Escuela de abusos

Ante la sorpresa de sus padres y maestros, Ana cambió su conducta de un momento a otro. Estaba irritable, agresiva y no quería bañarse. Veía monstruos en su casa, rechazaba los besos de su familia y, en ocasiones, volvía a orinarse en su ropa interior.

Esa conducta preocupó a sus padres que atribuían su comportamiento a la llegada de un nuevo miembro a la familia.

Icela Lagunas Icela Lagunas Publicado el
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por ciento de los abusos en los colegios se dan en el DF
El juez penal Gerardo Campos le impuso una pena de cuatro años, por lo que Adrián Limón podría quedar libre pronto
"Es una menor fantasiosa, demasiado afectiva y cariñosa conmigo, y  varias veces le he tenido que pedir que modere la manera de expresar su afecto"
Adrián LimónProfesor acusado de abuso

Ante la sorpresa de sus padres y maestros, Ana cambió su conducta de un momento a otro. Estaba irritable, agresiva y no quería bañarse. Veía monstruos en su casa, rechazaba los besos de su familia y, en ocasiones, volvía a orinarse en su ropa interior.

Esa conducta preocupó a sus padres que atribuían su comportamiento a la llegada de un nuevo miembro a la familia.

Pero Ana, de apenas cinco años, decidió romper el silencio y optó por contar a una de sus amiguitas del colegio, Fernanda, que, cuando estaba en clase, su maestro de computación “la tocaba su pipí y la besaba”. A ella no le gustaba.

Esa breve e ingenua confesión de Ana destapó la cloaca de lo que estaba ocurriendo dentro del colegio privado InterKids, al sur de la capital: el maestro del taller de robótica, Adrián Limón Ramos, abusaba sexualmente de sus alumnos que apenas tenían cinco años de edad. No solo Ana sufrió agresiones, también Rita y Serafín, que padecen secuelas por estos comportamientos.

Esta terrible historia, que presenta Reporte Indigo, está documentada en la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) y en el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF). Los hechos ocurrieron así, aunque se han cambiado los nombres de los menores que sufrieron abusos sexuales para proteger su integridad.

Los padres de familia de los menores violentados dentro de los muros del centro privado han tomado la decisión de sacar a la luz pública todo este dolor a fin de conseguir justicia para sus hijos, ya que el juez 45 penal del DF, Gerardo Campos Malagón, que llevó el proceso contra Adrián Limón Ramos, le impuso una pena de apenas cuatro años y cuatro meses, por lo que podría quedar en libertad próximamente.

El caso es escandaloso si se tiene en cuenta que los pequeñitos a su corta edad contaron ante el Ministerio Público y otros especialistas cómo su maestro, les sentaba en sus piernas, les tocaba su área genital, las frotaba y les daba “cariñosos” besos.

Además de sus declaraciones, hay pruebas de estos actos que fueron grabados por las cámaras de video que funcionaban durante las clases en el colegio.

En esas imágenes, se ve cómo el profesor se colocaba de espaldas a la grabación para ocultarse y no ser visto, en el momento en que efectuaba tocamientos en el cuerpo de los menores de edad.

Temor al escarnio

La Unidad de Maltrato y Abuso Sexual Infantil (UAMASI) de la Secretaría de Educación Pública (SEP) conoció el caso, que surgió en febrero de 2012, gracias a la directora del plantel, Alicia Sánchez Ascencio,que quiso apoyar a los padres de familia.

Al evaluar a esta comunidad escolar en la que trabajaba Adrián Limón, los especialistas del UAMASI, detectaron, a través de pruebas, que al menos diez niños presentaban síntomas de agresión sexual. Sin embargo, muchos padres por temor al escarnio público optaron por evadir el problema, cambiando a sus hijos de colegio y no denunciaron los hechos.

En el caso de Ana, Rita y Serafín, los menores comparecieron ante la Fiscalía de Delitos Sexuales de la PGJDF donde mediante simulaciones efectuadas con muñecos, se les interrogó respecto a lo que les hizo su profesor en el salón de clases.

Cuando Ana le contó su secreto a su amiga Fernanda, esta lo reveló a sus padres y ellos a la directora, que, a su vez, llamó a la familia de la primera para informarles de lo que estaba ocurriendo.

Juntos, la directora del plantel y los padres de Ana, revisaron los videos. En uno de ellos, incluso, se observa que el profesor tapa las ventanas para tener oscuridad y apaga las luces del salón, argumentando que les proyectaría una película.

Nadie sabe lo que ocurrió ahí. A través de otra de las cámaras del plantel, se observa que una de las pequeñas sale corriendo del salón de clases.

‘Oye, mami’

Al enterarse de lo ocurrido, los padre de Ana recurrieron a una psicóloga que les aconsejó no forzar a la menor a relatarles lo que lo ocurría. Tenían que propiciar la conversación, dejarla que se confiara para que decidiera hablar.

En casa de sus padres, Ana no quería bañarse y rechazaba los besos maternos. En una de las ocasiones en que su madre intentaba asearla, le soltó: “Oye, mami, ¿qué pasaría si un amigo te toca tu pipí?”, preguntó.

“A ver, hija, qué me dices, yo te digo que nuestro cuerpo es nuestro cuerpo y no debes permitir que te lo toquen”.

Ana arremetió: “¿Y también las pompis?”. Ese día no se atrevió a confesarse ante su madre, quien ya preparaba con las autoridades del plantel la forma de presentar la denuncia ante las autoridades para acusar al profesor.

