Música para las masas

Ganó Donald Trump la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica. Llórese y laméntese el acontecimiento, pero la verdad es que ante esto poco se puede hacer. 

 

Y sí, éste no ha sido un gran año. De hecho, recuerda mucho al título de una de las últimas novelas del sudafricano J.M. Coetzee: “Diario de un mal año”.

La entropía afirma que entre mayor información, menos nos enteraremos de lo que pasa a nuestro alrededor 

Ganó Donald Trump la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica. Llórese y laméntese el acontecimiento, pero la verdad es que ante esto poco se puede hacer. 

 

Y sí, éste no ha sido un gran año. De hecho, recuerda mucho al título de una de las últimas novelas del sudafricano J.M. Coetzee: “Diario de un mal año”.

 

No se pretende hacer un recuento pormenorizado del 2016, pero lo cierto es que su comienzo no puede catalogarse como auspicioso. Habrá que perdonar las digresiones que le siguen, pero la necesidad obliga. 

 

Por ejemplo, la muerte del cantante David Bowie ni siquiera nos había preparado para lo que venía: una serie de decesos de la realeza musical de toda la vida. Conviene recordar algunos: Lemmy Kilmister, Prince, Glenn Frey, Gato Barbieri, Juan Gabriel y, cuando ya pensábamos haber salido de lo peor, va y la palma Leonard Cohen, la voz de la mesura y la templanza.

 

Un mundo sin estos músicos parece señalarnos el fin de la cordura. Y, sí lo último es una exageración, por lo menos nadie podrá desmentir el poder que tiene la música para calmar a las bestias.

 

Y acá pareciera que estuviéramos hablando de  todas ellas.

 

Todo parece estar finamente conectado, no crean que acá todo es irse por las ramas.

 

El año 2016 ha sido caprichoso, signado por el descontrol y la inconsciencia colectiva. Pocas veces, y de manera tan seguida hemos visto tropezar al hombre con las mismas piedras. El refrán acá nos pesa como un collar de plomo.

 

El hombre masa

 

El filósofo español José Ortega y Gasset lo advirtió. En 1929 este intelectual publicó un libro que aún desprende costras. Se llamó “La rebelión de las masas”. Detrás de ese gran título se desarrollaba una idea que en su momento algunas almas nobles llegaron a tachar de fascista: de nada sirve darle al ciudadano el poder de cambiar al mundo, porque cuando se aglutina en enormes grupos se transforma en eso que este pensador dio en llamar “el hombre masa”. 

 

¿Y qué es esto? Una entidad deforme que no piensa; actúa para no desentonar con el amasijo al que pertenece. Es decir, irreflexión en estado puro e impulso dentro de la tromba humana. Y una nota no tan al pie: para Ortega y Gasset un monstruo de esta naturaleza poco podía ayudar al desarrollo de la cultura y del bienestar.

 

Cabría preguntarse si este tipo de personaje es más propio de los países subdesarrollados. Ya saben, por el cuento del difícil acceso a la educación y las dádivas del populismo que asolan a casi todas sus almas. 

 

Quizás muchos achaquen esas condiciones al terrible desenlace que vivió Colombia cuando se le pidió al país votar en contra o a favor de la paz de la nación. Puede ser.

 

No obstante, la antigua Cundinamarca no fue la única que vivió una jornada de tanta oscuridad. 

 

Cuando menos este año dos países más tuvieron en sus manos sellar para bien su destino. Ambos pertenecen al mundo anglosajón, esa cultura proclive a asentar imperios y cuyas sociedades suelen mostrarse como modélicas y de ciudadanos bien portados. 

 

Lo peor de lo peor

 

La realidad fue otra. Las urnas en sendos casos dieron resultados más fúnebres que electorales. 

Conviene el recuerdo: mientras Inglaterra apoyó el Brexit, Norteamérica le cedió el trono a un personaje mediático que allanó su camino presidencial a golpe de xenofobia y racismo.

 

El hombre masa sí existe y, lo que es peor, es más dañino y mete más miedo que cualquier monstruo de los manuales de criptozoología. Y lo peor: es adaptable a cualquier ambiente, clima y sociedad. 

 

El mundo como rehén

 

En estos tiempos de libre acceso a la información todo carece de sentido. Prender un teléfono móvil o un celular equivale a tener al mundo de rehén. 

 

Se acabó la era de la juglaresca, en la que los pueblos esperaban meses o semanas para escuchar importantes noticias en la voz de un músico trashumante. Lo más probable es que seamos víctimas de la entropía: ese fenómeno que afirma que entre mayor información, menos nos enteraremos de lo que pasa a nuestro alrededor.

 

No es de extrañar cuando los gigas a disposición se utilicen para posar con cara de pato. Es como usar una pistola para hacer agujeros para sembrar maíz.

 

Y lo más triste es que ya ni tenemos música para calmarnos como bestias mansas.

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