Lang lang ensaya en el Auditorio Nacional

Previo a su presentación de hoy, 3 de octubre, en el Coloso de Reforma, el pianista chino Lang Lang prepara el repertorio de su show The Disney Book acompañado de la Orquesta Sinfónica de Minería

La noche se cae a pedazos, por toda la ciudad la lluvia no da cuartel a las millones de personas que se mueven bajo ella. Las gotas dificultan la vista, los conductores ven sus cristales empañarse y quiénes caminan con suerte sólo mojan la parte de abajo de sus pantalones. Luces rojas detienen Paseo de la Reforma, con sus glorietas y laterales como detenidas en un trance. Al final del bosque de Chapultepec, en una altanería que desafía cualquier lluvia, el Coloso de Reforma alberga magia en su interior, con notas convertidas en hechizos que detienen el caer del agua y elevan los olores a tierra mojada, ese es el efecto de la música de Disney.

Dentro de los muros de González de León y Zabludovsky los músicos de la Orquesta Sinfónica de Minería afinan instrumentos. Los dedos de las cuerdas bailan , las percusiones quiebran y los vientos soplan; todos esperan. Aguardan un avión que vuela desde el otro lado del mundo, a un pasajero cuyo sentido del ritmo lo ha convertido en uno de los músicos clásicos más reputados del mundo, a un pianista cuya presencia encantará a 18 mil personas en el Auditorio Nacional. Lang Lang, el prodigio chino, regresa a México para con sus teclas reinventar las partituras que tanto sirvieron en pantalla en un espectáculo en el que la música se convierte en fantasía.

Lang llega, su chaqueta blanca refleja todas las luces y su sonrisa no cabe en su rostro cuando escucha a los músicos interpretar las piezas. En vez del cansancio que puede provocar la profesionalización, el desgaste del viaje y los constantes ensayos, en el pianista hay una ingenuidad infantil, como si esta fuera la primera vez que se sube a un escenario, como si la orquesta fuera algo por descubrir. Después de los saludos de rigor el pianista baja y habla con la prensa. En medio de micrófonos que lo acechan, de cámaras que le apuntan como si de flechas se tratarán, Lang sonríe. Detrás de sus afables manerismos y su acento trotamundos su mensaje es corto: está muy alegre de regresar a México. Las preguntas vuelan “¿Qué esperas que la gente se lleve del concierto? ¿Por qué escogiste música de Disney? ¿Cuál es tu relación con la animación como medio?”, preguntan ávidos periodistas en cuanto el chino calla por un instante. Lang responde, dedica los mismos minutos a cada pregunta y todas ellas las contesta mostrando los dientes que hay tras sus labios.

El pianista regresa al escenario, se coloca detrás del mastodonte de cola larga y sus dedos impactan el marfil con la fuerza necesaria y la delicadeza suficiente. Solo un puñado de notas y se levanta, pide ayuda para acomodar el asiento. Regresa al ruedo, sus manos no se mueven como si tuvieran voluntad propia, parece que la mente de Lang creara la música y sus extremidades no fueran más que meros conductos, el extremo natural por el cuál el ritmo y la melodía son liberados al mundo. En las enormes pantallas del Auditorio, reflejos ampliados de una realidad que sucede solo a unos cuantos metros, se puede ver al prodigio menear la cabeza, la música lo atraviesa y cada nota que llena al recinto lo completa a él también. Una versión modificada de “Un Mundo Ideal” sale del piano mientras invitados y ejecutantes se dejan invadir por la noche árabe que contrasta con el lluvioso asunto de minutos atrás. La pieza termina y la orquesta se integra, una proyección los coloca en un palacio francés dónde una bestia tiene de rehén a una jovencita, las cuerdas lloran, y los vientos sollozan, solo al piano le queda un resquicio de romanticismo cuando la música continúa hasta que a los periodistas se les termina el tiempo. El ensayo prosigue ¿Quién puede decir cuánta noche hará falta para que el mundo de Disney traspase la pantalla? Solo Lang y los músicos lo saben, pues ellos son los que se presentan el 3 de octubre en el Auditorio Nacional.

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