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De sexo y educación sexual…

Hablar de sexo no fue tabú en mi casa. Mis padres, ambos de formación científica, supieron cómo traducir mitos e historias de fantasía en conocimiento.

Una escena de mi infancia: Mi madre explicándome frente a un microscopio el viaje veloz de los espermatozoides: “¿Por qué se mueven?”, porque están compitiendo; “¿de dónde vienen?”,  salen por el pene de los hombres; “¿cómo?”, si un hombre se toca o lo tocan se excita. Si se excita mucho le sale un líquido que es donde “están nadando” ahora los espermas, ¿los ves?

Hablar de sexo no fue tabú en mi casa. Mis padres, ambos de formación científica, supieron cómo traducir mitos e historias de fantasía en conocimiento.

Una escena de mi infancia: Mi madre explicándome frente a un microscopio el viaje veloz de los espermatozoides: “¿Por qué se mueven?”, porque están compitiendo; “¿de dónde vienen?”,  salen por el pene de los hombres; “¿cómo?”, si un hombre se toca o lo tocan se excita. Si se excita mucho le sale un líquido que es donde “están nadando” ahora los espermas, ¿los ves?

 Por eso no fui una niña típica que no llamara a las cosas por su nombre. Y ahí, ahí vino el tabú, lo “malo”, lo “anormal”…

El día que expliqué a los demás niños que no “venían de París”, que no tenían “pajarito” sino pene ni “huevos” sino testículos. Que se llama vagina, no “panocha”. Que todos nos excitamos y que, entonces, por eso mismo nadie nos debe tocar sin el consentimiento. Estos y otros tantos conocimientos me los inculcaron a edad muy temprana. Aprendí a respetar mi cuerpo y el de otros.

Lo que me tiene en shock es saber que esas posturas añejas de “oscurantismo” –no tengo otra forma de denominarle- persisten. Atreviéndose a cuestionar la experiencia de especialistas, de científicos o de expertos en pedagogía y sexología, sino además, en un acto antidemocrático, al sugerir que al no estar de acuerdo con el contenido de educación sexual en los libros de la SEP arrancarán sus hojas o los quemarán.

Menos cabe en mi asombro la postura de algunos diputados secundando argumentos religiosos y morales que son respetables, por supuesto, pero que son del ámbito de lo privado, no de lo público.

Hasta donde hemos entendido la educación es pública. Si es pública es laica por derecho y si es laica deberíamos tener la oportunidad del diálogo.  

No creer, al estilo Donald Trump, que arrancando hojas –construyendo un muro- a la sociedad que está cambiando va a entrar en el “control” de lo que se supone es lo “correcto”… Para ellos.

Así que me di a la tarea de buscar dos opiniones de expertos que me ayudaran a analizar si esto es

razonable o no.

Haga su propio juicio, pero estoy convencida que si en algo hay rezago es en seguir pensando que la educación sexual es para pervertir y que arrancando hojas de libros que –además, salen muy caros de producir- no solucionan un problema social más grande y grave.

Lu de los Santos: “Como sexóloga clínica y educadora sexual, estas propuestas las considero retrógradas. ¿Quiénes son estos diputados y diputadas para invalidar programas de educación creados por especialistas y diseñados para responder a necesidades sociales estudiadas?

“No entienden, no ven y ante todo parecen querer negar, las consecuencias de lo que ocasiona la ausencia de educación sexual. Los especialistas de la sexualidad lidiamos con los tristes y dolorosos efectos de generaciones desinformadas, llenas de mitos que lastiman su salud emocional, su bienestar físico, sus relaciones y hasta su calidad de vida.

“Educar en sexualidad es dar herramientas que promuevan valores como la responsabilidad y el respeto. Promover la salud física, los cuidados y la consciencia de salud junto con la equidad de género. Es liberar a todos de roles de género imposibles de cumplir que lastiman tanto a hombres como a mujeres y potenciar el desarrollo social al liberarnos de juicios. Se hace de forma estratégicamente pedagógica según las edades de quienes recibirán estos programas. ¿Cómo nos libramos de juicios? Aprendiendo. ¿Cómo aprendemos? Con libros. ¿Quemar los libros? No es opción”.

Gustavo Ibargüengoytia: “Como psicólogo con experiencia en atención infantil considero que arrancar hojas de los libros, vetar libros de las escuelas privadas, o ampararse para prevenir el uso de los mismos por estar en desacuerdo con los contenidos es un acto de negligencia.

“Lo único que se logra con estos actos es perpetuar el silencio, el tabú, y la desinformación que hacen más daño que el hablar abiertamente de estos temas.

“Más valioso sería que los padres y madres de familia conversaran con sus hijas e hijos. Que indagaran. Que aclararan sus dudas. A partir de ese momento es responsabilidad de cada padre y madre de familia de ir adaptando la educación recibida a la moral familiar deseada. Pero no al revés”.

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