John F. Kennedy: ídolo sin redes sociales

Han pasado 50 años de su asesinato y viendo en perspectiva la escena de su corto periodo presidencial enfocado con las nuevas tecnologías de Internet, las fugas de información y los leaks, espionaje, cómo se enfrenta la información y la realidad actual disponible para juzgar a los políticos, probablemente John F.  Kennedy (JFK) hubiera tenido que renunciar a su cargo. O bien,  habría sido reelegido para un segundo mandato, como se esperaba. 

Norma Garza Norma Garza Publicado el
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Las crisis políticas acechaban a un presidente que parecía excedido de medicamentos, con bajos niveles de energía, irascible y, además, infiel
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Han pasado 50 años de su asesinato y viendo en perspectiva la escena de su corto periodo presidencial enfocado con las nuevas tecnologías de Internet, las fugas de información y los leaks, espionaje, cómo se enfrenta la información y la realidad actual disponible para juzgar a los políticos, probablemente John F.  Kennedy (JFK) hubiera tenido que renunciar a su cargo. O bien,  habría sido reelegido para un segundo mandato, como se esperaba. 

Además, la moral imperante hoy es diferente a las de los 60. Mientras ahora es intolerable el trato diferenciado entre hombres y mujeres, en aquella época es natural que el hombre pudiera ser infiel, algo hasta cierto punto celebrado. 

Una buena mujer respetaba la doble moral de la época, si reclamaban, ellas quedaban mal. 

También fue una época en la que floreció el amor libre, la píldora anticonceptiva, los hippies y la revolución que rompía el statu quo. 

Pero el presidente JFK todavía era representante de las buenas costumbres, la alta sociedad y el resguardo del Estados Unidos (EU) invencible.  

En otro escenario, si no lo hubieran asesinado en Dallas, probablemente habría muerto joven por sus enfermedades y por las muchas y peligrosas medicinas que se administraba para poder funcionar. 

Si hubiera vivido en la actualidad, habría renunciado ante la exhibición de sus amoríos  –que fueron muchos, dada la exposición en la Red.

Pero las cosas fueron distintas y se edificó un mito sobre un presidente que ahora se cuestiona y que inició su mandato cometiendo errores de juicio, como la errónea invasión a Cuba. 

Descendiente de la “realeza” americana, hijo de un millonario bostoniano relacionado con el contrabando que decidió que todos sus hijos serían presidentes y quería conseguirlo con el poder de su dinero, Kennedy llegó a la Casa Blanca en su peor época de salud, agobiado por las secuelas de una herida de guerra que casi lo mata y lo dejó con lesiones en la espalda que le causaban dolores terribles.  

Además llegó ante una situación mundial difícil ante la amenaza de la Guerra Fría que enfrentaba las dos potencias mundiales de postguerra –Rusia y EU– separadas por las ideologías de comunismo y capitalismo como banderas de una gestión política divergente. 

Una biografía escrita por Robert Dallek, “Una vida inacabada”, destapa revelaciones sobre la salud de JFK y sus infidelidades dentro de la propia Casa Blanca, adonde llegaban amantes que le proporcionaban sus contactos en la mafia italiana como Frank Sinatra. Y otras que conocía casualmente como la excompañera de Jackie que fue contratada sin que supiera “nada útil”, ni escribir a máquina. 

Entre dolores intensos, medicinas prescritas o experimentales, JFK tuvo que enfrentar, recién llegado a su presidencia, la supuesta amenaza que representaba la extensión del poder soviético en el patio de su casa con la reciente revolución cubana de Fidel Castro. 

Tomó posesión en enero de 1961, a los 43 años, con una esposa glamorosa de la mejor sociedad neoyorquina, una hija de tres años y un niño recién nacido llamado John John. 

Era el sueño americano y la prensa decidió explotar ese sentimiento de identificación con campañas de relaciones públicas que mostraban al simpático, guapo y dicharachero presidente jugando con sus niños en la oficina oval. 

En esas fotografías y videos lanzados a la prensa ella nunca aparecía. No estaba de acuerdo en utilizar a sus hijos y exponerlos. 

Según varios libros, la relación de la pareja era insostenible y en ese primer año de mandato Jackie dejó a su esposo y se llevó a los niños, amenazando con el divorcio. 

Infidelidades y enfermedades

Las infidelidades de su marido eran evidentes aún dentro de su propia casa y además ella tenía que fingir, actuar y asistir a múltiples eventos que no le interesaban.

