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El soldado que hay en cada hijo Parte II

Un soldado sostiene su frente y llanto con la mano derecha mientras civiles lo sujetan como si quisiera escapar. Usa un guante de carnaza que combina con la insignia bajo el hombro del Plan DN-III. Sus ojos cerrados y el ceño fruncido registran con claridad la inmensa tristeza. La imagen por sí misma –anuda la […]

Un soldado sostiene su frente y llanto con la mano derecha mientras civiles lo sujetan como si quisiera escapar. Usa un guante de carnaza que combina con la insignia bajo el hombro del Plan DN-III. Sus ojos cerrados y el ceño fruncido registran con claridad la inmensa tristeza. La imagen por sí misma –anuda la garganta- es enternecedora, circuló en las redes sociales el sábado y cientos o miles destacaron su heroísmo y entrega. Pero más tarde se supo el contexto: el soldado lloraba por no haber podido rescatar de los escombros a una bebé de un año en un municipio de Morelos. El terremoto del pasado 19 de septiembre está dándole sentido a una serie de símbolos que teníamos olvidados, que nuestro sistema político había logrado que enterráramos bajo toneladas de desencanto y apatía. Pero ese material fue removido con el sismo. Niños, personas en silla de ruedas, mujeres, adultos mayores, todos se están sacudiendo esa loza enorme que la actitud de los partidos hizo –a su entera conveniencia- que se narcotizaran las exigencias y derechos.El sismo cambió todo, como en 1985 y como cualquier fuerte sacudida reacomoda las neuronas. El movimiento telúrico valió para que salieran decenas de propuestas para que los partidos gasten menos y se apoye a los damnificados. Y aunque se quisieron apoderar de la iniciativa ciudadana la respuesta fue inmediata: lo propone el pueblo y los partidos deben disponer. Ya no hay vuelta atrás para el sistema político mexicano, el peritaje de su estructura está bien hecho y es claro: colapso inminente.

La única forma en la que se apuntalará el desvencijado edificio de los partidos es con propuestas tangibles, reales, que conecten con la gente. De lo contrario se tendrá que demoler la desvencijada construcción y como ahora, en las calles, sobran voluntarios para la tarea. Ya está siendo otro México y es buen tiempo para que todos lo entendamos. Los tres colores de la bandera toman sentido, el Cielito Lindo nos conecta y el Himno Nacional -para muchos beligerante- hoy se siente más real que nunca pues todos son el soldado contra el extraño enemigo que osa profanar el suelo mexicano. Ya sea un temblor o un nuevo oportunista de la política.

Un sentido poema de Juan Villoro -se llama El puño en alto- se volverá el himno alternativo de este México cambiado, y también será poético ver que las reglas del juego se modificaron. La gente ahora quiere ver a un perro rescatista en sus billetes. Marco Gil Vela, el padre de la niña por la que llora el soldado lo dice en su Facebook como los profetas: “Supe que cuando viste su bracito bajo aquel escombro ese 19 de septiembre gritaste con un dolor palpable e insoportable, desgarraste tu garganta y tus lágrimas brotaron como si hubiese sido tu propia sangre a quien hallabas con vida. Gracias por entregarla a mi guerrero Zeus González, gracias por soportar aquella loza que cayó sobre tu cara para rescatar a mi niña, y sin saber gracias por hacerme soñar con un posible milagro”.

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