Fin de la primera parte

A partir de hoy, y hasta el sábado, seremos llevados a un lugar que está en entredicho; una suerte de purgatorio –en su sentido temporal– en donde la consigna es clara, y se traduce, de alguna manera, en la siguiente frase: Solo queda esperar.

La veda electoral, ese terreno silencioso que sublima la reflexión del voto antes del primero de julio, invita –sobre todas las cosas–, a metaforizar contenidos que se tenían por metonímicos. 

Francesc Messeguer Francesc Messeguer Publicado el
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A partir de hoy, y hasta el sábado, seremos llevados a un lugar que está en entredicho; una suerte de purgatorio –en su sentido temporal– en donde la consigna es clara, y se traduce, de alguna manera, en la siguiente frase: Solo queda esperar.

La veda electoral, ese terreno silencioso que sublima la reflexión del voto antes del primero de julio, invita –sobre todas las cosas–, a metaforizar contenidos que se tenían por metonímicos. 

De tal manera que, al referirnos al proceso democrático en cuestión –ese que termina el próximo domingo–, tenemos que hacerlo forzosamente a partir de demostrativos: aquel, ése. Mecanismo que reincide en una postura lingüística que paradójicamente, nos acerca mucho más al lenguaje de un discurso político, de lo que probablemente el IFE tenía pensado, en su pausa de los tres días.

Lo mismo sucede al referirnos a toda la parafernalia que ha acompañado a ese proceso democrático desde que empezó –según dicen–, el 29 de marzo; en donde los implicados, ahora son –por llamarlos de alguna manera–, los mencionados: esos que hacen marchas y organizan debates; o esos que hacen mítines en plazas públicas; o tal vez, esos que se refieren a esos otros, utilizando el mismo demostrativo.

Así es como termina la primera parte de quienes organizaron un debate la semana pasada, y quienes el martes, enfrente de esa casa televisiva, monumento a lo indeseable, dejaron claro que los astros brillan más que el sol y las estrellas: con una exaltación de su ser.

Y quizás, ése es uno de sus más grandes triunfos, el saberse como motores de la historia; porque la historia invita a la metaforización de lo lógico, y porque en ese sentido, aquellos que organizan marchas y manifestaciones, son la historia de este proceso democrático.

El final de la primera parte termina con el grandísimo triunfo de habernos regresado al terreno de la incertidumbre, ese lugar de las muchas posibilidades, en donde todos contribuimos, de alguna manera: saliendo y gritando y marchando, en las calles de ésta, la ciudad inmensa; todos miembros de una cultura solemne y revolucionaria –que nunca lo es tanto–, que  pone en entredicho a un proceso que ya se tenía por decidido: una imposición calendárica que se sabía como resuelta, y que pretendía mantenerse como tal.

Sin importar el resultado, después de esta pausa de los tres días, la aportación para este proceso democrático es significativa. Acaso la organización histórica del primer encuentro entre aspirantes presidenciales, sea su grandísima prueba.

El final de esta primera parte, termina como empezó: en la aspiración por contribuir.

En un tumulto que se amontona en la entrada de las Asambleas Interuniversitarias; en una urgencia por entrar y debatir dentro de ellas: por pertenecerles. Por responder a iniciativas de diversas índoles con la firme convicción de estar ayudando y aportando.

Por tener un intercambio de ideas y de libros. Por ser testigos de un renacimiento en la esfera pública a través del arte y el performance y la música de las palabras que se encuentra en cada uno de sus discursos y pronunciamientos. Por entender, a fin de cuentas, cuál es la rectificación necesaria de nuestra realidad: para explicarnos a nosotros mismos por qué nuestra causa es digna de ser defendida. 

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