Huir o morir en Tierra Caliente

En medio del debate nacional sobre si la matanza de la madrugada del 6 de enero pasado en Apatzingán fue una ejecución extra judicial o el resultado de un enfrentamiento entre autodefensas y fuerzas federales, las familias de los que perdieron la vida, y de otros que se manifestaban en esa ocasión en el palacio municipal, viven otro drama, el del desplazamiento.

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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familias de autodefensas han tenido que salir de la zona de Tierra Caliente
“Lo que el gobierno federal no puede hacer de frente contra nosotros, nos lo está haciendo al amenazar a nuestras familias”
Autodefensa de Apatzingán

En medio del debate nacional sobre si la matanza de la madrugada del 6 de enero pasado en Apatzingán fue una ejecución extra judicial o el resultado de un enfrentamiento entre autodefensas y fuerzas federales, las familias de los que perdieron la vida, y de otros que se manifestaban en esa ocasión en el palacio municipal, viven otro drama, el del desplazamiento.

Voces anónimas -y a veces recados en las paredes y puertas de las humildes viviendas, donde grotescamente se leen amenazas de muerte-, han obligado a más de 130 familias de los autodefensas que estuvieron presentes en la noche de la matanza, a salir de la zona de Tierra Caliente. Pocas han desoído las advertencias anónimas.  

La mayoría de los clanes que hoy son dobles víctimas de la violencia en Michoacán tenían a uno y hasta dos de sus integrantes en los grupos de civiles armados, muchos de ellos bajo el mando de Nicolás Sierra Santana, uno de los que al lado de Luis Antonio Torres “El Americano”, comandaron el G250, grupo que armó la federación con civiles para ir a la caza de Servando Gómez Martínez “La Tuta”.

Nadie sabe de donde provienen las amenazas, pero son pocos los que se han quedado para averiguar. La disyuntiva es simple: huir o morir. La mayoría de las familias que fueron testigos de la Matanza del Día de Reyes en Apatzingán ya no están en la zona. Optaron por salir. Aceptaron el plazo de 48 horas que alguien les indicó desde el otro lado del teléfono y salieron solo con lo que traían puesto.

Gente cercana al que fuera comandante de las autodefensas en Aquila, Rafael Meraz Arteaga, cuenta que dos días antes de su muerte dijo que había recibido una llamada telefónica que lo invitaba a dejar el movimiento y que abandonara la región. Al comandante le dio risa la advertencia. No la tomó en serio. Menos de 24 horas después fue asesinado en una emboscada junto a cinco de sus elementos.

Rafael Meraz Arteaga fue de los primeros en alzarse contra el cartel de los Caballeros Templarios, había recibido apoyo para organizar a su gente de parte de los hermanos Sierra Santana y del propio Luis Antonio Torres el Americano. Tras su muerte, algunos de sus familiares también recibieron amenazas y fueron obligados a dejar definitivamente la zona en conflicto.

El grupo de autodefensas leal a Nicolás Sierra Santana y Luis Antonio Torres “El Americano”, es la fracción disidente del grupo que integró el doctor José Manuel Mireles Valverde. Son los civiles que pactaron inicialmente con el gobierno federal para crear la policía Fuerza Rural, que sumaría a todos los autodefensas. 

Al grupo de autodefensas de Nicolás Sierra Santana se le conoce también como “Los Viagra”, al que los autodefensas denominados legítimos –los leales al doctor José Manuel Mireles Valverde- lo asocian con el Cartel Jalisco Nueva Generación, bajo la denominación del cartel de los H3, o la Tercera Hermandad.

Una llamada anónima

La familia de Raúl, un autodefensa que desapareció dos días después de la matanza de Apatzingán, no esperó a ver si la advertencia de las amenazas de muerte que llegaron desde el teléfono celular del desaparecido eran ciertas. Su esposa, los padres de él, y el niño de cinco años que dejó en el desamparo, salieron de Apatzingán en la madrugada.

Con apenas un cambio de ropa que metieron en una caja de cartón, unos huevos duros para paliar el hambre y 400 pesos en la mano, la familia tomó el camión con destino a Guadalajara. Allí un hermano del padre de Raúl los recibió y los mantiene refugiados en espera de poder viajar a Estados Unidos. No tienen posibilidad de regresar. Saben que a Raúl ya no lo encontrarán nunca.

Del lado de la insurrección Raúl mató a 13 templarios. En las autodefensas le daban mil pesos por cada templario muerto y se podía quedar con las armas, dinero o cualquier cosa de valor que les quitara a los caídos. Los botines de guerra eran la mejor utilidad para los autodefensas como él, que solo ganaban 100 pesos al día.

Ni los oyen ni los ven

El grupo de autodefensas que fue desalojado violentamente la madrugada del 6 de enero pasado lo comanda Nicolás Sierra Santana, uno de los aliados, en su momento, del comisionado federal Alfredo Castillo Cervantes. Sierra Santana fue fundamental, al lado de Estanislao Beltrán Torres y Luis Antonio Torres “El Americano”, para integrar la policía Fuerza Rural, obra insigne de la federación en Michoacán.

Sierra Santana rompió con la federación cuando fue desintegrado el G250. Su molestia fue que al disolverse los integrantes civiles bajo su mando quedaron desarmados y a la mano del cartel de Los Templarios.

A Sierra Santana se le acusa de ser parte de un nuevo cartel pero no se le ha detenido pese a estar ubicado y localizable.

No saben quién los persigue

La mayoría de las familias que han salido de Tierra Caliente fueron amenazadas de muerte, algunos dicen que por otros grupos de autodefensa –los leales a Mireles, que los acusan de estar al servicio del crimen organizado-, y otros señalan a las fuerzas federales como las encargadas de dispersar el movimiento mediante la intimidación.

“Lo que el gobierno federal no puede hacer de frente contra nosotros, nos lo está haciendo al amenazar a nuestras familias”, dijo un autodefensa de Apatzingán, que estimó que ni así se va a detener el movimiento. 

“Esto se va a terminar cuando ya no haya carteles de las drogas que combatir”, dijo, a la vez que reconoció que la banda de los Caballeros Templarios no se ha extinguido del todo.

Familiares de Alejandro Aguirre Alcalá, uno de los caídos en la matanza, refieren insistentemente que su muerte fue a causa de balas de los policías federales, señalamientos que provocaron que los amenazaran de muerte en forma anónima y por teléfono.

Otro de los caídos fue Luis Gerardo Rodríguez Barajas, cuyos familiares han insistido en la impunidad con la que fue asesinado. El cuerpo de Luis Gerardo presenta una fuerte evidencia de disparos de armas de grueso calibre a corta distancia.

También los familiares de Hilda Amparo Madrigal Marmolejo, Antonio Sánchez Valencia, Miguel Ángel Madrigal Marmolejo, Berenice Martínez Cortez y Guillermo Gallegos Madrigal, todos asesinados en los hechos del Día de Reyes de Apatzingán, han sufrido algún tipo de acoso anónimo. Algunos han optado por dejar la región, luego de denunciar la ejecución de sus parientes.

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