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Votar una segunda vez

La democracia cuesta. En un sistema político que ha roto o minado la confianza de la ciudadanía a la que dice representar, esto parece más un “dolor de cabeza” que un alivio ante la crisis, precisamente, que tenemos de credibilidad en lo público y en la política. Ante este debilitamiento, la gente está en un […]

La democracia cuesta. En un sistema político que ha roto o minado la confianza de la ciudadanía a la que dice representar, esto parece más un “dolor de cabeza” que un alivio ante la crisis, precisamente, que tenemos de credibilidad en lo público y en la política.

Ante este debilitamiento, la gente está en un cansancio perpetuo, en “asco” generalizado y en apatía que se hace eterna. Por eso, la polémica elección de Monterrey tiene a la clase política en jaque, ¿quién quiere ir a votar por una pelea que, en percepción, sólo le interesa a los afectados?, o bien, ¿quién quiere ir a votar cuando la mayoría de los habitantes creen que las elecciones están arregladas por acuerdos, negociaciones, tranzas, moches y no por sus votos?, algo más, ¿quién quiere ir a votar en fechas donde no sólo gana el desinterés, sino las vacaciones y los preparativos para las fiestas?

Estamos ante un hecho histórico que lo que representa es una encrucijada que desata los cuestionamientos más profundos sobre la confianza en las instituciones, en las elecciones, en los políticos. Todo eso que existe en aras de velar la vida democrática en proceso que tenemos en Nuevo León y en el país.

De forma inédita, la pregunta seguida de “¿ir a votar?”, seguirá por la de “¿por quién vas a votar?” y, entonces, se desatarán, si es que se tiene esperanza, diversos motivos de discusión en las familias.

Lo lamentable de esa invitación además de las fechas, los costos y las batallas campales que se presentan en las cúpulas de poder de los partidos políticos, es cómo se va a convencer a cada habitante que puede tener una segunda oportunidad para decidir y que esto pueda ser respetado. Quién puede garantizarles una elección de competencia limpia, o todavía más allá, quién responderá ante la ciudadanía por lo que resulte de esa nueva elección. Son cuestionamientos que deberíamos tomar con la misma seriedad de la complejidad que esto significa para la vida pública de uno de los municipios más importantes de México.

En esta columna no le diré qué hacer o por quién votar en ningún momento. Sin embargo, considero que este es el momento de demostrar que nos importa lo que sucede en el municipio (que es lo que realmente preocupante, desde mi perspectiva) y que, aún con el grado de dificultad en acudir en ese día a votar, en el ideal y casi como un deseo de no perder la esperanza, hay que salir a decidir en manos de quién y quiénes se dejará la Alcaldía de Monterrey.

Recordemos que el voto es la forma en que, además de elegir representantes gubernamentales, también nos permite exigir respuesta ante las decisiones colectivas. Una sociedad que se involucra en esta selección puede sentar los precedentes para los grandes cambios que necesitamos ahora como en el futuro.

Por eso mismo, la ciudadanía tiene un gran reto de compromiso para hacer valer sus votos sin desperdicio, hay expectativas respecto a esto, pero como lanzar un deseo a la posibilidad de que se demuestre lo contrario, podemos pensar que la sociedad regiomontana sí está interesada y que sí saldrá a votar el 23 de diciembre en un acto casi heroico y sé de casi confianza ciega con tal de decidir en este momento crucial que hace el destino de lo que aspiramos.

Sí, es un dolor de cabeza votar por segunda vez sin confianza, sin tiempo y sin noción de que las cosas pueden ser diferentes. Pero la responsabilidad cívica es salir a votar por la opción de la preferencia que sea, pero salir a votar. Que el número de personas que emitan su voto no sea menor a lo que fue, si es así… Habremos perdido.

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