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Lo “anti-Peña” y el debate 132

Unos dirán que la ganadora fue JVM, un tanto más filosa que el 6 de mayo; otros que fue AMLO, a pesar de sugerirse un tanto más mesurado que de costumbre.

Muchos otros insistirán en que EPN fue el mejor del debate porque no entró en discusión alguna y, por el contrario, se dedicó a –según ellos– conciliar con sus "adversarios". (Quadri, al parecer ya no figura como lo hizo después del primer ejercicio.)

Unos dirán que la ganadora fue JVM, un tanto más filosa que el 6 de mayo; otros que fue AMLO, a pesar de sugerirse un tanto más mesurado que de costumbre.

Muchos otros insistirán en que EPN fue el mejor del debate porque no entró en discusión alguna y, por el contrario, se dedicó a –según ellos– conciliar con sus “adversarios”. (Quadri, al parecer ya no figura como lo hizo después del primer ejercicio.)

Lo cierto es que cada quién vio el debate que quiso ver; de ahí los ganadores y sus razones de triunfo. Cada simpatizante encontró alguna otra razón para sumarla a su repertorio y así justificar su voto hacia tal o cual candidato.

De tal forma que, las preferencias electorales, se mantienen en lo general, estáticas: los debates apelan a los indecisos, quienes los miran con la firme convicción de encontrar pretextos –siempre disfrazados de razones–, para votar por alguno de los candidatos.

De ahí la importancia que supone el debate 132, en donde el escenario es claro: irán tres de cuatro candidatos; todos menos Enrique Peña Nieto de la coalición Compromiso por México, del PRI-PVEM.

Naturalmente, el debate 132 –como los ejercicios organizados por el IFE–, apelan a los indecisos; por lo menos en términos del movimiento #YoSoy132, pues su manifestación –como la entienden algunos– es abiertamente “anti-peña”.

Esta etiqueta, sin embargo, ha dado lugar a no muy pocas confusiones en tanto a su significado, pues se utiliza de manera tendenciosa para describir una supuesta intolerancia hacia Enrique Peña Nieto.

La etiqueta “anti-peña” debe ser entendida como una convicción anti-PRI. Y no en el sentido histórico que se ha querido pretender, sabiendo a EPN como un representante de un “nuevo PRI”, que escapa los estatutos dinosáuricos de los años 60 y 70.

La idea generalizada de los partidos opositores al PRI, de que los jóvenes –quienes en su mayoría votaremos por primera vez el 1 de julio–, no crecimos con ese partido gobernándonos y que por lo mismo, no sabemos bien a bien cómo se maneja, es por supuesto errada.

El anti-priismo que manifiesta #YoSoy132, no obedece a las represiones estudiantiles del 68 y el 71, ni a las crisis de los años 80: no vivíamos en ese entonces.

La convicción anti-PRI, se hace manifiesta a partir de Moreira y la deuda de Coahuila en 2011 y de Enrique Peña Nieto y la represión en Atenco en 2006: casos que hemos vivido.

La prueba de que el PRI es uno, y uno solo –es decir que no admite distinción entre uno viejo y uno nuevo–, es redondeada a partir de las declaraciones de Manlio Fabio Beltrones, quien en 2011 fuera aspirante presidencial, y quien a principios de mes declaro: “¡Yo soy del PRI de todas las épocas!”

De ahí, que el debate 132 se antoje como un ejercicio en suma interesante. Pues es a partir de la convicción anti-priista del movimiento #YoSoy132 y sobre todo, de la ausencia del candidato de ese partido, que se posiciona como un ejercicio en donde la disputa se centra en los indecisos y sus opciones: JVM y AMLO.

Si la afrenta es anti-priista, entonces muy poco importan la derecha y la izquierda.

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