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De ‘participacionitis’ y otros…

Entre las reformas que ahora se debaten en el Congreso y las reacciones en los espacios virtuales o presenciales sobre las mismas, he sacado algunos de mis apuntes sobre la participación ciudadana en México. 

Si bien es cierto que en el nivel de involucramiento en los asuntos públicos es mínimo, también lo es que se han formado masas críticas en algunos de los temas torales como la política, la educación o los derechos sexuales. 

Entre las reformas que ahora se debaten en el Congreso y las reacciones en los espacios virtuales o presenciales sobre las mismas, he sacado algunos de mis apuntes sobre la participación ciudadana en México. 

Si bien es cierto que en el nivel de involucramiento en los asuntos públicos es mínimo, también lo es que se han formado masas críticas en algunos de los temas torales como la política, la educación o los derechos sexuales. 

Aunque todavía recuerdo que hace años, antes de que –por mencionar un ejemplo- usáramos las redes sociales virtuales, muchos de los teóricos de las políticas públicas elaboraban premisas que apuntaban hacia una participación gradual que tendría que encontrarse primero con las resistencias naturales de los gobiernos. Hasta ahí. 

Sin embargo, el escenario ha cambiado. No sólo para México, sino en el mundo. España, Brasil, Turquía, son algunos de los países que se están cuestionando con qué se come la tan mentada “participación ciudadana”. 

Por primera vez no es un asunto de las masas, sino de masas críticas afectadas. 

Por primera vez, hay que considerar el escenario digital más el presencial. 

Y, por primera vez, nos estamos planteando preguntas sobre la utopía de la participación ciudadana que hasta el momento, al menos en nuestro país, no tiene incidencia en las políticas públicas. Más bien ha sido una participación ruidosa o reactiva de pequeños logros.

Hay también quienes definitivamente no ven en la participación de la ciudadanía una alternativa para solucionar problemas. Menos en países con rezagos muy marcados, sobre todo, en educación o en la construcción del Estado de Derecho. O como diría alguno de mis maestros: hay sociedades a la medida del autoritarismo. 

Esto sin contar que en algunas otras la participación se reduce únicamente a la opinión pública, o bien, que las áreas de oportunidad son limitadas y, por tanto, la participación no es más que simulación de democracia. Porque si hasta esta línea no lo he mencionado, he de escribirles que este concepto está íntimamente relacionado con la democracia. 

Todo el “rollo” anterior es para preguntarnos abiertamente si estamos participando, cómo lo hacemos y cuáles han sido las consecuencias. 

Y estas preguntas no sólo deben ser contestadas por la ciudadanía sin funciones públicas, también por la ciudadanía en la función pública. Y es del lado de la función pública, en donde mi experiencia trabajando con gobiernos me ha indicado que muchas de las veces no  saben la respuesta. 

Es decir, se apela a la participación sin saber por qué, para qué y cómo. 

La mayoría de las veces, suele ser un bonito discurso que termina mezclando la participación con la afiliación a sus proyectos de gobierno o partidos… 

Pero del otro lado no cantamos mal las rancheras, como dicen por ahí.  

Mi experiencia en el activismo me ha permitido observar que son muy pocos los ciudadanos que tienen claro qué es lo que quieren y lo que pueden cambiar de lo público. Otros, los menos, saben cómo. Y, otros muy pocos, lo intentan o lo hacen. 

Es lamentable admitir que esa ola mediática de la “participacionitis” se ha convertido algunas veces –con excepciones contadas- en “atole con el dedo” por parte de todos los que estamos involucrados. 

Tan sólo observemos las reacciones en redes sociales. Escribe una queja y muchos levantarán la mano para opinar. Escribe las preguntas que nos estamos haciendo en esta columna y te darás cuenta de nuestras intenciones reales de participar o que se nos permita hacerlo. 

Al final, el autoritarismo no está construido más de que de falta de compromiso y responsabilidad ante las decisiones colectivas: Que lo haga otro. Yo, ¿por qué?…

La “participacionitis” como le denomino en Monterrey como cualquier otra población en México, todavía no encuentra si es enfermedad o cura, medio o fin, si es o no es, y en ambos casos responder el cómo. 

Ahí el reto propio en eso que llaman participación ciudadana.

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