De víctima a combatiente

Tenía solo 11 años cuando un vecino lo condujo con engaños a un bosque, no muy lejos de su casa en el Municipio de San Pedro, Nuevo León, donde abusó sexualmente de él.

Era una tarde de diciembre de 1992 y la Navidad estaba muy próxima, cuando Carlos Augusto Guerrero Alanís salió a pasear con su bicicleta.

Ahí, a escasos metros de su hogar, el hombre lo invitó a caminar en las cercanías, pero el encuentro terminó abruptamente con la violación.

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Niños por hora son víctimas de abuso, según la UNICEF
Augusto Ventura considera que el arte es como un conducto para sensibilizar a la gente sobre la importancia de sus derechos
"Los sobrevivientes necesitamos guías, necesitamos terapias"
Augusto VenturaArtista
La OMS calcula que anualmente alrededor de 73 millones de niños y 150 millones de niñas menores de 18 años sufren algún tipo de violencia sexual, en todo el mundo
Código Violeta es una iniciativa sobre la educación sexual en general, sobre cómo tratarla con niños, cómo abordar ese tipo de temas
"Cada vez que cuento mi historia estoy haciendo conciencia que el abuso sexual existe. De que el abuso sexual está pasando y que nadie habla del abuso sexual, por eso es que no sabemos absolutamente nada"
Augusto VenturaArtista
https://www.youtube.com/watch?v=z-dBwfEr0L8

Tenía solo 11 años cuando un vecino lo condujo con engaños a un bosque, no muy lejos de su casa en el Municipio de San Pedro, Nuevo León, donde abusó sexualmente de él.

Era una tarde de diciembre de 1992 y la Navidad estaba muy próxima, cuando Carlos Augusto Guerrero Alanís salió a pasear con su bicicleta.

Ahí, a escasos metros de su hogar, el hombre lo invitó a caminar en las cercanías, pero el encuentro terminó abruptamente con la violación.

Por temor y vergüenza, el entonces menor no señaló lo que había cometido su agresor y la historia quedó como una pesadilla de aquellas frías vacaciones escolares.

Ahora, 23 años después de esa terrible experiencia, aquel niño, ahora conocido como el artista Augusto Ventura, decidió contar su historia como una lección de que nunca es tarde para denunciar casos de maltrato y violencia sexual.

Ya como adulto, quiere convertirse en una voz de las víctimas de abuso infantil con el Código Violeta, una iniciativa que pretende capacitar a padres de familia e hijos en educación sexual, para saber cómo actuar ante casos de violación.

“Soy un sobreviviente, no un repetidor”, dice Augusto Ventura en entrevista para Reporte Indigo.

 “Esta propuesta consiste, básicamente, en educar a la población, no importa su estatus socioeconómico, cuál sea su educación, dónde se encuentre.

“Yo no podía llegar a mi casa y decirle: ‘Mamá, me acaban de penetrar por el ano en el bosque’. Preferiría decirle: ‘Ven tantito, tengo algo que decirte: Código Violeta’. Y que mi madre sepa que hay una situación que está ocurriendo con mi sexualidad, que necesita ser atendida en tiempo real”.

La propuesta de Código Violeta será presentada próximamente por el joven a instituciones públicas y privadas.

Código Violeta

En palabras de Augusto, la iniciativa Código Violeta “es sobre la educación sexual en general, cómo tratarla con niños, cómo abordar ese tipo de temas, para cuando un niño, un adolescente o un adulto tenga una situación de abuso”.

Su decisión no fue fortuita: A sus 34 años de edad se topó de nueva cuenta con su agresor.

Al ser otra vez acosado por la misma persona que lo agredió hace más de dos décadas, decidió denunciarlo el pasado 7 de febrero ante la Agencia del Ministerio Público Número 1 de Justicia Familiar en Nuevo León, donde el caso sigue en proceso.

“Creo que cada vez que cuento mi historia estoy haciendo conciencia que el abuso sexual existe, que el abuso sexual está pasando y que nadie habla del abuso sexual, por eso es que no sabemos absolutamente nada”, subraya Augusto.

Y agrega que “el tema de la sexualidad en mi casa fue un tabú, lo es hasta la fecha, con todo y que mis padres eran docentes. Entonces cuando sucede la violación, yo te puedo decir que lo que recuerdo es una sensación extraña en mi cuerpo que en ese momento no podía poner en palabras”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que anualmente alrededor de 73 millones de niños y 150 millones de niñas menores de 18 años sufren algún tipo de violencia sexual, en todo el mundo.

Por su parte, el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) señala que 228 niños por hora son víctimas de abuso, pero estima que esta cifra es inexacta, porque la mayoría de las víctimas no denuncian por miedo o vergüenza.

En México las cifras no escapan de este sesgo. El Sistema Nacional Para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) informó que solo en 2010 se recibieron 18 mil 12 denuncias de maltrato infantil.

De estas querellas, alrededor del 5 por ciento corresponden a abuso sexual, es decir, cerca de 900 denuncias anuales.

A esto hay que sumarle que los códigos penales estatales en el país no están homologados y eso hace a México como una de las naciones menos avanzadas en legislación de protección a niños.

