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Si ellos estuvieran aquí

Celebrar el Día de las Madres en el país puede no significar un gran momento para todas las mujeres al no aplaudir con júbilo cada 10 de mayo ante el eco de un ¡Feliz día mamá!

Este día las madres suelen disfrutar de una buena comida en un restarurante en compañía de su familia o escuchar un gran mariachi con especial dedicación. Estrenar ropa o un buen perfume y quizá presenciar el festival de sus hijos organizado en la escuela con ánimo para ellas.

“Subí las escaleras de la casa y entré al cuarto de mi hijo. Yo ya sabía que él estaba muerto. Miré el techo y dije ‘Señor te pido que me des una ubicación, que me digas dónde está mi hijo'"
Dominga HernándezMadre de familia

Celebrar el Día de las Madres en el país puede no significar un gran momento para todas las mujeres al no aplaudir con júbilo cada 10 de mayo ante el eco de un ¡Feliz día mamá!

Este día las madres suelen disfrutar de una buena comida en un restarurante en compañía de su familia o escuchar un gran mariachi con especial dedicación. Estrenar ropa o un buen perfume y quizá presenciar el festival de sus hijos organizado en la escuela con ánimo para ellas.

¿Pero qué pasa con aquellas mujeres que no tienen quien les celebre? Cómo pasar un día así sabiendo que un hijo ya no está con ellas? La felicidad es sustituida por el sollozo. 

No puedo ser mamá ahora ¡No!”

Quién sabe cómo sería a sus cinco años. No hay ni siquiera registro alguno que dé cuenta de su actuar. Tal vez de sus labios emanaría un “¡Hola mamá!”. En casa sus pasitos no pueden escucharse y en la escuela no le ven pasar. Quizá cientos de juguetes le divertirían o igual preferiría algo más emocionante. Sin embargo, nada de esto fue posible pues ese ser nunca nació.

El 16 de diciembre de 2012 el resultado de una prueba de embarazo dio positivo y Catalina García, estudiante de Comunicación y Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tendría un hijo a sus 24 años. “No puedo ser mamá ahora ¿Sabes qué va a significar? ¡No!”, dijo con reproche a su pareja Isaac Reséndiz de 19 años la mañana de ese día en la sala de su casa.

Desde la mesa de su casa ubicada a unas calles de la estación Ecatepec, Línea B del Metro comparte su historia. Recuerda que Issac y ella se hicieron novios un 23 de mayo de 2012. Pasaron algunos meses hasta que la diferencia de edades pesó en la relación. “Yo comencé a sentir que necesitaba algo más serio, Isaac es más chico que yo y eso me dejaba muchos días pensativa”, admite.

Además de ello existió otra gran diferencia: él era católico. Por ende, no podrían estar juntos ya que en el cristianimos es no es posible. Es entonces que tanto la edad y la religión los tuvo limitados. Pasaron los primeros siete meses de su relación cuando a la cabeza de Catalina llegó un pensamiento que la hacía qcreer que a su edad ya “debía ver más allá de un noviazgo de paso”. Consciente que su pareja era menor y por mucho amor que se tenían comenzó a pedirle que como novia estaba lista para él, lista para estar en la intimidad.

“En ese poco tiempo nos dejamos llevar por la emoción. Creo que como tal en ese momento no vi lo que pasaba cuando decidí comenzar a tener relaciones sexuales con mi pareja sin protección alguna y no sé si Dios me lo haya perdonado”.

Sin embargo, los días pasaban y Catalina no sentía síntoma alguno que la alertara sobre su ciclo menstrual.  “Pensé que en esta ocasión el estrés que pasaba por algunas situaciones hacía que no me bajara. Inicialmente decidí no contarle a Isaac. Eso de los ciclos en las mujeres ya ves que es tan irregular por detalles que uno se carga en el cuerpo”, narra.

Al haberse rebasado los días de prórroga para que ello pasará le mandó un mensaje de texto a su novio. “Tengo al importante que decirte. Ven, no tardes por favor”, decía el SMS. Tan pronto como pudo su novio llegó en un taxi. Ella estaba sentada en el sofá de la esquina con preocupación mientras Isaac fue por una prueba de embarazo.

El resultado fue positivo, pero para estar más seguros decidieron hacer una prueba de sangre y resultó lo mismo. Catalina creyó que un hijo no era una opción. Entre discusiones y lágrimas solo dijo: “Voy a abortar. No tendré a ese bebé ahora Isaac”.

Recuerda que el miedo la invadió de manera inmediata mientras que su novio, explica, le pidió que por favor pensara las cosas y que estaba dispuesto a cuidar de ella y del bebé pues abortarlo “sería un asesinato”. Tal comentario elevó el temperamento de Catalina, pero el joven no tuvo éxito. La decisión fue irrevocable.

Ambos buscaron entonces un método efectivo o alguna institución alguna que se encargara del aborto. Acudieron a un hospital en la capital a una cita previa en donde se les asesoró sobre el procedimiento al que sería sometida.

En la clínica de interrupción del embarazo le dieron pastillas abortivas con las cuales a través de la combinación de medicamentos expulsó el producto de su vientre. Posteriormente pasó sus días en cama sangrando y con mareos. Catalina se reserva a dar más detalles de aquel sufrimiento físico. 

Este 10 de mayo ella celebraría el Día de las Madres, pero su decisión fue otra. Optar por ser una mujer sin compromisos maternos la mantiene bien, asegura. Sin embargo, dice que en la entrega con Dios no fue lo que ella esperaba.