Mientras la vida familiar no era una maravilla, las crisis políticas acechaban a un presidente que parecía excedido de medicamentos, con bajos niveles de energía, irascible e infiel.  

Sus récords médicos se revelaron después de 45 años de su muerte y descubrieron que además de su dolorosa lesión en la columna vertebral, padecía de colitis, diarrea crónica, úlcera gástrica y osteoporosis consecuencia de su alta medicación con esteroides. 

En los picos de sus crisis el presidente tenía que recibir hasta seis inyecciones diarias para poder mantenerse en pie. 

En un viaje a Canadá que tuvo que palear tierra en un acto de inauguración, sufrió tal recaída que a su regreso estuvo en cama tres semanas, mientras sus asesores y gabinete daban evasivas a la prensa. Eso, en estos tiempos, no se hubiera podido esconder. 

Desde el inicio de su gobierno recurrió a un oscuro médico que le inyectaba un coctel “secreto” que le hacía mitigar el dolor y tener energía para trabajar. 

El Dr. Jack Jacobson trabajaba al margen de su equipo médico asignado y según se ha concluido, el coctel era principalmente de anfetaminas, esteroides y lidocaína que le causaba efecto de anestesia.   
Bahía de Cochinos

En medio de estas medicinas, era de esperarse que Kennedy no tuviera un juicio muy acertado, y así lo demostró en la primera crisis, cuando decidió invadir Cuba para destruir al gobierno de Fidel Castro. 

La invasión entraría por Bahía de Cochinos y nunca imaginó que el ejército invencible americano cayera por una pobre estrategia militar que causó 150 bajas, y por haber subestimado el poder del gobierno cubano apoyado por la poderosa Unión Soviética. Antes había enviado espías que intentaron envenenar a Castro. Tampoco fue posible. 

JFK aprendió y en lo sucesivo su enfrentamiento a las crisis de la Guerra Fría fue diplomático. Se reunió con el mandatario ruso Nikita Kruschev a propósito del Muro de Berlín. No logró disuadirlos pero consiguió que en la crisis de los misiles de 1963 los rusos retiraran su amenaza.

Después de su muerte se aprecia su habilidad política para lograr negociar con Kruschev pero se reconoce su pobre habilidad para introducir una ley de derechos civiles para igualdad entre negros y blancos. 

Su obsesión, las mujeres

La novela del británico Jed Mercurio, “Un adúltero americano”, describe la presidencia de los 1,000 días de John F. Kennedy. Su juicio no es favorable en lo tocante a su vida privada.

Mercurio dice que “no es ningún secreto que JFK era infiel por naturaleza. La lista de sus conquistas puede ser equiparable a la de sus logros políticos en un mandato breve y que acabó abruptamente”. 

Marilyn Monroe sigue siendo la primera en encabezar la lista, en la que están otras actrices como Marlene Dietrich, Angie Dickinson y Jayne Mansfield. 

Entre sus secretarias se cuenta a Pamela Turnure, espías Ellen Romesch, y otras que le contactaba la mafia italiana amigas de Frank Sinatra como Judith Campbell. 

Mary Meyer fue amiga de Jacqueline y miembro de la alta sociedad de Washington, hubo una becaria llamada Marion “Mimi” Fahnestock, e incluso una hipotética primera esposa anterior a Jackie, Durie Malcolm.

Para Mercurio, todos estos nombres y otros que permanecen en el anonimato no son el resultado de una dependencia del sexo: 

“Para él no era parecido a una droga. Se trataba más de una compulsión. Sé que este es un terreno delicado porque es un campo fértil para la controversia. En muchos casos no conocemos qué sucedió realmente. En este terreno se mueve mi obra, aunque fueron los médicos en estas situaciones los que lo animaron a que se comportara así”.

Admite que la relación con Monroe no está clara. “Pudo ser introducida en el círculo de Kennedy por su cuñado, Peter Lawford, o por Frank Sinatra, porque los dos tenían la confianza suficiente como para presentársela al presidente”. 

El escritor es escéptico respecto a que político y actriz tuvieran una aventura de un día –como apunta Donald Spoto, biógrafo de ella–, aunque sí cree que en la muerte de Monroe: “No imagino conspiraciones. Ella se tomó unas pastillas y ya está”.

Mercurio dice que no es fácil imaginar a un JFK comentando secretos de Estado a sus amantes, como ha creído algún paranoico al hablar de Marilyn. 

Para el autor la excepción fue Mary Meyer. 

