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Una novela electoral

No puedo dejar de ser novelista. ¡Cuántas veces, como bien me lo enseñó el Gabo García Márquez, mi querido maestro, la realidad supera con creces a la mejor de las ficciones!

No puedo dejar de ser novelista. ¡Cuántas veces, como bien me lo enseñó el Gabo García Márquez, mi querido maestro, la realidad supera con creces a la mejor de las ficciones!

En la actual coyuntura electoral mexicana no puedo limitar mi imaginación a las notas de la prensa y olvidarme de supuestos encuentros o entrevistas secretas urdidas por los líderes políticos dispuestos a conquistar el poder al costo que sea.

En este orden de ideas, en el maravilloso mundo de la mentira, bien vale la pena recrear lo que podría haber sido —si es que no fue— una reunión a puerta cerrada entre Calderón y Peña Nieto.

Las bases están sentadas. El presidente comenzó por confesar que la campaña de Josefina no emociona, no arrastra y no seduce ni a propios y extraños. ¿Está claro? Peña enmudeció. ¿A dónde irá el Jefe de la Nación? ¿Por qué tanto misterio?

Sin más, Calderón disparó un tiro dirigido al centro de la frente del candidato tricolor.

No hay tiempo que perder. Estaba dispuesto a entregarte la Presidencia de la República

montando, claro está, un teatro que deje satisfecho tanto al electorado como a la prensa

llena de perros mastines, a cambio de la suscripción de un pacto de no agresión.

Calderón adujo entonces que contaba con la información necesaria para descarrilar la candidatura del mexiquense, pero que si la filtraba a los medios (como hizo con Moreira) y también destruía su imagen pública, el más preciado de los tesoros de los políticos de todos los tiempos, entonces López Obrador sería el beneficiario, porque dichos sufragios, los que perdiera el tricolor, jamás irían a dar las urnas de Josefina en la medida necesaria para hacerla triunfar. Josefina era un cadáver insepulto.

El presidente mostró estados de cuenta de bancos europeos, norteamericanos y canadienses, así como las claves secretas con las que se habían registrado los prestanombres de Peña. 

El tesoro norteamericano había colaborado eficazmente con la Secretaría de Hacienda para obtener los datos.

Pero no sólo eso, también exhibió títulos de propiedades inmobiliarias de bienes ubicados en territorio nacional y en el extranjero. Peña palideció.

Creyó haber adquirido una red de protección de por vida en caso de no llegar a ser el abanderado del PRI. ¿Quién lo habría espiado?

Calderón también se había comprado un seguro para aplastar a Peña en un debate haciendo ganar a Josefina divulgando información privilegiada o para garantizarse que no sería víctima de acusaciones como genocida o como autor de cualquier otro delito mayor o menor cometido por él o por su familia cercana o lejana. ¿Estamos?

—Tú me acusas y yo te destruyo con apretar un botón. ¿Verdad que no nos vamos a lastimar, hermanito?

Con un cruce de miradas cómplices quedó evidenciado quién sería el nuevo Jefe del Estado Mexicano.

Pero, ¡oh, sorpresa!, el día del debate, López Obrador presentó una información parecida que exhibió ante las cámaras de televisión.

El golpe furioso lo devolvió Peña mostrando datos del financiamiento espurio del tabasqueño en los últimos 6 años. Evidenció el origen de los enormes capitales utilizados por AMLO para recorrer varias veces hasta el último municipio. Se trataba de dinero negro. Horror.

El PAN se acabó cuando aparecieron datos incontestables del patrimonio de Josefina… ¿Por quién votar?

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