo, el mercado de valores de Brasil ha crecido 26 por ciento desde que se tocó un mínimo de siete años a finales de enero de este año.

El mercado no está reaccionando a un fortalecimiento del gobierno de Rousseff. Al contrario, los inversionistas esperan que el clima de inestabilidad termine pronto conforme el juicio político a la presidenta se vuelve cada vez más probable.

En ese sentido, la detención de Lula fue recibida de manera optimista por los mercados, reflejándose en una apreciación significativa del real brasileño.

Para Tulio Vera, el mensaje resulta claro: la única manera de avanzar es quitando a Rousseff de en medio. De tal modo, el surgimiento de un nuevo gobierno podría impulsar un cambio de dirección en la política económica que  incluya un fuerte ajuste fiscal. 

 

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