La situación es grave y todo parece indicar que en este país la cadena de homicidios no se pretende parar. Foto: Especial

La vida no vale nada

Desde hace varias décadas nuestro país vive una crisis en la seguridad. Los delitos han llegado a extremos increíbles

Simone Weil dijo en una carta a Georges Bernanos: “Cuando las autoridades temporales y materiales han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar”.

Esta actitud de gobernantes y sociedad no tiene que ser expresa, el hecho de minimizar o no atender el problema se traduce en esa permisividad que hace referencia la filósofa y teóloga francesa.

Desde hace varias décadas nuestro país vive una crisis en la seguridad. Los delitos de homicidio y desaparición de personas han llegado a extremos increíbles. Es tal la magnitud que en la sociedad empieza a darse una conformidad con la situación.

A la construcción de la violencia en una normalidad, abona la intencionada conducta gubernamental de minimizar los acontecimientos y el maquillaje de las cifras. El control o el miedo de la prensa local hace desaparecer muchas de las notas sobre el tema. No es para menos, el ejercicio del periodismo se ha convertido en una de las profesiones más peligrosas, y México ocupa las primeras posiciones en el número de comunicadores asesinados.

Ante la escalada de homicidios y agresiones, la evasión a la responsabilidad es la actitud preferida de la mayor parte de los gobernantes. Hace unos días se suscitó en Jalisco uno de tantos incidentes de violencia y la respuesta del gobernador fue deslindarse mediante falacias de la competencia legal.

Hay formas ingeniosas de distraer la atención y para eso se pinta solo Samuel García, gobernador de Nuevo León, quien seguro aconsejado por algún publicista dice que adquirió, para combatir el crimen, un helicóptero artillado. Los homicidios crecen en el estado norteño y se retrocede en los indicadores, el trabajo de muchos años se tira a la basura.

La situación es grave y todo parece indicar que en este país la cadena de homicidios no se pretende parar. Es nula la cooperación y hay una peculiar forma de atender el problema.

Una buena parte de los mexicanos piensa que se instrumenta “un dejar hacer, un dejar pasar”. Y en la sociedad poco a poco se instala la narrativa de una contracultura que acepta al crimen e incluso lo glorifica.

Poblaciones enteras aprenden a convivir con las bandas criminales y a sortear el peligro lo más que pueden. Varias generaciones de mexicanos no han vivido en paz y no tienen ese referente de normalidad.

No hay mucho espacio por delante, la próxima elección es una oportunidad para cambiar el rumbo y salvar al país.

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