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Un estacionamiento en cada hijo te dio

La pregunta más álgida que hay que responder cuando hacemos proyectos de espacio público priorizando a la convivencia de las personas es: ¿y dónde voy a estacionar mi auto? O bien, ¿dónde van a estacionar sus autos?

La desesperación de la gente cuando el estacionamiento puede estar algunos metros “lejos”, al menos que sean casos especiales como la discapacidad de algún habitante, es evidente. De “tontos” no bajan a cualquiera que atente contra lo que creen es por derecho su espacio.

La pregunta más álgida que hay que responder cuando hacemos proyectos de espacio público priorizando a la convivencia de las personas es: ¿y dónde voy a estacionar mi auto? O bien, ¿dónde van a estacionar sus autos?

La desesperación de la gente cuando el estacionamiento puede estar algunos metros “lejos”, al menos que sean casos especiales como la discapacidad de algún habitante, es evidente. De “tontos” no bajan a cualquiera que atente contra lo que creen es por derecho su espacio.

Sin embargo, ante el abuso y uso excesivo del automóvil y de ver la calle como un lugar para estacionarse, y gratis, hay que entender una cosa indispensable: el auto es un vehículo privado y el espacio público es público.

Esto significa que el automóvil, aunque se ha convertido en la salida fácil de un problema tan grave como es la movilidad en las urbes, es y seguirá siendo un privilegio. Claro, uno que la industria automotriz se ha encargado que en ciudades como Monterrey, por ejemplo, donde el transporte público es tan caro, sea casi equiparable el gasto a ese transporte que sí es un derecho.

El que el automóvil sea un vehículo privado debería ser el último elemento en que debemos pensar en el diseño de las calles. Lamentablemente, en México esto nunca se había entendido así. Hasta el momento, prácticamente, la mayor parte del presupuesto público para obras se va en los privilegios del transporte privado.

Ante la crisis social, ambiental, energética e incluso económica tenemos el deber ético de frenar un modelo de ciudad que ha priorizado ese privilegio y, por tanto, generado consecuencias nocivas para las personas.

De ahí que varios expertos en el mundo que participamos en Hábitat III en Quito, Ecuador, el año pasado, estemos replanteando el futuro de las urbes a partir de otra visión sobre el uso del carro.

No sólo nosotros con la Nueva Agenda Urbana para los próximos 20 años. También los cambios en el mercado automotriz bajo el liderazgo de Tesla, demuestra que vamos hacia un futuro donde el auto debe dejar de ser como lo conocemos y reducir el espacio que usa en prácticamente toda la ciudad. Y es que, si por los hábitos de algunas personas fuera, lo llevarían hasta al baño.

La jerarquía de la movilidad urbana sustentable ahora es invertida. El espacio debe ser pensando primero en las personas con discapacidad, los peatones, los ciclistas urbanos, motociclistas, camiones de carga y al final en el auto.

En políticas públicas se traduce en que debemos liberar la imposición de cajones de estacionamiento en infraestructura pública y privada, elevar tarifas de parquímetros, poner impuestos por congestión, delimitar zonificación de tránsito y otras medidas más que para nada son populares en un planeta al que si le hacemos zoom out, se ve el agua y sus autos.

Gabriel Todd, quien tiene más de 25 años de experiencia en desarrollo urbano, me explica que de cualquier forma pagamos ese privilegio cuando, a partir de ese abuso, se crean problemas como la contaminación, la obesidad y la ruptura de la convivencia social. Que a su vez representan altos costos tanto para los gobiernos como para la ciudadanía. Es un círculo vicioso que se debe romper con incentivos y castigos para que volvamos al origen del espacio público. No podemos estar subsidiando un modelo arcaico de ciudad que nos perjudica. Él, de hecho, es creador de la frase “Mover personas, no sólo automóviles”.

La que le escribe, también está convencida de eso. Entiendo, por supuesto, por qué es impopular y me quieren “agarrar a jitomatazos” cada vez que explico que no podemos convertir ni los edificios ni las calles en macroestacionamientos, que las personas y nuevas movilidades deberían estar en la prioridad de toda política pública, pero ante todo, que otras ciudades nos han demostrado que esos castigos e incentivos funcionan y que reconozco que mientras no cambiemos nuestros hábitos seguiremos alimentando aquello de lo que nos quejamos: una urbe en donde nosotros somos el tráfico.

Para hacer el futuro hoy, hay que reconocer que no es un derecho. Si acaso nos dieron el privilegio de un estacionamiento. Eso ya no puede ser más. Para el auto nada es gratis, porque el “un estacionamiento en cada hijo te dio” dejó de ser futuro hace décadas.

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