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Jorge y Javier: De la memoria a la esperanza

El país sin memoria no recuerda. Entiendo por qué pareciera que nos tomamos a diario pastillas para el olvido: ¿Quién quiere recordar la crudeza de la desaparición de miles de personas de manera forzada?

¿Quién quiere hacer el ejercicio de verse no atorado entre el tráfico sino entre balas? ¿Quién quiere tener en sus momentos palabras “amenaza”, “riesgo” y “muerte”? Nadie. 

El país sin memoria no recuerda. Entiendo por qué pareciera que nos tomamos a diario pastillas para el olvido: ¿Quién quiere recordar la crudeza de la desaparición de miles de personas de manera forzada?

¿Quién quiere hacer el ejercicio de verse no atorado entre el tráfico sino entre balas? ¿Quién quiere tener en sus momentos palabras “amenaza”, “riesgo” y “muerte”? Nadie. 

Y, sin embargo, esta semana cientos de personas que vivimos en Monterrey tenemos que recordar qué es lo que nos tiene aquí como sobrevivientes de este tiempo que, con los efectos de una guerra declarada en medio de corrupción, impunidad y desigualdad, sigue persistiendo. 

Hace cinco años en la madrugada del 19 de marzo, Jorge Mercado y Javier Arredondo, estudiantes de excelencia académica del Tecnológico de Monterrey, fueron asesinados por miembros del Ejército Mexicano. 

Parece sencillo escribirlo, pero esa noche marcó la diferencia no sólo en la ciudad sino en un país que hasta ese momento entendió que una cosa era su historia con el narcotráfico –que no es reciente- y otra enfrentarse a la guerra por el narcotráfico, es muy distinto. 

Lo que a mí me sorprendió del asesinato fue la reacción de la sociedad regiomontana que hasta la fecha se parece a la del resto del país. Indolente y poco solidaria. 

Ausente y sumisa ante la nula investigación y claridad de las autoridades. Las voces, entonces, se encontraron no en la defensa de los derechos de este par de estudiantes, sino en la incredulidad de su honorabilidad. 

“Algo habrán hecho”, “se lo buscaron”, “eso les pasa por niños hijos de papi drogadictos”. 

Las cosas no han cambiado mucho. Tan sólo citar lo que todavía afirman algunos sobre los 43 jóvenes estudiantes desaparecidos, “estaban en el lugar equivocado”. 

Me resisto a creer que vivo en un país cuyos habitantes (repartidos entre sus funciones públicas y privadas) sean incapaces de aceptar que estos crímenes nos fracturan además de socialmente, emocionalmente. 

Fue muy difícil en su momento ver cómo incluso la misma institución educativa los declaraba delincuentes, seguida de todas las instituciones públicas correspondientes que sin asumir su responsabilidad criminalizaron a Jorge y a Javier de manera inmediata a su asesinato. 

En mi país matan jóvenes y, aunque quisiéramos sacar esto de la memoria, no se puede. 

Y, es el ejercicio de la memoria la que, sin ánimo de ofender o flagelarnos, puede ser la catapulta que nos permita hacer la paz con la misma insistencia y diferentes armas que como otros están dispuestos a hacer la guerra. 

A la distancia, se escuchan esas voces disidentes que en vez de apoyar una versión que favorece la falta de empatía, tradujeron su coraje cívico en acciones concretas para vencer al miedo y sortear el contexto con el que seguimos enfrentándonos en el norte, en el sur del país y en todos lados. 

A la distancia, aunque no resuelto el caso, debo mencionar que algunos de esos se dieron a la tarea de que tales asesinatos no fueran en vano. 

Porque si para algo sirve la memoria es para no repetir lo mismo, para acordarnos qué es lo que tenemos que exigir y no desistir de la faena. 

Debo mencionar a jóvenes que nos hemos conocido en el objetivo de esclarecer el caso, pero también en el de la franca rebeldía de defender la resiliencia, los derechos humanos, la justicia.

Busca en Internet sus nombres porque a la memoria de la guerra, le acompaña la esperanza de la paz. 

Elvira Romero, Myriam Hernández, Laura García, Diana Figueroa, Desiderio Herebia, Alhelí Fuentes, Merlina, Mariana Franco.

Entre otros que ahora se me escapan, pero que a partir del asesinato están redireccionando el rumbo frente a uno de los problemas públicos más graves de nuestro tiempo del cual hay que tener memoria, aunque nos duela. 

Como desde hace cinco años para las familias de Jorge Mercado y Javier Arredondo. 

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