Una vez en la escuela, Ana llamó a su madre: “Mami, ¿puedes venir? Mami, es que me duele aquí”, decía mientras señalaba su ingle.

“Te voy a contar algo, escucha, el maestro de computación me está tocando mi pipí”,  confesó por fin.

Tras contar su secreto, se supo que a otros compañeros, niñas y niños, el profesor Adrián Limón les había hecho lo mismo.

Otra niña, Rita, le preguntó  a su papá en casa si era correcto que le metieran el dedo en la colita.

Luego, mientras jugaba con su hermanita menor, Rita se soltó gritando: “Ja, ja, ja, mi hermanita se agarra la cola, y a mí, mi maestro me agarra la cola”.

La frase dejó helada a su madre, que al informar de lo sucedido a la escuela, recibió la noticia de que su caso no era el único.

A la lista se sumaron los padres del niño Serafín, quien confesó a su padre que el profesor Adrián le tocaba su pene.

“¿Te agarra alguna parte de tu cuerpo tu profesor de cómputo? “, preguntaron los especialistas de la PGJDF.

 “Sí, mi pene, me lo hace así (el niño se tocaba con la mano derecha por encima de su pantalón su pene y lo apretaba con los dedos)”, asegurando que así lo hacía su profesor.

“¿Qué más te toca tu profesor de cómputo? ”.

“Mis pompas, me las hace así (el niño se tocaba con los dedos de su mano derecha en medio de sus glúteos) ”.

“¿Te hace algo más tu profesor que no te guste? ”, continuaba el interrogatorio.

“Sí, me da besos aquí ( el niño señala sus mejíllas) y también besa a mis amigos de mi salón y a las niñas nos carga y nos “abaza” a todos suavecito”.

‘Soy como su padre’

En declaración ministerial ante el Ministerio Público local, el profesor acusado argumentó que los tocamientos a los niños no fueron con dolo, sino una especie de disciplina para enseñarles a sentarse bien en sus butacas.

“En ocasiones, pongo la mano cerrada a la altura del ombligo para hacer a los pequeños hacia atrás, porque varias veces se han caído de la silla y como profesor siempre busco la posición más cómoda para mis alumnos”.

Según este inverosímil argumento, con su mano hacía presión en el abdomen para presionar hacia atrás y que se quedaran en una postura derecha.

“En otras ocasiones, toco con la mano cerrada las rodillas para indicarles que los pies deben de estar extendidos, no cruzados, y ambos pies de manera derecha con el piso.

“Cuando la niña refiere que yo la toqué, la razón es que los alumnos se sientan muy mal y siempre les digo que deben sentarse con la espalda recta, las pompis derechas y los pies al frente sin cruzarlos”.

A decir del acusado, los niños confundieron, de manera involuntaria, que en vez del abdomen, les tocó la zona púbica.

Luego, como parte de sus justificaciones y pretextos, describió a cada unos de los alumnos que lo acusaron como niños con problemas para demostrar sus sentimientos, desordenados, unos fantasiosos, que no sabían distinguir entre la realidad y la fantasía.

Mencionó que, por ejemplo,  en el salón de clases Rita lo llamaba papá. “Me dice papi o papá, le digo que no soy su papá, sino su profesor y que dentro del salón hay reglas.

“Es una menor fantasiosa, demasiado afectiva y cariñosa conmigo, y  varias veces le he tenido que pedir que modere la manera de expresar su afecto, ya que es demasiado explosiva, es decir, cuando se me acerca, me abraza muy fuerte”, dijo, refiriéndose a una de sus acusadoras.

Al finalizar su relato, Adrián Limón declaró que algunas veces actuaba no como su maestro, sino como su padre y “quizás no mida la manera de expresarles el cariño que siento por ellos, pudiendo dichos actos ser malinterpretados, pero nunca he actuado con dolo o malicia hacia mis alumnos o mis semejantes”.

En libertad

Todas las pruebas, todos los relatos que por su propia voz efectuaron los menores ante las autoridades y especialistas contenidos en el expediente 4212, Toca 1770/2012, parecieron tal vez insuficientes al juez 45, Gerardo Campos Malagón, quien con  la sentencia de cuatro años, cuatro meses, le facilita la salida de prisión.

Actualmente, Adrián Limón está preso en el Reclusorio Norte. El juez consideró que, como se trataba de su primer delito, tenía derecho a la libertad condicional, previo pago del daño moral a sus pequeñas víctimas.

Limón tuvo que indemnizar a Ana con 12 sesiones terapéuticas por valor de 9 mil 480 pesos; a Rita, 12 mil 640 pesos, con el mismo fin, mientras que a Serafín, el más dañado de los menores por ahora, le abonó 18 mil 960 pesos para 24 sesiones.

Los padres no quieren dinero, lo que buscan es que el hombre que abusó de sus hijos quede en prisión para que no cause el mismo daño a otros niños.

Aseguran que varios conocidos de Adrián Limón les informaron de que tiene una tía con mucho dinero, que prometió mover cielo y tierra para sacarle de prisión. No saben si ella o el juez lo consiguieron, pero el profesor abusador podría quedar próximamente en libertad.

Tal vez el presidente del TSJDF, Édgar Elías Azar, tuviera más tiempo para escuchar estos relatos dolorosos de las víctimas y menos tiempo para la política y los actos públicos. 

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