Por ejemplo, no está incluida la obligatoriedad y las sanciones penales a los adultos que llegan a tener conocimiento de una violación y que no la denuncian.

Augusto dice que, en su experiencia, las estadísticas no reflejan la realidad del problema. A partir de que relató su caso entre familiares y amigos, se dio cuenta que aún falta un largo camino que recorrer en el tema.

“Hay mucha gente que me está respondiendo con su historia que jamás en su vida la había contado, que no se atreve a denunciar, que no se atreve a contarla, que de alguna manera sienten confianza por habérmeles yo acercado”, cuenta.

“¿Por qué no se habla de este tema, por qué sigue siendo un tabú? Si fuiste víctima, si se denuncia o no se denuncia, nadie habla de esto. Quiero que se empiece a hablar de esto y empiezo por mí, por mi historia”.

El acoso a Augusto se prolongó durante tres años y no fue hasta su adolescencia que cayó en cuenta de que había sido abusado sexualmente.

“Cuando me entero caigo obviamente en un shock que te dice: qué pasó, por qué pasó, obviamente tú tuviste la culpa, te mueres de miedo, de pena, de vergüenza, sientes que si la gente se entera te va a apuntar, que eres el único, que estás tonto”, recuenta.

“Entonces prefieres dejarlo donde está, ahí guardado como una experiencia que no quieres que te vuelva a suceder”, dice.

Fue por eso que al recapitular su experiencia y encontrarse a su agresor frente a frente, acudió al Ministerio Público de Nuevo león y presentó su querella formal.

Ahora la tarea de Augusto es presentar el Código Violeta como una solución al fenómeno, y difundir su historia como un ejemplo de que se puede vivir en paz, después de una experiencia tan desgarradora.

“Los sobreviviente necesitamos guías, necesitamos terapias”, afirma, “esta es una propuesta que nace de este asco que me da platicar mi historia, tengo una catarsis que se convierte en algo positivo.

“Evitar el abuso sexual se ha convertido en mi causa de vida, por lo tanto, por qué no elegir algo tan bello como el color violeta (…) Es una opción súper viable para cuando no sabes qué está pasando, de dónde viene ese dolor, de dónde viene esa sensación”.

Combate la violencia con el arte

Augusto Ventura considera que el  arte es como un conducto para sensibilizar a la gente sobre la importancia de sus derechos. Por ello, ha dedicado 15 años de su vida al voluntariado.

“Para mí es muy importante conectar a la gente con el arte, porque aparte de ser mi trabajo, me doy cuenta que esta gente en situación vulnerable el arte le sirve como manera de expresión, de todas estas represiones que de repente tenemos que callar por la sociedad y la educación”, dice.

El artesano y artista plástico cuenta con un diplomado en Educación por Medio del Arte, por el Consejo para la Cultura y las Artes (Conaculta).

Su incursión a esa institución fue en el 2005, cuando se involucró en ciclos de teatro y talleres infantiles.

El Conaculta lo capacitó en diferentes disciplinas y se dedicó a organizar ferias artísticas en Monterrey y diferentes municipios de Nuevo León.

En el 2006 se involucró en La Escuelita Arcoiris, un plantel preescolar en la ciudad estadounidense de Pittsburgh, Pensilvania, donde se percató de la importancia de los derechos humanos de los niños.

Esa escuela privada busca concientizar a los hijos y padres de familia sobre otras culturas, en lo particular la latinoamericana, y se promueven las garantías de los menores.

Al regresar a México, Augusto participó en el Fórum Universal de las Culturas Monterrey 2007, donde capacitó y coordinó las guías durante el periodo de operaciones de ese evento internacional.

También formó parte de los animadores y el staff de los talleres científicos del Planetario Alfa, en Monterrey.

Pero quizá el aprendizaje más importante fue trabajar en la casa paterna “La Gran Familia”, ubicada en Santiago, Nuevo León.

Entre el 2011 y 2012, se dedicó a sensibilizar a través de las artes y actividades lúdicas a residentes de tres a 18 años mediante el método “Abriendo Puertas”.

La casa hogar le permitió conocer a niños que se encuentran en situación vulnerable y ahí se percató de la importancia de denunciar el abuso sexual infantil.

Desde entonces se dedica a la arteterapia y como voluntario de “Dominguearte”, un espacio artístico creado por la asociación civil Zihuame Mochilla, en Juárez, Nuevo León.

Además de los proyectos e iniciativas como Código Violeta, el testimonio y la experiencia del joven también dan cuenta de que, por medio del arte, el ser humano puede sanar heridas y salir adelante. 

A través de las diversas muestras de sensibilidad y arte, así como de múltiples disciplinas, Augusto ha logrado dejar atrás –poco a poco– la experiencia de la que fue víctima, para ayudar también a otros. 

Y se ha convertido en un portavoz de la justicia y la defensa de los menores que, por miedo, vergüenza y hasta inocencia, no se atreven a pedir ayuda y apoyo.

Tanto para Augusto, como para muchos de niños víctimas de maltrato y abuso, el arte se ha convertido en la mejor terapia.

De hecho, la arteterapia está considerada como una forma de expresión creativa para reflexionar, comunicar, desarrollar y sobrellevar situaciones de índole personal, físico, mental y emocional.

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