“Ella fue un personaje fascinante que daría para una novela por sí misma. Nunca habló en público de todo esto porque murió muy poco después de la desaparición de JFK (fue asesinada en extrañas circunstancias en 1964). Ambos tenían la misma edad y habían recibido una educación análoga. Mary era algo parecido a una intelectual y con ella podía establecer diálogos inexistentes con sus otras amantes en los años de la Casa Blanca”. 

En el otro extremo se encuentra una de las mujeres más odiadas por muchos estadounidenses, Judith Campbell Exner. 

Sinatra se la presentó a JFK en Las Vegas y pronto se convirtieron en amantes. 

El director del FBI, J. Edgar Hoover, advirtió a Robert Kennedy que el presidente se estaba viendo con una mujer que también se acostaba con Sam Giancana, jefe de la mafia de Chicago. La aventura terminó  inmediatamente. 

“Me hubiera gustado conocer a Judith. El problema es que siempre caía en contradicciones en cada una de sus declaraciones públicas. JFK sabía que ella tenía vínculos con el crimen organizado, pero no paró todo aquello hasta las advertencias de Edgar Hoover”, explica el autor. 

¿Estos excesos acabaron por pasarle factura al presidente? Mercurio cree que sí y señala el corsé que siempre llevó Kennedy: 

“Si no lo hubiera llevado puesto durante el tiroteo que acabó con él en Dallas, creo que habría salvado la vida. La prenda limitaba sus movimientos, y tras el primer disparo no pudo actuar con rapidez para esquivar los siguientes. Se han escrito muchas cosas sobre el asesinato, pero cuando redactaba la novela pensaba que pudo haber sobrevivido”.

El escritor también cree que los escándalos sexuales –que en la novela se comparan con los que persiguieron a Bill Clinton– habrían salido pronto a la luz. Sobre esto recuerda que “sus asesores hicieron lo imposible para que nada fuera publicitado, aunque relaciones de carácter escandaloso, especialmente la que mantuvo con Ellen Romesch, se habrían descubierto pronto”.

Jackie después del asesinato

“Jacqueline Kennedy ha dado al pueblo estadounidense algo siempre había deseado: majestuosidad.” 

Así es como el periódico The London Evening Standard describió su conducta en los días después del asesinato de su esposo. 

A una semana de la muerte de JFK en 1963, Jackie concedió una entrevista a la revista Life. La semana siguiente  abandonó la Casa Blanca y desapareció de la vista pública por un tiempo. 

Compró una casa en Georgetown a inicios de 1964, pero para finales del año cambió de residencia a un departamento en la Quinta Avenida en Nueva York.

En junio de 1968, tras el asesinato de su cuñado Robert F. Kennedy, Jackie creía que sufrían de una persecución. 

Dijo: “Si están matando a Kennedys, entonces mis hijos son objetivos… me quiero ir de este país”. Y así fue. 

En octubre se casó con Aristóteles Sócrates Onassis, un magnate griego que le ofrecía seguridad y privacidad a ella y su familia.

Onassis terminó su sonado romance con la soprano griega-estadounidense María Callas para poder casarse con Jackie. 

Fue un matrimonio difícil, no se les veía juntos en público y a pesar de que Aristóteles llevaba buena relación con sus hijastros, su hija Christina se negaba a tratar con Jackie. 

En enero de 1973, el hijo de Aristóteles, Alexander, falleció en un accidente aéreo. El matrimonio de la pareja así como la salud de Aristóteles se deterioraron rápidamente. El magnate comenzó los trámites de divorció e intentó regresar con María Callas, quien lo rechazó.

Onassis murió de insuficiencia renal el 15 de marzo de 1975, aún en trámites de divorcio. Dejó una gran herencia a Jackie, lo que desencadenó un litigio con Christina.

Tras dos años de batalla legal, Jackie aceptó 26 millones de dólares a cambio de renunciar a cualquier otro derecho que pudiera tener sobre el patrimonio Onassis.

Viuda por segunda vez, decidió buscar algún trabajo que trajera satisfacción. Aceptó un puesto como editora del Viking Press y luego en la editorial Doubleday.

Desde 1975, hasta sus últimos días los pasó junto a Maurice Tempelsman, un comerciante de diamantes belga.

En 1994 se le diagnosticó un linfoma No-Hodgkin y murió el 19 de mayo de ese mismo año en su departamento de la Quinta Avenida de Nueva York, a los 64 años. 

Su funeral fue televisado en los Estados Unidos. Fue enterrada junto a su primer esposo, el presidente John F. Kennedy. Dejó a sus hijos un patrimonio valuado en 43.7 millones de dólares.

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