A pesar de la poca información, durante la pandemia siempre se priorizó el bienestar de la población con la evidencia científica disponible en ese momento. Foto: Especial

La ivermectina y la pandemia por COVID-19

Durante la pandemia por COVID-19, los desafíos globales para encontrar tratamientos efectivos contra un virus desconocido fueron enormes

Parece distante recordar que hace pocos años, México enfrentó una de las peores pandemias de la historia contemporánea. Esta situación solo es comparable con la pandemia de la gripe española de 1918, durante la cual se estima que fallecieron entre 300 mil y 500 mil mexicanos.

En aquel entonces, la estabilidad política posrevolucionaria de México era muy endeble, y aunque la prensa criticaba la lenta respuesta del gobierno y la falta de transparencia en el manejo de las cifras de la pandemia (1), la intensidad del debate público no alcanzaba los niveles actuales de confrontación política.

Durante el pasado debate presidencial, la candidata de la oposición mencionó que en la Ciudad de México se había utilizado un medicamento para piojos (ivermectina) a los pacientes de COVID-19.

En el fragor de la batalla electoral algunos personajes de la vida pública y algunos medios de comunicación, han iniciado un “nado sincronizado” sobre este tema, por lo que es necesario ponerlo en su justa dimensión.

Durante la pandemia por COVID-19, los desafíos globales para encontrar tratamientos efectivos contra un virus desconocido, altamente contagioso y mortal fueron enormes.

En este contexto, la administración de la doctora Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México tomó la decisión de distribuir kits que incluían ivermectina, apoyándose en el principio de precaución.

Este enfoque se reconoce internacionalmente en la gestión de riesgos de salud pública, activándose cuando la inacción puede resultar más perjudicial que una acción anticipada (2), (3).

La ivermectina, un medicamento antiparasitario con un perfil de seguridad bien establecido, mostró en estudios preliminares in vitro cierto potencial contra el SARS-CoV-2, sugiriendo una posible eficacia antiviral avalado por la Food and Drug Administration (Caly, Antiviral Research, 2020).

Aunque estos estudios no eran concluyentes para aplicaciones directas en humanos, proporcionaron una base razonable para considerar su uso de emergencia, especialmente ante la falta de alternativas terapéuticas probadas y aprobadas en los primeros días críticos de la pandemia.

Aunque la evidencia sobre la ivermectina en COVID-19 era inicial, algunos reportes indicaron reducciones en la carga viral y en las tasas de hospitalización (López-Medina, JAMA, 2021).

Estos resultados, aunque no definitivos, ofrecieron una justificación plausible para su uso bajo el principio de precaución, dada la urgencia de la crisis de salud.

Es crucial mencionar que durante la pandemia siempre se priorizó el bienestar de la población con la evidencia científica disponible en ese momento.

Sin embargo, algunas voces críticas desde posiciones políticas privilegiadas han mencionado lo que llaman “un escándalo ético”, citando una editorial de la revista British Medical Journal como si fuera una evidencia científica, cuando en realidad se trata de un artículo de opinión.

La experiencia con la ivermectina durante la pandemia de COVID-19 en la Ciudad de México resalta la importancia del principio de precaución en la toma de decisiones durante una crisis sanitaria, tal y como lo realizó la exjefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y nos muestra cómo, en situaciones de incertidumbre extrema y riesgo inmediato, las intervenciones médicas deben considerarse con la premisa de proteger la salud pública, siempre equilibrando los riesgos y beneficios y ajustándose conforme evoluciona la evidencia científica.

Referencias:

  1.  BUAP (2013). Cano-Sánchez BL. La influenza española en México.
  2. Commission European (2000). Communication from the Commission on the precautionary principle.
  3. Resnik (2021). The Precautionary Principle. The International Library of Bioethics.
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