Existe un lugar donde los juguetes y muñecas cobran vida

¿Tienes juguetes que reparar? Conoce el Hospital de muñecas Rojas

En el Mercado Lázaro Cárdenas de la Ciudad de México existe un lugar donde los juguetes cobran vida; son reparados por Don Enrique, un hombre de 63 años, quien encuentra en su oficio una manera de traer felicidad a niños y adultos

Enrique Cervantes Rojas estaba por terminar su jornada de trabajo cuando, a lo lejos del pasillo, vio a un señor con una niña, de aproximadamente 3 o 4 años de edad, que traía una muñeca de trapo.

Decidió esperarlos porque intuyó que padre e hija se dirigían a su local, el 274, en el Mercado Lázaro Cárdenas.

“Era alto, güero, con su barba partida y ojos azules; muy bien vestido, de traje, camisa blanca, corbata y pañuelo”, describe a Reporte Índigo.

Cuando le dijo a Enrique que le arreglara el juguete, se negó y le sugirió que comprara otro. Al escuchar, la menor abrazó la pierna de su papá.

“Volteé a ver a la niña y me agaché para preguntarle por qué estaba triste. Me dijo que su muñeca ya no veía. Le respondí que no se preocupara y al señor le comenté que sí la iba a arreglar”, narra.

La reparación iba a tardar una hora, con un costo de 30 pesos. La niña dudó en dejar a su muñeca sola, pero ambos la convencieron.

Regresaron y cuando la pequeña vio su juguete arreglado y con ojos nuevos, saltó de alegría a los brazos de su papá. En ese momento el hombre empezó a llorar y sacó de su cartera un billete de mil pesos.

Cervantes Rojas le pidió que pasara a pagar otro día, cuando tuviera cambio, pero él le dijo que se quedara con todo el dinero. El hombre le comentó que había gastado en médicos y psicólogos para su hija y nadie la había hecho sonreír como él.

“Yo digo que estaba enferma de tristeza porque su muñeca no veía. Y en mi inexperiencia a los 18 años, todavía no me daba cuenta de lo que significa un juguete. Cuando un niño lo empieza a querer, ya no es sólo una cosa material”, expresa.

Esta historia tiene 45 años. Ahora el fundador del Hospital de muñecas Rojas, pregona “Pásele, todavía existimos”. La clientela del oficio que le enseñó Hilario Gutiérrez, alias “Chino”, apenas sobrevive.

El fundador del Hospital explica que tirar un juguete no siempre debe ser la primera opción

“Que en paz descanse mi patroncito querido. Él tenía un taller de imágenes religiosas, como del Niño Dios. Después la misma gente empezó a preguntar si ahí arreglábamos muñecos. No teníamos la maquinaria necesaria y ni idea, pero nos pusimos a investigar cómo se les ponía el pelo, después nos dimos a la tarea de saber qué pinturas llevaban”, revela.

El Mercado de Tacuba albergó al primer hospital de muñecas. Cuando tenía 15 años, Enrique se desplazaba desde la colonia Ramos Millán, en Iztacalco, hasta la ahora alcaldía Miguel Hidalgo.

“Nos enseñaba a usar nuestro cerebro al pintar y a decorar. Yo le agradezco mucho lo que hizo por nosotros, a varios nos hizo hombres de bien a pesar de que en ese tiempo éramos muy pobres, muy humildes y él era el único que nos daba trabajo”, menciona.

Don Enrique, de 63 años, abrió su propio negocio cuando alcanzó la mayoría de edad. El éxito fue tal que fábricas como Lili Ledy le vendían piezas y pudo sostener a su familia por 15 años.

“Ya quería trabajar por mi cuenta porque había aprendido mucho. Después tomé un curso para restaurar porcelana y hacía reparaciones de cuerpos de tela con mis propios moldes”, comenta.

El señor Enrique argumenta que jugueterías extranjeras ocasionaron el quiebre de las mexicanas. A los consumidores les convenía comprar una muñeca de 10 o 15 pesos en lugar de una de 200 o 300, aunque fuera de mejor calidad.

“Cuando las traían a arreglar se decepcionaban porque el vinil era tan corriente que no resistía la presión de la máquina o de la aguja. Por más que trataba de hacerlo con calma, esas muñecas eran desechables”, lamenta.

En la crisis, abrió un restaurante para mantener a su familia; el negocio duró 25 años hasta que lo vendió para regresar de tiempo completo al hospital.

“Una de mis hijas me decía ‘tienes material, te gusta hacerlo, la gente nunca te ha abandonado porque a pesar de que tenías otro trabajo siempre seguías reparando muñecas’. Y le hice caso”, dice.

El temor de desaparecer

Don Enrique extraña versiones de Lili Ledy como Lagrimitas, Comiditas o Dormilona, las cuales ya desaparecieron del mercado.

“Hoy en día las muñecas ya no tienen mucha demanda porque los niños ya traen el chip de la tecnología”, afirma.

La víspera del Día de Reyes era una de las temporadas en la que había mucho trabajo en el local 274, porque los padres mandaban a arreglar juguetes para volverlos a regalar como si fueran nuevos. Ahora los clientes son adultos mayores que quieren conservar sus recuerdos.

Una vez una mujer de 35 años llevó a reconstruir el rostro de una Cabbage Patch Kids de la infancia, porque su perro le mordió el rostro. En otra ocasión, un matrimonio le pidió que arreglara las muñecas de sus hijas que ya no vivían en casa, pues fue un regalo que les hicieron con muchos sacrificios. Incluso, un militar pagó para que le repararan el peluche con el que se consolaba cuando le pegaba su padre.

Se van llorando porque sus juguetes vuelven a tener vida. Me siento muy satisfecho, independientemente de lo que uno reciba de dinero, porque toda la gente que me viene a visitar es muy agradecida y me sigue recomendando
Enrique Cervantes RojasReparador de juguetes

Cervantes está convencido de que una buena reparación es la que se nota lo menos posible. Tarda entre ocho y 15 días en terminar un trabajo.

“Hay figuras de porcelana que me las traen hechas rompecabezas y las dejamos como si nada”, presume.

El fundador explica que tirar un juguete no siempre debe ser la primera opción. Seguir esta recomendación podría ayudar a preservar lugares así, pues el temor a desaparecer esta presente no sólo porque sus hijos no quieran seguir con este oficio, sino porque las personas desconocen que existe todavía.

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