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Espacios: ¿para quiénes?

Hace algunos meses escribía en esta misma columna sobre la importancia de los espacios públicos como punto de encuentro para la convivencia de la diversidad.

Me llegó un correo. Era una señora que afirmaba positivamente a lo planteado: Necesitamos más espacios públicos. Sí. Deberían ser de calidad. También. Tendríamos que reinventar los existentes a las nuevas demandas sociales. Por supuesto. 

Hace algunos meses escribía en esta misma columna sobre la importancia de los espacios públicos como punto de encuentro para la convivencia de la diversidad.

Me llegó un correo. Era una señora que afirmaba positivamente a lo planteado: Necesitamos más espacios públicos. Sí. Deberían ser de calidad. También. Tendríamos que reinventar los existentes a las nuevas demandas sociales. Por supuesto. 

Pero en algo no coincidimos. Ella apelaba a una “estrategia” de cual aseguraba podría empezarse para plantearnos el reto de ocupar los espacios: saquemos a los “indios” de la Alameda de Monterrey porque “por eso no puedo ir”. 

En pleno siglo XXI cuando en muchas ciudades del mundo el debate sobre los espacios públicos se concentra en tópicos más trascendentales en las áreas técnicas de la sociología, la arquitectura o el urbanismo, en Monterrey existe todavía un choque cultural con tales áreas y los usuarios de las mismas. 

Pero eso no es suficiente para la reflexión. Alguna vez un amigo me comentó que no le gustaba ir a San Pedro Garza García para pararse en Calzada del Valle, ese gran camellón de infraestructura especializada para ejercitarse que también anida en su paso los negocios de marcas de lujo en la ciudad. Ante la pregunta de por qué, su respuesta fue contundente: él vive en una de las zonas más pobres, ¿qué iba a hacer él corriendo con sus tenis comprados en la fayuca y ropa deportiva sin marca? Sin que el espacio tenga barreras o cerraduras tal parece que las fronteras invisibles creadas por sus propios ciudadanos alejan o acercan a las personas a los espacios que deberían ser en esencia comunes para los habitantes. 

Lejos del sistema económico que nos ha segmentado, la planeación urbana que no había sido orientada a la convivencia, el diseño ambiental de una ciudad a costa de la corrupción o las administraciones pública sin innovación ni creatividad, la ausencia de participación para la creación de otras demandas en el espacio, ese camino democrático que no alcanzamos y que por tanto demerita cualquier acción de lo público en el espacio.

Lejos de tales variables, lo que hoy tenemos es una realidad social poco esperanzadora sobre el valor público que le damos a resolver los problemas del espacio común. 

Y, más bien, nos encontramos con una serie de prejuicios, estereotipos y expresiones culturales que desprecian hacia una agenda internacional vigente sobre la administración, uso, diseño, de tales espacios que reconfiguran nuestras relaciones humanas para lo que es público. 

Como precisaba el filósofo alemán Jürgen Habermas es en el espacio público donde construimos la comunicación colectiva. 

Claro que percepciones como las que he descrito tampoco son fortuitas cuando Monterrey es una de las ciudades donde se presentan casos de mayor discriminación en México, tal como lo apuntan los estudios de la CONAPRED, pero al fin de cuentas son expresiones de esas omisiones que también hemos descrito. 

Este es un momento crítico en donde el tema de los espacios públicos en las ciudades puede ser detonador de otros procesos importantes para el desarrollo e incluso de encontrar otras maneras de recreación y entretenimiento en las calles, las plazas, las banquetas, toda aquella área de tierra que permita el encuentro de la diversidad que es en sí mismo una pieza clave para algo más que estar en la “moda” o la “tendencia” internacional, para realmente lograr los encuentros que nos lleven a resolver problemas públicos.

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