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La renuncia de Ebrard

Estoy convencido que solo AMLO —no así Peña Nieto, ni Josefina, ni Quadri— tiene estructurado un “plan B” para el evento, nada remoto, de que vuelva a perder las elecciones.

Ninguno de los candidatos antes citados estaría dispuesto a incendiar “amorosamente” al país si la voluntad mayoritaria de la nación no los favorece en los próximos comicios.

¿Por qué conectar la renuncia de Ebrard con el estallido de la violencia postelectoral?

Estoy convencido que solo AMLO —no así Peña Nieto, ni Josefina, ni Quadri— tiene estructurado un “plan B” para el evento, nada remoto, de que vuelva a perder las elecciones.

Ninguno de los candidatos antes citados estaría dispuesto a incendiar “amorosamente” al país si la voluntad mayoritaria de la nación no los favorece en los próximos comicios.

¿Por qué conectar la renuncia de Ebrard con el estallido de la violencia postelectoral?

Muy sencillo: la toma del Paseo de la Reforma y el connato de golpe de Estado que AMLO quiso asestar a la nación desde el momento en que intentó impedir la toma de posesión de Calderón, serían un juego de niños comparados con la ola de protestas masivas que se producirían en el país si AMLO vuelve a renegar de las instituciones republicanas y llama visceralmente a la violencia.

En dicho evento es evidente que el DF sería la primera entidad en sufrir el injustificado efecto del fuego, mismo que Ebrard se vería obligado a extinguir recurriendo a granaderos, a tanquetas y a una buena parte de las fuerzas policíacas que tendrían que reprimir por medio de la fuerza la protesta airada de un sector minoritario de la ciudadanía engañada por la supuesta existencia de un fraude electoral.

José Woldenberg se ha cansado de explicarle a AMLO la imposibilidad de que se pudiera perpetrar un engaño en las urnas al estilo de los mapaches priistas de triste y muy lamentable recuerdo.

Un millón de mexicanos vigilarán la transparencia de los comicios el primero de julio, además de observadores externos de todos los partidos políticos. La estafa es inviable e impracticable.

Ebrard no quisiera, en modo alguno, convertirse en represor ni en ser él quien ensangrente las calles de la ciudad capital, ni quien llene las cárceles con jóvenes manipulados, ni quien aparezca en la prensa nacional e internacional como el salvaje que arroja chorros de agua a gran presión o manda golpear a la juventud que protesta por la “violación del proyecto democrático”.

Antes de que todo esto acontezca, Ebrard podría estar evaluando la posibilidad de renunciar sin llenarse las manos de sangre o de exhibirse como el enemigo de las “grandes causas populares” que solo pretenden hacer respetar sus garantías ciudadanas violadas, según el punto de vista del movimiento progresista, que de “progresista” tiene lo mismo que tenía de democrática la República “Democrática” Alemana.

No sería nada remoto que un día nos levantáramos con la noticia de la renuncia de Ebrard. Que el desprestigio lo cargue su sucesor.

Su dimisión equivaldría a aceptar la evidente posibilidad del estallido de la violencia que sólo desean AMLO y sus huestes, además de extender su voto de desconfianza a éstos últimos. Su dimisión estaría orientada a preservar su imagen política de cara al 2018.

Como diría Germán Dehesa, mi hermano: ¿Cómo durmió, señor López Obrador, desde que se comprometió públicamente a firmar un pacto para respetar la voluntad ciudadana, y todavía no lo ha suscrito a menos de dos semanas de las elecciones?

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