El otro lado de la moneda cae como una realidad que no puede negarse ¿Hasta dónde llega cuando una madre pierde a un hijo? No hay palabras, es contra natura.

“Nunca me dejaba en blanco el 10 de mayo”

Cuando llegó a su casa ubicada Tizayuca, Hidalgo aquel 2 de noviembre de 2012, Dominga Hernández encontró todo con normalidad. Todo estaba limpio y ordenado salvo un detalle: Jorge Arturo Vázquez Hernández, su hijo, no estaba. A sus 27 años había muerto, pero ella aún no lo sabía.

“Primero no sentí nada y pensé que había salido a un mandado o algo por el estilo entonces no me preocupé pues aunque luego uno como madre tiene presentimientos sobre nuestros hijos no sentí nada”, dice.

En el estacionamiento de una plaza comercial en Ecatapec de Morelos, Estado de México a sus 53 años trabaja como guardia de seguridad privada. Viste de negro de la cabeza a los pies y cuenta detalles de su hijo.

“Arturo, ‘Chuca’ como lo conocían de cariño, nació el 14 de octubre de 1985. Estudió Derecho en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán de la UNAM, pero era panadero por oficio, un trabajo que aprendió de sus tíos maternos Octavio y Esteban. La última vez que platicamos fue el domingo 28 de octubre de 2012”.

Dominga menciona que ese día su hijo le contó que Yuri, una ayudante en la panadería, le contó a Arturo que lo soñó en un accidente y que su madre lo estaba velando. Pasaron los días y todo marchaba con lo normalidad hasta que el 2 de noviembre de ese año a las 12 del día tocaron a la puerta. Era un joven que semanas atrás llevó material para la panadería y ese día fue a buscar a Jorge Arturo para decirle que le devolviera una motocicleta que le había prestado un día antes.

Explica que siempre le inculcó a su hijo que no estaba bien pedir las cosas prestadas, pero el 1 de noviembre tomó la motocicleta y se fue con Yuri a dar una vuelta al parecer a las Pirámides de Teotihuacán. Vecinos cuentan que vieron cuando le cedió el casco a la mujer para que estuviera segura en el viaje.

Dominga narra que le dijo al joven que tampoco lo había visto y que regresara más tarde. Habían pasado tres horas y no se tenía registro alguno de ellos. Fue entonces que comenzó la búsqueda. Primero vía telefónica, no obstante ese día Arturo olvidó su celular en casa por ende los mensajes para saber de él nunca llegaron.

Cerca de las 17:00 horas llamó por teléfono a su otro hijo Miguel Ángel Vázquez Hernández notificándole lo sucedido y luego acudió a la Cruz Roja de Tizayuca para ver si su hijo estaba ahí, pero no hubo rastro alguno. Al regresar a casa, cerca de las 20:00 horas, afuera estaban los familiares de Yuri.

“Los miré y entraron. ‘Buenas noches señora’, me dijeron. Luego de pasar a la sala confesaron que me estaban buscando, pero no la encontramos. Solo queremos decirle que Arturo y Yuri tuvieron un accidente. Ella está gravemente herida solo que de su hijo no sabemos nada”.

Vino un llanto desgarrador. Las horas pasaban y no había respuesta alguna. La información oficial del paradero de “Chuca” no existía aún, pero ese presentimiento que al principio no sintió fue confirmado.

“Subí las escaleras de la casa y entré al cuarto de mi hijo. Yo ya sabía que él estaba muerto. Miré el techo y dije ‘Señor te pido que me des una ubicación, que me digas dónde está mi hijo’ y Dios me dio la señal. Mi familia comenzó a llegar a la casa vestida de negro. Mi hermana Eva, Bety, Tere y los demás me lo revelaron en sus rostros. Ellos ya sabían, Miguel se los dijo antes que a mí”, expresa.

Las lágrimas se asoman. Algunos vehículos entran y salen del estacionamiento y los dedos de la mano derecha le sirven de pañuelo. “Ya no quería saber nada de nada. Mi corazón se paralizaba en momentos al ver llegar la familia. Una de sus tías me pidió el acta de nacimiento de mi hijo. Ya sabían que él había fallecido, solo que nadie me decía nada”, comenta.

De acuerdo con el acta de defunción el accidente ocurrió cerca de las 16:00 horas sobre la carretera México-Texcoco. Una combi particular los aventó al ir a exceso de velocidad dejando a Yuri gravemente herida con lesiones de cráneo y huesos mientras que Arturo quedó con el rostro desfigurado por el impacto al caer al asfalto.

Versiones de la misma madre señalan que por la fecha del accidente las ambulancias estaban escasas y tardaron en llegar. Al lugar de los hechos arribó personal de la Cruz Roja tras recibir una llamada ciudadana reportando el incidente. Yuri fue atendida e internada en el Hospital Las Américas y logró sobrevivir, pero Arturo ya estaba muerto y su cuerpo fue trasladado al Servicio Médico Forense del municipio de Texcoco.

Fue el día 3 de noviembre cuando el cuerpo de Arturo fue entregado a la familia cerca de las 19:30 horas. Una carrosa gris y algunos coches arribaron al jardín de la casa donde toda la familia le lloraba. Arturo fue enterrado en el panteón municipal de Tizayuca.

Dominga recuerda a Jorge Arturo como ese niño  que nunca dejó pasar un 10 de mayo sin decirle lo mucho que amaba a su mamá.“Nunca me dejaba en blanco. Siempre desde chiquito escondía un regalito y me lo daba diciéndome ‘¡Mamá te amo!’”, inmortaliza. 

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